Hechizo

fetiche.
(Del fr. fétiche).
1.  m. Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos.
(Del pt. feitiço [fej’ʈʃisu] m).
 
2. m. Hechizo.

En mi tierra se rinde homenaje y devoción a figuras de madera con cientos de años de antigüedad. ¿Es por ello lícito pensar que somos más primitivos que otros? Lo dudo. Puede que allí nos colguemos una medalla de una virgen (el que se la cuelgue, que una es atea convencida) como método de protección contra la mala energía, pero no somos más fetichistas que el resto del país o del mundo.

Ser andaluza y no ser supersticiosa (o maniática o fetichista) a muchos les debe parecer un imposible. Hay quien pretende que es algo cultural, pero ¿estáis seguros de no ser fetichistas por ser de Teruel o de Vigo? ¿Acaso no hay fanáticos de fútbol que tienen su casa como un museo de su equipo? ¿son menos fanáticos que la señora que va los viernes a rezar a la santa de su devoción? Creo que no.

Todos tenemos nuestros rituales u objetos que nos dan seguridad. Kant (*) hablaba al respecto del «objeto cercano»: decía que cuando los sentidos nos transmiten emociones, necesitamos agarrarnos a algo externo a nuestra persona para sosegarnos e influir sobre ellos.

¿Lo veis? Aquí ya tenéis un fetiche.

(*) Querida Leticia, te pido disculpas por la referencia: sé que este cansino alemán te cae fatal.

Hay quien no puede salir de casa sin su perfume. Quien come siempre en la misma posición de la mesa. Quien siente que algo le falta si no lleva una foto, una estampita de un santo, una entrada de cine descolorida, en la cartera. Quien viste de negro porque no se encuentra cómodo en otro color, y aunque salga de compras con la intención de cambiar de actitud, siempre regresa a casa con una prenda de ese tono. Manías, costumbres, obsesiones… fetiches…

Nuestra editora invitada de este mes, Minerva Santana, me ha pedido que sea la primera en dar la cara y confiese mis fetiches, como para dar ejemplo. Bufff… si es que son tantos… no sé ni por dónde empezar.

MANÍAS
No estoy tranquila si no termino algo que haya empezado. Si es una promesa, hasta que no la cumplo no descanso. Si hay desorden a mi alrededor, me es mucho más difícil pensar. Soy así. A veces me dan seguridad, otras me provocan tremendos conflictos internos.

COLORES
El rojo es mi fetiche. El día que no me pinto los labios de rojo, no es que me sienta desnuda, es que me siento invisible. Una vez me contaron que el color rojo ahuyenta a los malos espíritus, y por lo visto lo creí a pie juntillas. Muchos objetos de mi casa son de ese color, la llenan de energía. He tendido coladas enteras de ropa de rojo, naranja y rosa fuerte, y era una gloria ver ese tendedero como de foto de Getty Images.

OLORES
El olor de la tinta de un libro de arte, nuevo, recién abierto. El del clavo. El del alquitrán en las piedras de una estación de tren. Los claveles. Las mandarinas. El olor de mis hombres, mi marido y mi hijo.

OBJETOS
Si abres el cajón de mi tocador te encuentras anillos, pulseras, collares, brazaletes, pendientes… de todo tipo. Para ser alguien que por no usar no usa ni reloj, esta acumulación de objetos -la mayoría sin más valor que el sentimental-, raya en el fetichismo, ciertamente.
Libros de arte y de diseño que, con los años, han pasado de ser vanguardistas a dar un poco de penica, pero los abro y recuerdo bien por qué los compré.
Mi, ahora exigua, colección de cómics de los 80s.
Un montón de cajas de madera, porque a algún noviete le dije alguna vez que me gustaban, y no paró de regalármelas. Luego los nuevos amigos que venían a casa se pensaban que las coleccionaba, y así siguió creciendo y creciendo. Algunas tienen especias dentro (canela, clavo, pimienta, romero), otras algunas piedras semipreciosas o algún recuerdo. Cuando las abro por casualidad y veo su contenido, me llevan al momento exacto en el que guardé ahí dentro ese objeto y, en consecuencia, recuerdo personas y situaciones que no se repetirán ya jamás. Son fetiches, pequeños retazos de mi pasado, trozos de mi vida que guardo, que me recuerdan quién soy y quién fui, que perderlos sería doloroso no por su valor material, sino porque son los mimbres que mantienen los recuerdos y la memoria.

¿Lo ves, querida Minerva? Descubrirle al mundo los fetiches personales puede desembocar en algo tan peligroso como ponerse melancólica.

Vuestra rendida (y hoy un poco mohína) admiradora,
Mabi Barbas, la Jefa.