Musas Amigas Divas. M.A.D. about the girls

UNO
Hace algunos años, el día después de la muerte de La Más Grande, mi amigo Antonio iba en el autobús de camino a casa o hacia el trabajo, no sé, y escuchó a dos señoras que hablaban acerca de la muerte de Rocío Jurado. “¡Qué pena, con lo diva que era yo de ella!”, le dijo una a la otra.
Antonio me contó eso, claro. Y desde entonces uso esta expresión. Seguro que no soy el único. Ni el primero (ni el segundo, después de esa señora del bus cuya exclamación interceptó mi amigo Antonio). Pero me gusta pensar que he hecho del “ser diva de” un tonto sello de identidad. Y me gusta cuando alguien me lanza como un guiño que es diva mío. Gracias.

DOS
Yo era muy diva de dos mujeres muy diferentes por razones tal vez no tan distintas. También es verdad que yo era muy diva de las obras de dos mujeres muy distintas; de las películas de Isabel Coixet y las novelas de Belén Gopegui. Dos mujeres que, aunque ustedes no lo crean, tienen un elemento muy importante en común, un elemento que a mí me parece fundamental: tanto Belén como Isabel siempre se preguntan de dónde sale el dinero. Y eso me gusta. Me gusta cómo se cuestionan quién paga todo esto y me conmueve el modo en que me cuentan cómo me siento algunas veces, precisamente esas veces cuando no me atrevo a preguntármelo.

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Isabel y Belén son tan musas que recurro a dos títulos suyos cuando quiero explicarme algo de una manera rápida: Recordar aquellas ‘Cosas que nunca te dije’ y sentir la rabia que me da el silencio de ‘El padre de Blancanieves’ son dos categorías en mi vida, y lo son gracias a ellas. Y hasta ahí puedo escribir, que no he venido aquí a escribir sobre mí.

TRES
Isabel Coixet, Belén Gopegui y yo. Con el tiempo, los buenos y los malos tiempos, las dos se han convertido en dos mujeres muy importantes en mi vida. En dos amigas. De verdad. Pero no he venido aquí a escribir sobre mí. Ni tampoco a revelar confidencias de mis amigas o a traicionar su confianza. Por eso, Belén Gopegui, me limitaré a decirte que te quiero y te bajaré aquí, ahora mismo, de este relato. Hablamos pronto. (…) Sí, seguro. (…) No, no estoy escribiendo mucho. (…) Ya. Muy mal.

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CUATRO
Isabel Coixet, Alber Elbaz, Rufus Wainwright y yo. Los cuatro, en el Centro Niemeyer de Avilés cuando era central, en el cóctel que cerraba un día de entrevistas en streaming para la web del New York Times y donde tanto Isabel, como Alber como Rufus habían contestado en solitario a las preguntas de tres periodistas de diferentes secciones del NYT.

Los cuatro -Isabel, Alber, Rufus y yo- tomando una copa de champán, de pie, charlando, como si eso fuera lo normal para mí. Aunque Isabel siempre ha hecho que eso fuera lo normal para mí, y no sé si sabe cuánto se lo agradezco. Creo que sí. Si no, cuando lea esto lo sabrá.

Regreso a Avilés y a ese cuarteto. Un cuarteto cuyas iniciales -donde aparezco yo delante, como el burro, no se espanten- son YIRA (Yo, Isabel, Rufus, Alber).  Y ‘Yira, Yira’ es un tango que me encanta. Y si es en la versión de Javier Calamaro, más.

Perdón.

Regreso a Avilés y a ese cuarteto. Si la estampa no es un dibujo perfecto para un número dedicado al divismo y al muserío, que les devuelvan el dinero de este ejemplar en la taquilla. Pero ya.

Los cuatro -Isabel, Alber, Rufus y yo- tomando una copa de champán, de pie, charlando, en inglés, de trabajos, de ciudades, de hombres… hasta que, no sé muy bien cómo pasó, empezamos a hablar de la Semana de la Moda de Milán que comenzaba al cabo de unos días y donde Rufus estaba invitado por Donatella a su desfile. Y de Milán, Rufus saltó a Venecia y, de repente, a un recuerdo suyo de un viaje a Venecia en compañía de su madre.

CINCO
Los cuatro -Isabel, Alber, Rufus y yo-, aunque ya solo hablaba Rufus. Sobre Marc Jacobs. Sobre lo suyo con Marc Jacobs. Sobre una época en la que Marc Jacobs le pretendía y Rufus se dejaba querer. De cómo Marc le mandó un mensaje a su teléfono que Rufus recibió en Venecia, mientras paseaba con su madre por allí. “¿Y por qué no, mamá? Es guapo, tiene talento…” A lo que su madre – según la versión de Rufus- le respondió: “¿Para qué quieres tú a un pequeño sastre judío?” Risas. Rufus. Risas. Isabel. Risas. Yo. Silencio. Alber. Pequeño, sastre y judío. Que no daba crédito. Fin de las risas. Isabel y yo nos miramos. Y propusimos, casi a la vez, ir a cenar a algún sitio por Avilés. Alber no tenía ganas. Prefería comerse un sandwich club en la habitación, pedir un sandwich club al servicio de habitaciones. “¿Te apetece?”, me preguntó. “Ay, no, gracias. Muy amable”, le dije yo.

SEIS
Isabel y yo dejamos la habitación de Rufus a las 6 de la mañana tras haber cenado, habernos emborrachado y escuchado ¡tres veces! ‘Jerichó’ en voz y guitarra de Rufus. Teníamos sueño, cogíamos un avión en tres horas y, sobre todo, ¡no podíamos soportar una cuarta vez esa canción!

¿Por qué no te fuiste a la habitación con Alber? Es muy mono…
Ya, sí, pero es que estar en Avilés y cenar un sandwich de hotel me parecía un sacrilegio.
Pues también es verdad…

SIETE
Isabel y yo también hemos estado juntos en Cannes, en la Berlinale, en el Festival de Málaga, en Cadaqués en la noche de San Juan y en un anuncio de ING que ella dirigió y yo protagonicé cuando todo iba fatal y ese trabajo fue el único que tuve ese mes. Hoy ella está en Nueva York, montando su última película, y yo en Barcelona. La echo mucho de menos. Necesito que vuelva. Que vuelva antes del 7 de octubre, que es mi cumpleaños. 42.

[Fotografías: Mauricio Retiz]

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