Cine subterráneo

Hay todo un mundo debajo del que vemos a simple vista, bajo la tierra, en las profundidades, allí donde no llega la mayoría de la gente, donde muchas veces no llega la luz, pero sobre todo donde no llegan las distribuidoras cinematográficas. Es el mundo del cine que no se ve, el que se puso de moda llamar invisible, el cine off, under, el que se mueve en paralelo y también al margen o a pesar del cine mainstream, comercial, programado en salas de cine que publican en la Guía del ocio. Un cine subterráneo. Es un cine que se ve en festivales, en proyecciones privadas, en Internet, en copias que te pasan amigos o amigos de amigos. De esta manera, se han movido grandes películas y grandes realizadores que no encontraban otra vía para contar sus historias.

Me gustaría homenajear humildemente a algunos de ellos, y por eso dedico este artículo a todos los cineastas que tienen la valentía para romper con las absurdas normas que nos impone el sistema de producción y distribución convencional. Me centraré en los españoles y latinoamericanos, porque aunque algunos de ellos triunfen en sus paises, en España suelen ser los que tienen menos espacio y más dificultades, pero igual talento.

Comienzo mi recorrido en Chile, con Matías Bize, un director que después de la encantadora Sábado, una película en tiempo real, logró que su siguiente película, En la cama, también hecha con pocos recursos, solamente dos actores en una habitación de hotel, llegara a alcanzar éxito de crítica, la Espiga de oro al mejor largometraje en el Festival de Valladolid, adaptación a teatro y remake (Room in Rome). Su siguiente largometraje, Lo bueno de llorar, no tuvo tanta repercusión, pero sí la tuvo La vida de los peces, con la que ganó un Goya. Todas películas centradas en las relaciones humanas, de pareja, con interpretaciones naturales.

Como contrapartida, el desborde visual del que es capaz Rodrigo Bellott, de Bolivia. Un cineasta profundo, que se mete a fondo en el drama y la narrativa épica con Dependencia sexual, una película bestial, con pantalla dividida, tramas paralelas, múltiples personajes e idiomas. Pero así como puede ser dramático, también demostró ser divertido en la locura de ¿Quién mató a la llamita blanca?, una vez más un trip visual de la mano de los dos forajidos más buscados del altiplano. Para luego cambiar totalmente de estilo en la minimalista Perfidia.

Continúo el viaje en mi tierra natal, Argentina, con tres directores que no dejan de impresionarme por su capacidad y su fuerza. Diego Sabanés, que luego del preciosista y enloquecido cortometraje ¡Ratas!, se pasó al largo adaptando una historia de Cortázar (nada menos) con Mentiras piadosas. Siempre elegante, con amor por la belleza de las imágenes y de la historia. También espero que este año pueda llegar a España La campana, ópera prima de Fredy Torres. Un escritor y director entregado y dueño de un universo único. Muchos lo recordarán por ser el guionista del premiado cortometraje Líneas de teléfonos. Después de más de una década de lucha en la que no cedió en su empeño por hacer realidad la historia que él quería contar, logró rodar esta bella y comprometida película. Para casi terminar con Argentina, me gustaría mencionar a Alejandro Fadel. Me sorprendió, divirtió y enamoró con su película El amor, primera parte. En los años siguientes destacó como gran guionista de Leonera, Carancho y Elefante blanco. Aún no he visto su última película Los salvajes, pero el trailer promete.

A mitad de camino entre Argentina y España, está Miguel Ángel Cárcano. Ya había dirigido el exitoso mediometraje Los hombres que ríen antes de trasladarse a Madrid, pero es aquí que se desarrolló como director y guionista de largometrajes. Experto en hacer cine a pesar de todo, con la premiada Interior (noche) recorrió festivales y es una película referente del cine hecho con casi nada. Luego siguieron otras, entre las que se destaca la madura Malas noticias. Un autor versátil que ahonda en la naturaleza humana con inteligencia y humor. Ahora está buscando un hueco para su última película, Cruzados, o como hacer cine sólo con talento y muchas historias por contar.

Españoles y excelentes directores que no encuentran el espacio que merecen, también hay muchos, voy a destacar a cuatro de ellos. Mario Iglesias, director de entre otros, los conmovedores cortometrajes Madres y Vecinos, reunió varias historias para su película De bares, a la vez cotidiana y mágica. Gran trabajador, con una sensibilidad única. Su última película Relatos, lo llevó al Festival de Tokio y fue editada en DVD, buscarla en la Fnac. Tampoco quiero olvidarme de Antonio Muñoz de Mesa, que además de presentador es el fantástico protagonista, guionista y director de la divertida Amigos de Jesús, ni de Sergio Candel, con la introspectiva Dos miradas.

Pero todos los anteriores tiene alguien en común, José Víctor Fuentes, director durante años del Festival de Cine Chico de Canarias, o Festivalito, que tuvo la capacidad de hacer un espacio para que todo este cine tuviera más visibilidad. Ahora con el Festivalito suspendido por falta de recursos (más cultura que se cargan), José Víctor pudo dedicarle tiempo a su faceta de director con el tierno largometraje 90 minutos y I love you, que tiene el curioso record de ser el plano secuencia más largo de la historia del cine, y ahora con La luz de Mafasca, también con la curiosidad de haber salido en Cuarto Milenio.

La poca visibilidad que tiene este cine es muy frustrante para los directores, guionistas, actores, y todos los que participan de estas producciones. Pero el deseo de contar historias supera todos los obstáculos.

No es casual que muchos de estos directores se hayan pasado al teatro, como forma de seguir narrando. Antonio Muñoz de Mesa tuvo hasta hace poco «Otro gran teatro del mundo» en el Teatro Pavón, Miguel Ángel Cárcano dirigió «Cuatro estaciones y un día» en el Teatro Lara, Diego Sabanés tiene en AZarte «La inapetencia y La extravagancia», y Sergio Candel está en Garaje Lumière con «La mirilla».

Recuerdo que hace unos años asistí a una charla con Lars von Trier. Una pregunta fue si ahora que los recursos para hacer cine están al alcance de todos, no iba a hacer cine todo el mundo. La respuesta fue muy simple, el lápiz y el papel están al alcance de todos desde hace décadas y no todos son escritores. No puedo estar más de acuerdo. No todos los que cogen una cámara son directores. Para eso hace falta mucho talento, mucho coraje, y sobre todo una enorme pulsión por contar historias que lleve a tener que hacer de esa película una realidad, sin importar nada más.

Todos estos directores tienen esas cualidades, dejando de lado los resultados a la hora de la distribución, todos partieron de muy poco a nivel material, pero con un mundo interior que, afortunadamente, los que vimos sus películas hemos podido compartir. Ojalá cada vez sean más los que lo hagan.

Inés González.