La fiera de mi suegra – Capítulo 5

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Tardé lo mío en entender que el dinero no es como los peces ni se multiplica ni se reproduce y que no me vendría ningún iluminado a obrar este milagro. Sin mi padre y Víctor al timón me sentía más abandonada que la barca de Remedios Amaya en la Eurovisión. Espain O point, l’Espagne O point así estaba mi cuenta bancaria.

Después de descartar la idea de meterme a señorita de compañía porque una era madre de un adolescente descerebrado con tendencia al descontrol y por lo tanto había cierta incompatibilidad horaria opté pues por el trabajo desde casa; a saber alquilar mi habitación vestidor a cualquier estudiante-hijo de papa.

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Siempre fui mujer de muchos recursos, es decir que siempre supe aprovecharme de los de los demás – hombres todos por supuesto, así que pensé “Carmencita céntrate, por una vez en tu vida intenta hacer las cosas sin pensar que si metes la pata vendrá alguien a arreglar el desaguisado”. Me senté en mi butaca de pensar, aunque últimamente me había servido de cama-duermemoña y de paño de lágrimas, cogí mi pluma preferida – soy una mujer de sangre y tinta nunca me gustaron los Boli’s Bic de usar y tirar, si la letra con sangre entra como bien me enseñaron las monjas catalanas de mi internado barcelonés, la letra con tinta se queda, ese es mi lema – y empecé una lista con el perfil de mi candidato. Yo estaba desesperada por conseguir dinero pero no tanto como para meter a cualquiera en casa.

Lo primero de todo; ¿niño o niña?… Mi primer impulso fue el de escoger a una señorita, las chicas suelen ser más limpias, ordenadas, educadas y cariñosas – eso fue antes de conocerte a ti claro está porque hay que ver cómo tienes la casa, no eres más inútil porque no entrenas. Sí, pero mi hijo, ese adolescente desgarbado que se negaba a cortarse el pelo y se me había hecho hippie – verle deambular por la casa vestido con túnicas en plan Jesús Cristo Superstar me daba grima y me hacía sentir como la Virgen María; una desgraciada quien intuye que su hijo se está echando a perder por las malas frecuentaciones – estaba dando muestras de ser todo un Don Juan – claro le viene de familia, su abuelo se lo llevaba de pequeño a jugar a las cartas con señoritas rubias que les regalaban chucherías (a él y a mi padre, espero no eran del mismo tipo) y de su padre no hablemos que ya sabéis cómo me dejó – y tener mucho interés en intimar con el sexo opuesto. A mí me parecía muy bien que el niño tenga sus romances pero eso sí, fuera de mi casa.

Con lo cual deseché la opción de inquilina, pensar en mi hijo manoseándola en la habitación vestidor o peor manoseándose él solito si la chica no se dejaba me iba a dejar a mí sin descanso, no quería volver a la solución bourbon-pastilla, que mis saludes se iban a resentir, tanto la física como la mental.

Inquilino sería pues… o en caso de no encontrarle; inquilina fea de hacer llorar las piedras para que mi nene no esté tentado y pueda concentrar en sus estudios – el pobrecito no me aprobaba ni una. Tenía por seguro que mi elegido tendría que ser blanco. Sí hija no me pongas esa cara, llámalo racismo y me da igual, pero a mí me turban los negros son tan… eso… ¡oscuros!… el pensar en encontrarme con

uno en el pasillo de mi casa me causaba pavor y así en petit comité te diré que si es cierto lo de sus atributos sexuales tan explosivos a mí me daba algo compartir el baño, tengo mucha imaginación y lo visualizo todo, meterme en la bañera y pensar que la había utilizado un portento sexual me habría provocado pesadillas o quizá sueños de esos que te hacen sudar y bien sabes que me han educado en el rechazo del sudor que es cosa de pordiosero o de labriegos; total que eso iba a desquiciarme, fijo.

Tampoco quería a un musulmán, mis alfombras persas no estaban hechas para el rezo, además esa gente ora a deshora no me digas que no, en eso los católicos somos más prácticos, un recito por la noche sin molestar a nadie y hemos cumplido.

También lo prefería guapo cómo no, nunca entró en mi vida un hombre poco agraciado, no iba a cambiar mis reglas por todo el dinero del mundo.

Así que puse el anuncio… se presentaron tres y escogí a Uli… un israelí de Tel Aviv. Era guapo de caerte de rodillas o en su caso de darse de cabezazos en el muro de las lamentaciones… Estudiante de medicina, a mi me tenía hipnotizada, teníamos charlas interminables sobre la religión judaica, la vida en la tierra prometida, sus clases … para mí a quien habían criado en el miedo de los judíos masónicos fue una revelación y lo mejor de todo es que pagaba religiosamente y en este caso me daba igual cual religión profesaba, Viva Moshe Dayan y su parche.

Eso sí había una pega; a quien no le agradaba tanto la presencia del médico judío fue a mi hijo que además de hippie se me había hecho rojo y pro palestino… Yo le explicaba que el dinero no tiene color ni raza ni religión pero él me enseñaba fotos de la guerra de los seis días y de los campos de refugiados palestinos – sabe que me impresiono fácilmente con las desgracias de la guerra – y se tomó la presencia de Uli como excusa para no pasar por casa.

A lo mejor era pelusilla también. Lo cierto es que una madre quiere a su hijo incondicionalmente sí pero de vez en cuando lo encuentra muy insoportable y Uli era una compañía más agradable que la de un revolucionario melenudo que se vestía como un santo en ayunas. Yo tenía el corazón partío pero el bolsillo más lleno y no sabía cómo resolver el conflicto en tenía en mi salón… Afortunadamente Uli me dejó por otra, de veinte años y poca agraciada para que veas que el amor es ciego, judía por supuesto y deseosa de pasar las vacaciones en un kibutz – sólo una judía convencida puede aceptar tal castigo, trabajar y compartir es la cosa más absurda que se me ocurría hacer en mis días de asueto. Entonces vino Ushi Liou, un chino de la roja China… después del judaísmo entraba el comunismo en mi casa, si mi padre se hubiese enterado me hubiese mandado al ostracismo familiar fijo. Con Ushi no tuve comunicación, apenas hablaba francés, era un chico muy sigiloso que no salía del cuarto vestidor, comía arroz a todas horas y no recibía más visita que la de un compatriota que llegaba a cualquier hora en bicicleta. Se encerraban los dos y a mí me daba por pensar que encima de comunismo también alojaba a unos homosexuales. Me pegaba contra la puerta en un intento de adivinar lo que se cocía por dentro pero no se escuchaba nada, desde luego si eran amantes eran de los silenciosos. A mí eso del sexo sin desaforro me desconcierta, una que es pasional… Cuando salían del cuarto y iba a su encuentro y les preguntaba qué qué tal pero ambos me contestaban sonriendo y haciéndome una pequeña reverencia, “bien Madame Carmón merci Madame Carmón” es lo único que parecían saber decir. Acostumbrada a las charlas con Uli, me aburría ese inquilino encima mi hijo también se pasaba cada vez más tiempo fuera que conmigo, me sentía abandonada por todos los hombres a quien amaba y me temo lo pagué con Ushi Líou, no me comporté de forma muy simpática con él. Le impuse horarios de acceso a cocina, baño y salón, le regañaba por dejar sus zapatos en la entraba, por utilizar mi paño de cocina, le acusé haber usado mi toalla de ducha cuando sabía que lo más probable era que el culpable era mi hijo… pero Ushi no se inmutaba todo era “Bien Madame Carmón”. El día que se marchó me regaló una acuarela de una maternidad de Picasso pintaba por él, preciosa… me sentí muy mal por todo lo que le hice pasar pero como siempre él me sonreía y se fue con un “merci beaucoup Madame Carmón” y yo me di cuenta entonces de que le iba a echar de menos. Pero por lo menos había aprendido una palabra más y eso me reconfortó, además los comunistas estaban acostumbrados a las vejaciones o ¿no?. La chica francesa que le siguió era fea y amargada, no hicimos buenas migas, ella era nieta de republicano y cuando la expliqué que yo no me fui por política sino por amor y que no tenía interés en acudir a reuniones de nostálgicos de la guerra – cosa de muy mal gusto para qué recrearse en la desgracia – y que encontraba que Pasionaria era nombre de folclórica, dejó de dirigirme la palabra y se fue al mes, entonces hospedé a un belga, un polaco pero ya había perdido el interés, actuaba de casera sin más… ya me estaba cansando de tantos inquilinos… Aburrida, con un hijo cada vez más insufrible y ausente me volvía a sentir sola e abandonada… Menos mal que Uli de vez en cuando me visitaba y una noche me invitó a una cena con amigos y amigos de amigos… No estaba por la labor pero cuando me miré al espejo me confundí con una portera así que pensé “Carmencita, saca el vestido rojo, el chanel cinco y ponte tacones”… y salí, me lo pasé en grande y pensé que quizá era hora de meter a otro inquilino en casa pero que está vez sería uno que volvería a permitirme ser la misma de siempre, una mujer que confía en su hombre para solucionarla la vida, somos los que somos a fin de cuentas… y fue cuando conocí a Marcel.

Y aquí termina el cap 5 de la fiera de mi suegra – no os perdáis “cuando mi suegra se enamoró de nuevo, o como una ola que diría la más grande”….

Fdo Crueladeval, sufridora de suegra en sus ratos de no trabajar.