Soy Lo Peor – CAPÍTULO 10 y ÚLTIMO

antoniamagazine-soylopeor-capitulo10Como bien habréis imaginado, se acerca el momento que lleváis esperando desde un principio. Espero no haber decepcionado a nadie por no haber comenzado directamente con los detalles escabrosos. Prefería que me conociérais un poquito, que supiérais de mi propio puño y letra quién soy, todo lo que aconteció en mi vida las semanas previas al terrible hecho que le dio la vuelta a mi vida, como bien sabéis, y que me convirtió en el centro de atención de cada periódico, de cada programa de televisión y de cada telediario. Se han dicho de mí muchas mentiras, muchísimas, y por eso he escrito esta novela. No sólo para saciar vuestra curiosidad y vuestro morbo; no sólo para llenar los bolsillos de los editores que están deseando hincarle el diente a la historia de, bueno, no repetiré el apodo que me han puesto porque de sobra ya lo sabéis… Quiero defenderme, defender mi verdad. Que sepáis que si hicieran una tv-movie de mi vida, yo no sería una Carrie Bradshaw, una niña pija que vivió en Nueva York como han dicho de mí muchos colaboradores de programas del corazón. Tampoco soy el monstruo que muchos otros creen que soy. Simplemente soy yo, Ofelia. Tras nueve capítulos sabéis algo de mí. De cómo fue escribiéndose el camino, de mi pasado, de mi familia y mis vivencias tras acabar la carrera. Todo va enlazado. Desde la primera borrachera de mi padre a aquel vuelo de regreso a  mi hogar, a asistir a mi madre en sus últimas horas de vida. Todo está enlazado. Quién me iba a decir a mí que las clases de Teoría de Literatura de primero me iban a servir para escribir un libro sobre mi vida, a mí, que siempre he tenido una vida tan gris, tan aburrida, tan falta de gracia.

CAPÍTULO DIEZ: EL ÚLTIMO CAPÍTULO

Decir que siempre he odiado los hospitales sería un poco absurdo porque a quién en su sano juicio le gustan. Mientras caminaba hacia la habitación en la que yacía mi madre, mi mente iba haciendo una queja formal al director de aquel centro, por el ambiente tan triste que envolvía todo. ¿No sería mejor para la salud que las paredes fueran de colores, que las habitaciones estuviesen decoradas con girasoles? Llegué a la 420. Me acerqué lentamente, queriendo hacer eterno el recorrido desde la puerta hasta la cama porque sabía que una vez que llegara a ella, no habría vuelta atrás, sería consciente de que todo tiene un fin, de que todos tenemos un fin. El rostro de mi madre, cansado y envejecido, no tenía nada que ver con el que había tenido en los últimos años, el de una persona jovial, divertida, despreocupada y enamoradiza. Siempre había censurado, en cierta manera, su comportamiento, y en aquellos momentos más que nunca deseé que saliera a flote la mujer de cincuenta y tantos años fan de Justin Bieber que había sido.

-Mamá…- susurré esbozando una leve sonrisa.

-Ofe, cariño…Ven aquí, dame un beso.

Posé mis labios templados en su fría mejilla.

-Estás más flaca, Ofe. Tú no has estado comiendo bien en América; sólo tienes tetas.

Cuando una madre critica tu peso significa que por el momento no se va a morir. La abracé con todas mis fuerzas y no le respondí. Olí su pelo.

-Anda, no te quedes aquí conmigo. Échale un ojo a mi casa, quiero que duermas allí esta noche, me hace sentir bien saber que mi  hija ha vuelto al hogar…

Regresé andando, contemplando como todo a mi alrededor seguía igual y al mismo tiempo, todo habia cambiado tanto pues mis ojos, eran ojos diferentes a los que había tenido hasta el momento. En Nueva York me había divertido, había sufrido, había experimentado el poder, la miseria, la libertad e incluso el terror más absoluto. Me había enfrentado a los fantasmas del pasado y había resultado vencedora. Curioso que el final de mi camino estuviese en el mismo punto en el que lo inicié y que la que hubiese cambiado hubiese sido yo y no el lugar. Reí en voz alta, por momentos mis pensamientos parecían sacados de algún puto libro de Paulo Coelho. Menudo basurón.

Entré en la casa, en penumbra a esas horas de la tarde. Minúsculas partículas eléctricas pululaban por el ambiente como pequeñas haditas malvadas y mordisqueaban mi piel, alterando mis tejidos nerviosos, mis ganas de tener un hombre entre mis piernas. Dejé el bolso sobre el sofá y fui hasta la cocina para beber algo. Quedaban unas latas de cocacola en la nevera, así que abrí una. Escuché un gato maullar en la planta de arriba. Dejé la cocacola y subí intrigada a ver de qué se trataba, no sabía que mi madre tuviese un gato. Era solamente mi imaginación… Allí no había nada ni nadie. Contemplé la habitación que había pertenecido a aquella Ofelia tan distante, tan lejana, los pósters de los Backstreet Boys, de Ricky Martin. Oh, Ricky… Qué bueno está. En mis fantasías, Ricky no era gay y se abría paso en mi interior con su pene descomunal. Me senté al borde de la cama y comencé a acariciarme el pecho para, decidir en un último segundo, que no me apetecía ser sutil en aquellos momentos. Abrí la mesilla de noche, deseando que siguiera ahí aquel objeto sagrado que tanto placer me había dado durante mis solitarias noches de adolescente. Saqué una vela, decorada con una cruz y una paloma, regalo de mi primera comunión. Nunca sabría mi catequista, Doña Rosita, el buen uso que le había dado yo a aquella vela durante tantos años. Cerré los ojos y mientras me bajaba las bragas con una mano, con la otra introducía aquel cirio divino en el nombre de Cristo y de Ricky Martin. «¡Ricky!» gemí. Y en aquel momento, un flash cegador inundó el mundo de color naranja. Pensé que el mundo había acabado con un apocalipsis nuclear o que me había dado un infarto cerebral provocado por aquella masturbación tan profana. Pero no, queridos lectores, ya sabéis lo que pasó. Si buscaís en google «Masturbación vela Ricky Martin» siempre aparece el video. Por mucho que la cadena intente suprimirlo, el video siempre aparece, y cada vez con más visitas.

Vayamos por partes. Un par de horas antes, Amaranta Cuartana, la presentadora de «Si el amor llama a tu puerta» estaba francamente preocupada por los índices de share.

-A nadie le interesan las declaraciones de amor -pensaba. Yo debería estar presentando algo arriesgado, novedoso, un «Atrapados en el iglú». Desde que comenzaron las gangrenas, se está disparando la audiencia.

Dio un último repaso al guión, echándolo sobre el sofá de piel de yak. ¿Un hare krisna que quiere recuperar a su novia? ¿En serio no podían conseguir nada más interesante? No sabía Amaranta que por aquel programa, se llevaría el minuto de oro, el video más visto en youtube durante meses y un TP de oro. No parecía interesante lo del hare krisna, claro que no.

-¡Buenas noches, corazones!- exclamó con su mejor sonrisa Amaranta desde el plató rosado de «Si el amor llama a tu puerta».

El público aplaudió entusiasmado.

-Esta noche comenzamos con un caso muy particular. En estos momentos, Arturo está encerrado en el armario de la habitación de su ex-novia, dispuesto a declararle su amor y a pedirle una segunda oportunidad. ¿No es así, Arturo?

Tras Amaranta, una pantalla gigante con forma de corazón mostraba a un tipo con cara de pringadillo, cabeza rapada y túnica naranja, entre perchas y trajes de estampados de flores.

-Sí, Amaranta- dijo el pringadillo medio tartamudeando.

-Ofelia abandonó a Arturo para comenzar una nueva vida en Nueva York y él, el pobre, decidió meterse en un templo budista para encontrar la paz interior.

-Bueno, no es exactamente budis…

-Ya imaginamos lo que ha estado haciendo Ofelia en Nueva York, ¿verdad?

El público rió.

-Pero aún así, Arturo, que tiene un corazón enorme, ha decidido esta noche que quizás, si el amor llama a su puerta, Ofelia pueda cambiar de idea… Me informan de que está entrando por la puerta. ¡Muy atentos! ¡Estamos observando, corazones!

Conexión en directo. Cámara uno. Ofelia deja el bolso sobre el sofá. Cámara dos. Cocina. Se ha servido un vaso de cocacola. Escucha a Arturo maullar tal y como estaba escrito en el guión. Camara tres. Ha entrado en la habitación. Mira a su alrededor. Se sienta en la cama. Se desabrocha la blusa. Abre el cajón de la mesilla de noche. ¿Qué es lo que ha sacado? ¿Es una vela? ¿Qué…?

-¡NO SE OS OCURRA CORTAR!- grita Amaranta-. ¡ESTO ES LA VIDA EN DIRECTO!

Lo que dice Amaranta, va a misa. Ella es la presentadora, la productora, la dueña de cada de nómina, de cada euro que se mueve en aquella cadena. Para algo está liada con quién está liada. Mientras tanto, yo ya había cerrado los ojos y gemía en voz alta el nombre de mi ídolo de la adolescencia, intérprete de temazos como «María» y «La copa de la vida», entre muchos otros.

El armario se abrió y la luz inundó la habitación. Abrí los ojos y medio cegada pude distinguir a Arturo, hecho un esperpento ante mí y a un cámara con un foco gigante. Asustada y medio mareada, me subí las bragas mientras que una voz, proveniente no sé muy de donde, me saludaba, se presentaba como Amaranta, la de «Si el amor llama a tu puerta» y me pedía que escuchara lo que mi ex-novio budista tenía que decirme.

-¡TÚ!- le dije a Arturo apuntándolo con un dedo-. ¿TÚ TE CREES QUE QUIERO ESCUCHAR LA MIERDA QUE TENGAS QUE DECIRME?

Le lancé la vela y ésta le dio en toda la cabeza. Escuché al público, muerto de la risa, desde el plató.

-Pero Ofelia, cariño, mi amor…Yo… ¡Te he echado tanto de menos!

Me puse de pie, ante él. Aquello era el colmo, siempre se las había apañado para que yo fuera la mala. Bien, lo había conseguido, había conseguido darle lástima a España entera quedando yo como  la malvada ex-novia que se hace dedos, mejor dicho, velas, fantaseando con un gay sudamericano.

-¡Te odio, Arturo! ¡TE ODIO! ¡ODIO CADA SEGUNDO QUE HE PASADO A TU LADO, CADA SEGUNDO DE MI VIDA QUE HE DESPERDICIADO CONTIGO! ¿Sabes? YO NO SOY LO PEOR.

Pero, queridos lectores, ya sabéis que el destino es cruel. Dichas estas palabras, llenas de rencor, de hiel, de malestar y deseos de venganza, Arturo cayó de rodillas sobre el parqué de mi habitación. Llevándose la mano al pecho, emitió un sonido gutural que no supe muy bien como interpretar.

-¡Llamen a una ambulancia!- grité horrorizada-. ¡Arturo! ¡Arturo, no te mueras!

Me agache y le agarré de la mano. Pero no me dio tiempo a decirle nada más, ni siquiera a pedirle perdón. Amaranta Cuartana tuvo en un mismo programa una masturbación, una muerte y un 51% de audiencia. Me llamaron para participar en «Debatir o morir», en la segunda edición de «Atrapados en el iglú» (tras la súbita cancelación de la primera edición debido a la congelación de varios miembros de varios concursantes) e incluso como jurado en ese programa de los indigentes que imitan a famosos. También me ofrecieron escribir un blog contando mis experiencias sexuales en Nueva York, patrocinado por una conocida marca de condones y lubricantes y ser la novia tapadera de un cantante gay. Pero yo no acepté ninguna de las propuestas.

Pienso en Arturo a diario, pero ya no me siento culpable. Soy consciente de que en la vida no siempre se pueden llevar las riendas y de que en ocasiones, es un caballo mucho más salvaje de lo que una se creía cuando todo parecía aburrimiento y monotonía. Mi vida ya no es aburrida, pero dios me libre de vivir en aquella vorágine que hace que salga lo peor de mí. Porque todos tenemos nuestro lado oscuro, claro que sí, al igual que las rosas tienen espinas las personas tenemos nuestra propia defensa en forma de mala leche, de actos que no siempre son los más beneficiosos para los demás ni para uno mismo.

Despierto cada mañana con el olor del pan recién hecho. Mi madre ha descubierto el placer de la cocina e invierte todo su tiempo en alimentar a su hija y a su futura nieta. Dice que tengo que comer por dos. El sol entra por las ventanas, sin faltar a su cita ni un sólo día. Mientras se enfría la hogaza, bajo, con paso tranquilo, a la playa. Camino observando la naturaleza, sintiendo cada grano de arena en mis pies, la brisa en mi pelo, la sal impregnando levemente mis labios. Después de un baño, dejo que el sol seque mi piel, subo de nuevo a la casa y desayuno junto a mamá. Paso el resto del día escribiendo, leyendo, de vez en cuando compongo alguna canción, subo al pueblo con mi madre a bailar, o a beber alguno de esos deliciosos cócteles de frutas que sirven dentro de piñas. Una dominicana da clases de respiración para el parto los jueves al mediodía y suelo ir, no sólo para prepararme para el gran día, sino para hablar con las amigas que he hecho allí, algunas con maridos, otras en mi misma situación. Nadie me pregunta por el padre, y cuando alguien lo haga, quizás mi propia hija dentro de algunos años, yo le diré que su padre es el cielo, el sol, el amor, la inquietud, la aventura. Que fue fruto de una búsqueda. Y atrás habrán quedado estos diez primeros capítulos de mi vida, bajo el epígrafe de «Soy lo peor» y le diré, claro que sí, que con ella comencé a escribir una nueva historia, la más maravillosa, la más grande, la más feliz…

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