Soy Lo Peor – CAPÍTULO 2

antoniamagazine-soylopeor-cap2Voy a recapitular un poquito por si alguien se ha perdido. Esta es la historia de mi vida, bueno, no de toda mi vida porque he comenzado a contar a partir de que las cosas se pusieron interesantes. Antes de eso, yo tan sólo era una fea con cara de caballo y un novio que se empeñaba con que lo nombraran sustituto de la madre Teresa de Calcuta. Te digo yo que la Teresa de Calcuta era una mala persona al lado de Arturo, que antes de los treinta ya había salvado ballenas, focas, rumanos y exnovias con cáncer.

Imaginad, si él hacía mala a una santa beatificada… ¿En qué me convertía a mí? Durante años fui una mezcla de El Anticristo y Betty, la fea. Me eclipsaba como Lady Gaga eclipsa a Katy Perry, como María Teresa Campos eclipsa a Terelu, como Mary-Kate Olsen eclipsa a la otra.

Fui una novia a la sombra hasta que un día, todo cambió. Me tocó un cupón de la ONCE, me puse tetas y me ofrecieron irme a trabajar a Nueva York como «personal assistant» de Henry, el novio de mi madre (esto significa en inglés «asistenta personal», pero no creáis que es asistenta de limpiar y hacer las camas, es asistenta de llevar la agenda de reuniones y esas cosas). Mi madre se cree que es más joven que yo y se compra la ropa en Bershka. Su novio se inyecta botox cada quince días en los pómulos y pasa media vida tostándose bajo una lámpara de rayos UVA. Un cuadro, vamos. Pero yo a ella la quiero, y él me cae bien porque la trata como a una reina y además, es mi jefe.

¿Estamos ya en situación? Yo, la ninguneada que se toma la revancha, mi madre, loca del coño, y mi novio Arturo me hace sumamente infeliz. Esto último hay que tenerlo en cuenta para los acontecimientos que ocurrieron tras mi llegada a la Gran Manzana, que si no, va a parecer que soy lo peor…

Capítulo segundo: ¡A lo Dolly Parton!

El viaje transcurrió sin incidentes. Hubiera sido emocionante que un grupo terrorista hubiese secuestrado el avión y yo hubiera acabado enamorada de su líder, de piel morena y ojazos color café, y viviendo con él como una proscrita en la Polinesia. Pero no. Lo más emocionante que ocurrió en aquel avión fue ver al hombre lobo de «Crepúsculo» quitarse la camiseta en «Luna nueva». Me vi la saga entera mientras Henry roncaba a mi lado y me sentí una pringada. Debía estar haciendo planes, mirando mapas, eligiendo museos que visitar y tiendas en la que comprar. Pero no, mi vuelo se pasó sin pena ni gloria viendo como Bella, con ese rictus de tener un palo metido por el culo, se decanta entre un menor de edad ciclado o un vampiro obviamente homosexual.

De todas formas, es bonito que te pase algo así en la adolescencia. Si yo hubiera tenido un gran amor a mis dieciséis o diecisiete años no hubiera acabado diciendo que sí al primero que me lo propuso estando ya en la universidad. Sí, he de confesarlo, Arturo fue el primero. Con él perdí la virginidad y con él tuve la primera pelea de pareja en Ikea. Como buen ecologista, él estaba en contra de los muebles de madera y tenía en mente un proyecto a largo plazo de vivir en una casa cien por cien orgánica. Yo al principio no entendía muy bien qué significaba aquello, pero lo que quería decir el muy guarro era que para no talar árboles ni contaminar el mundo con cemento, ladrillo, pintura, vamos, con lo normal, él quería vivir en una casa hecha de cacas de animales (espero que fueran de animales), ramitas, piedras y con muebles hechos de hojas de helecho. Las parejas normales se pelean por si la Expedit ha de tener un módulo o dos. A mí, me tocó el más difícil todavía y defender con uñas y dientes mi derecho a no vivir como en la isla de Supervivientes. Al final acabamos alquilando un piso de dos habitaciones amueblado (¡Bien! ¡Que le den al Amazonas!) y sin ascensor, como todo hijo de vecino. Sí, el mismo piso que llenó de rumanos. Sí, el mismo piso en el que me encontré a su ex medio desnuda y calva. Ese mismo. Cambiemos de tema. Resulta que  varias películas de «Crepúsculo» más tarde, llegué a Nueva York.

Nueva York… ¡Podría decir tantas cosas de mis primeros días en esta ciudad! MENTIRA. Yo había pensado que al estar enchufada en el trabajo, podría hacer lo que me diera la gana menos trabajar. Que podría ir a comer ensaimadas con Carrie y Samantha, que podría tomarme un café en el Central Perk, unas cervezas en el Maclaren’s, echarme unos bailes en Studio 54… Nada de nada. Resulta que nada más llegar, Henry me dice que el trabajo va a ser duro. Y efectivamente, me paso quince días yendo del hotel a la oficina y de la oficina al hotel. Saliendo antes del amanecer y volviendo cuando ya ha anochecido. Me sentí tan timada, con el sueño americano hecho pedazos, tan lejos de la vida fashion con la que había fantaseado antes de partir… El hotel era como una caja de zapatos. No era un cuchitril, ni tenía cucarachas ni nada por el estilo. Pero era una caja de zapatos. Cuadrado, gris y feo. Sin encanto, sin ese hall de las películas que corta la respiración, sin botones negros que te sonríen y te llevan las maletas, sin moqueta. Era un lugar más parecido a un hospital que a un hotel. Silencioso, cuadriculado, donde todo era automático. Por no haber, no había ni recepcionista. La puerta de entrada estaba cerrada a cal y canto y se abría sólo pasando una tarjeta. Del servicio de habitaciones mejor ni hablamos porque era inexistente. Henry me dijo, imagino que al verme la cara de decepción, porque cuando algo me pasa se me pone cara de pequeño pony degollado, que aquel hotel para «ejecutivos» era algo temporal, que pronto podría alquilar mi propio apartamento en el centro. Eso me animó un poco más. Porque la imagen de una nueva Ofelia, decorando su propio piso en el centro de Nueva York era bastante atractiva. Sí, me leéis la mente si pensáis que me vi decorando el piso de Carrie Bradshow. Siete largos y cansados días después, seguía encerrada en aquella cárcel.

Laboralmente, las cosas tampoco eran lo que yo había esperado. Como siempre me había llevado mal con mis compañeras de trabajo (¿o acaso no recordáis lo que me había dicho Elisa Tortorici sobre echarle mis tripas a sus perros?), decidí ser la más simpática del mundo y reír por todo y traer cafés para todos y contar chistes sobre pollas para que todos rieran. Es eso lo que hacen las típicas que caen bien a todo el mundo, ¿no? PUES NO. Cuál es mi sorpresa al llegar a mi nuevo lugar de trabajo y descubrir que NADIE habla español. ¿Pero no dicen que el español es el idioma más hablado del mundo después del chino? ¿No dicen que hay tanto inmigrante en Nueva York, y tanto mexicano y boliviano y peruano? Pues nada, todo mentira. Allí sólo había tres chicas estupendas, rubísimas, riendo por todo, sirviéndose cafés las unas a las otras y contando, seguramente, chistes de pollas en inglés, hecho que no pude comprobar porque mi nivel de inglés era, y es, nivel 1 de Muzzy, es decir, una mierda que sólo sirve para decir «I am big». Además, a las muy putas les dio por llamarme «Macarena» y cada vez que entraba o salía por la puerta gritaban «Eeeey Macarena ¡UH-AH!» ¿Por qué caía mal a todo el mundo? ¿Era por mi cara? ¿Por mi estrabismo? ¿Por un cartel que llevaba en la frente que decía «SOY LA HIJA DE HITLER»? Siete días después, estaba de ser la «personal assistant» de Henry hasta el último pelo del coño. Ahora entendéis por qué me hubiera gustado que hubiesen secuestrado el avión, ¿verdad?

Quince largos y aburridos días en Nueva York sirvieron para que comenzara a echar de menos a Arturo. Tanto decir que me quería y no había sido para llamarme ni una sola vez en todo ese tiempo. Yo a él no lo había querido llamar para que no se pensara que estaba reculando. Al fin y al cabo había sido yo la que había decidido poner tierra (y mar) por medio. Miré con nostalgia las fotos que tenía en el móvil: Arturo dando una limosna a un leproso, Arturo acariciando un perro tuerto… En un arrebato de celos, borré todas y cada una de ellas. No, no quería tener ese recuerdo de él, ayudando siempre a los demás. ¿Por qué no podía haberme enviado fotos de su rabo como hacen todos los novios normales? Justo cuando borré la última, el teléfono comenzó a vibrar al son de la danza kururo, mi politono favorito. Era mi madre, realizando su llamada diaria de control.

-¿Todo bien, cariño?

-Sí, mamá. Henry sigue encerrado en la oficina, sigue sin parecer interesado en el trío Maravillas y yo como bien.

-Hija, ¿no has hecho amistad con esas chicas?

-No hasta que me pongan un intérprete.

-Ay Ofe, con esa gracia que tienes tú deberías trabajar en una de esas series que hacen en América, en la de las amigas que hablan de sexo todo el rato. De hecho, te das un aire a la que hace de…

-¿Me estás llamando caracaballo?- interrumpí.

-¡Desde luego no se te puede decir nada! Oye, por cierto, y antes de que se me olvide. Arturo se ha metido a Merry Christmas de esos. Va rapado, con una túnica naranja y haciendo el mamarracho por ahí. Qué vergüenza, menos mal que lo dejaste, cariño. Si lo viera su madre, la pobre, que en paz descanse… Con lo orgullosa que estaba ella de que el hijo le iba para ingeniero.

-¿Rapado? ¿Dices que iba rapado?

Yo, que soy muy de sumar dos más dos son cuatro y de ver que si algo es blanco y en botella, seguramente sea leche, corté la llamada, y dejándome llevar por la intuición femenina y mi mala leche, me fui directamente a contactos y llamé a Arturo. Esperaba que en su nueva vida de pequeño saltamontes aún conservara el apego por la comunicación y no hubiese donado el móvil a los niños de Etiopía. Por suerte, aún lo guardaba y me cogió tras un par de tonos.

-¡Ofe! ¡Qué sorpresa! ¡Justo estaba pensando en ti!

-Eres un cabrón y un hijo de puta, Arturo. Vamos a ver, que no soy tonta, que ya me he enterado que te has hecho budista de esos que son una secta, que es lo que te faltaba vamos. Y que a mí no me engañas, que la zorra rapada que estaba en nuestro baño no tiene cáncer, que lo que pasa es que es otra budista y estabáis preparando vuestra huída, es eso, ¿verdad?

-¡Pero Ofelia! ¿Cómo puedes pensar eso de mí?

-¡Vamos que si lo pienso! ¡Pongo la mano en el fuego! Que siempre te ha encantado hacerme sentir mal porque no apoyo tus causas y era todo mentira… ¡Cáncer, dice! ¡Y un coño! Que te lo digo yo, que a mí no me engañas. ¡Que esa lo más parecido a un tumor que ha tenido dentro del cuerpo ha sido tu micropene, mamarracho!

-Tú misma, piensa lo que quieras. Nunca creí que cambiaras tanto, que fueras tan egoísta… Echo de menos a la Ofelia a la que le brillaban los ojos y cuya sonrisa era radiante como la luz del…

-¡Gilipollas! Me has sido infiel y… me las vas a pagar- fue lo último que dije antes de colgar.

Dios, los había tenido delante de mis ojos, no llego a dejarlo y me deja él a mí para irse a vivir a un monasterio hindú de esos, a labrar un huerto, hacer yoga y esnifar incienso. ¡Y pensar que por un momento la rapada merecía un buen trato porque estaba a punto de palmarla! Miré el reloj. Eran las doce de la noche y pensé que qué coño, que era joven, tenía buenas tetas, un perfil picassiano y un despecho tan sólo comparable al calentón de llevar tantos días sin catarlo. Me duché, me puse una minifalda, un escote y salí a comerme la ciudad. Por llamarlo de alguna manera. HABÍA DESCUBIERTO QUE ARTURO ME HABÍA SIDO INFIEL Y DECIDÍ QUE ME DESQUITARÍA TIRÁNDOME A TODOS LOS TÍOS QUE CONOCIERA EN NUEVA YORK.

Paré uno de esos taxis amarillos sintiéndome la protagonista de mi propia película.

Tu one discoteque– le dije al conductor. Esto significa en inglés, «Lléveme a una discoteca, por favor», más o menos, aunque realmente lo que yo quería decir era «Llévame a un bar lleno de tíos buenos», pero obviamente mi nivel de inglés (Muzzy 1, como ya os he dicho) no daba para más.

El taxista, contra todo pronóstico, me entendió a la primera (o eso creí yo) y arrancó. Una hora y media después, y con el taxímetro al rojo vivo, paró delante de un garito impresionante. Un neon gigante daba la bienvenida al «THE SAGGY SAUSAGE». ¿Qué significaba? Intenté recordar algunas palabras de mi limitado vocabulario. ¿»Saggy Sausage» era buen rollo en inglés? Sí, eso me pareció. Pues nada, con el mejor rollo del mundo, saludé al portero, un gorila con más espaldas que King Kong, y entré hecha toda una chica de gran ciudad. Aquello no estaba mal, aunque la música country no es mi estilo estaba lleno de hombres atractivos. Quizás eran demasiado mayores y canosos para mí, pero bueno, yo tampoco es que pueda ponerme exquisita a la hora de ligar. Por un momento pensé que era un bar gay, pero no, no lo era, había algunas mujeres, divinas, guapísimas y con la misma talla de sujetador que yo (no con ello quiero decir que llevaran sujetador, que la mayoría no lo llevaban bajo sus cortísimos vestidos de lentejuela). Un tío parecido a Sean Connery con sombrero de cowboy se me acercó. Ligó conmigo en inglés y yo chapurreé varias palabras entre numerosos «ok» y «yes». No sé cómo, pero al final la copa me salió gratis. Después de un par de ellas, acabé bailando a lo Coyote Dax con él y sus amigos. Las luces eran preciosas, mis pies se movían con gracilidad… ¡Incluso mi manejo del idioma pareció mejorar! Sí, estaba borracha, no hace falta que lo digáis vosotros. Qué bien se ve la vida con unos cuantos cubatas en el cuerpo, una se olvida de lo pringada que es y de los cuernos que lleva sobre la cabeza. El Sean Connery me cogió de la mano y me dijo de irnos para lo oscuro. Sí, a mí me pasa como a Pocahontas, que después de cinco minutos ya habla inglés gracias al lenguaje del amor, aunque lo mío sería gracias al lenguaje de lo contento que tenía el chichi. Le dije que «yes» y lo seguí hasta los baños. Estaban escasamente iluminados y por las numerosas figuras, contornos y gemidos, todos habían ido hasta allí pensando en lo mismo que yo. ¡Me encantaba lo liberal que era Nueva York! ¡Allí se estaban haciendo incluso mamadas! Mi acompañante comenzó a meterme mano, primero fueron a las tetas, y después, bajando poco a poco. Mis ojos se fueron acostumbrado a la luz, y me llamó la atención que a nuestro lado, había un hombre arrodillado chupándosela a una mujer. Mi mente intentó poner las cosas en su sitio… ¿No debía ser al revés? Cuando la mano del cowboy llegó a mi entrepierna, paró en seco y palpó un par de veces, como si intentara buscar algo que se le había perdido. Murmuró algo que sonó blasfemo y se apartó de mí. La mujer, con pene, que estaba junto a mí comenzó a reírse.

-¿Qué coño pasa aquí?- pregunté enfadada.

El hombre maduro y canoso que estaba entretenido con la salchicha de mi vecina de cuarto oscuro se puso en pie de un respingo, como si una chinche le hubiera mordido en el culo, cosa que no me hubiese extrañado debido a la dudosa higiene de aquel bar.

-¡OFELIA!- gritó.

-¡Henry! ¿Qué haces chupándosela a…- entonces mis ojos sí que vieron clara la escena.- …a una negra con polla?

Fuera del cuarto oscuro, Dolly Parton cantaba «De 9 a 5». Hombres maduros vestidos con camisetas de cuadros y desgastados pantalones vaqueros bailaban en linea. Mujeres de tetas enormes y más guapas que yo, a pesar de sus caras varoniles, esperaban en la barra a que alguien las invitara a una copa. Dentro del cuarto oscuro, se paró el tiempo. No sabía qué hacer, si enfadarme con el novio de mi madre por ser maricón o si sentirme la tía más pringada del mundo porque en una sola noche, el taxista, el portero y un cowboy con cara de Sean Conney me habían tomado por travesti…

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¿QUÉ PASARÁ EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO?

A. Ofelia le cuenta a su madre el secretillo de Henry y regresa a España tras su experiencia americana.
B. Ofelia se guarda el secretillo de Henry y éste la asciende en el trabajo, convirtiéndose en la jefa del Trío Maravillas.

C. Ofelia, a pesar de no tener polla, comienza un romance con el cowboy maduro.

D. Hay una redada en «The saggy sausage»y Ofelia acaba en la cárcel porque además de confundirla con un travesti, la toman por puta.

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