Un español en la corte de McQueen, por Lucio Chiné

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Crecí  viendo desfiles y revistas de moda. Hubo una época en la que conseguir material de moda era casi imposible. Los amigos que viajaban al extranjero me traían Vogue USA, Paris e Italia de sus viajes, todos ellos están guardados como tesoros. Todos supusieron en su época un subidón de endorfinas. Con los años, la moda se popularizó y puedo afirmar que viví de un modo casi físico la transición de la vieja Costura a la nueva moda fusilada casi en directo. Esa transición en la que las casas de moda clásicas perdían fuelle en  favor de las multinacionales ha sido una época maravillosa e inolvidable que engulló a genios de nuestra generación, hizo ricos a muchos de ellos y olvidó a la mayoría.

La segunda época dorada de la Costura duró muy poco pero se estudiará en los libros de Historia de la moda como los tiempos en los que la implacable maquinaria de la industria de exprimió hasta la muerte a uno de sus mayores genios.

Yo sigo de luto por la muerte de Alexander McQueen, aún no he digerido sus tres últimas colecciones ni su colección póstuma. La velocidad a la que la industria devora a sus propios hijos hace que eche de menos los días en los que esperaba en casa a que llegaran los especiales de colecciones que cada seis meses salían a la calle para deleitarme con cada una de sus páginas. Ahora  veo con desgana y obligación los desfiles en riguroso directo.

Yo viví la constante evolución de Alexander McQueen desde su Londres natal hasta París casi día a día. Empaticé con lo que sentía con cada colección, su sufrimiento constante, su rabia, su ira y su profunda sensibilidad por las cosas que a otros les parecían feas. Recuerdo sus callejeros shows en la Semana de la moda de Londres su salto a París a sustituir a Galliano en Givenchy, su contrato con Pinault y las fantásticas e inspiradoras colecciones que dejaron al mundo de la moda boca abierto. Yo viví todo esto desde mi casa pero es que Sebastián Pons lo vivió de primera mano.

Pons es un diseñador  de moda mallorquín que estudió en Saint Martins School y que conoció, amó y lloró la muerte de uno de los genios de la moda de nuestros días. Amablemente ha accedido a responderme unas preguntas para Antonia Magazine. El  tema es que él es incapaz de realizar una entrevista al uso de preguntas y respuestas y he tenido la INMENSA SUERTE de hablar, sobre uno de mis héroes, con uno de sus más fieles colaboradores,  por teléfono, por chat, por Messenger -que en paz descanse el Messenger-, y hasta por tam-tam. Hemos llorado, yo mucho, recordando al genio de las mezclas insólitas y me ha dado mucha envidia no haber ido de juerga con él, con la ahora famosísima estilista Katy England y con Shaun Leane, autor de todas las piezas de metal de los shows. Pons trabajó en doce colecciones de Mcqueen y en diecisiete en Givenchy. Creo que todo lo que cuento aquí y lo que me guardo, es oro puro, al menos para mi.

Sebastián Pons y Lee Alexander Mcqueen se conocieron en 1992 en Saint Martin School. El mallorquín era un recién llegado y Lee había vuelto a la escuela a hacer un máster. El genio inglés era un joven tímido acomplejado por su físico, se hicieron amigos instantáneamente. Con el tiempo se convirtió en parte de «su corte» y  en una persona clave en todo su trabajo durante los años que trabajaron juntos. Para una persona con la personalidad del inglés convertirse en alguien de su Corte era doblegarse a sus caprichos, adelantarse a sus  pensamientos y entrar en su imaginativo y oscuro mundo. «La belleza formal quedaba en segundo plano».«Ver lo que él veía».

Pons colaboró desde el principio en las colecciones de McQueen como primero lo hizo con otros grandes como Stephen Jones. Lee lo llamaba cariñosamente, en español, «nena» y le preguntaba constantemente por Goya, Velázquez, Zurbarán y la familia Alba. Aparentemente el inglés parecía un rudo y caótico personaje, pero era una persona con inquietudes a la que le fascinaba la historia de nuestro país. Qué pena que Alexander y Cayetana no llegaran a coincidir en una reunión, yo creo que Alfonso Díez no sería hoy el Duque de Alba.

En la quinta  colección que se Lee presentó en Londres en 1996 contaba en su primera fila con una entusiasmada fan. Isabella Blow aplaudía cada salida. Blow compró la colección de fin de curso de McQ en Saint Martins y se convirtió en su principal valedora frente a la prensa. Suzy Menkes ocupaba un asiento en primera fila tomando notas y un Philipp Tracey extasiado con cada salida vitoreaba cada salida de la top model Kristen Mcmenamy. La reconocida top y el diseñador novel tuvieron en backstage una sonora bronca que provocó que ella, que era la estrella en aquel momento, no volviera a modelar con el inglés en el resto de su carrera. Dos fuertes caracteres extremos e incompatibles incapaces de doblegarse ante una simpe orden de cómo salir a desfilar.

Dante, la quinta colección de McQueen de 1996 en la pasarela londinense, contiene todas las claves de la iconografía del genio. Cuando no hay dinero para muchas telas ni para costureras, la imaginación se dispara y se hacen los mejores trabajos, con el estómago vacío la creatividad se lleva al límite. En aquella primera colección hay corsés con enormes solapas, pantalones bajos de cintura, denim, trajes de chaqueta de hombros marcados, iconografía religiosa, sexo, dominación y restos óseos de animales.

La forma de cortar y coser los vestidos de las colecciones eran, en casa McQueen, bastante transgresores. Lee McQueen jamás utilizaba patrones y no partía de un dibujo si no que todo estaba en su cabeza. Disponía la tela sobre un maniquí y cortaba, zurcía y bordaba directamente sobre él. Pons se encargaba de rematar la pieza y sacar el patrón «por si nos lo pedían».

Pons cosió  en siete horas el vestido con el que Shalom Harlow parecía ser violada por dos máquinas de pintar coches con el miedo, no de terminarlo a tiempo, sino de que las máquinas, que fallaron en los ensayos, funcionaran como funcionaron en esa ya icónica escena en la que vimos en directo como pintan de amarillo y negro el vestido de algodón y falda de tul sintético rematado en el pecho por un cinturón de piel.

Si la colección de fin de carrera de McQueen fue adquirida íntegramente por Isabella Blow, la de Pons la compró entera la cantante islandesa Björk por medio de un amigo en común, el diseñador Marjan Pejosky, que años después se encargó de realizar el vestido cisne que la cantante llevó a los Oscar del 2000.

Cuando Pons terminó sus estudios en Saint Martin, McQueen ya era un diseñador que había acaparado mucha fama gracias a sus oscuros y técnicamente perfectos shows londinenses. Como trabajo de fin de carrera, Sebastian entrevistó a McQueen con un viejo magnetófono. «¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Vas a volver a España a ser el próximo Adolfo Domínguez? O te vienes conmigo a París a trabajar en Givenchy?». Pons fue de las primeras personas que supieron que el joven y prometedor diseñador del East End iba a sustituir a Galliano al frente de la vieja y cansada casa de Costura francesa Givenchy a la que John Galliano había devuelto a la primera liga de la moda.

La primera colección de McQueen en París fue concebida en 32 días, tiempo récord para alguien que pasaba «menos de tres días consecutivos» trabajando en los talleres que la maison tenía en la calle George V. Para «inspirarse» para la segunda colección, Katy England, McQueen y Pons hicieron trizas un vestido rosa de Galliano para Givenchy y arrojaron los restos en forma de confeti a una de las calles más caras y céntricas de París. Así encontró la inspiración para su segunda colección de Costura basada en un sastre loco y sus tijeras.

La mayoría creía, ella también, que se llevaría a Blow a trabajar para la firma del grupo LVMH. Lee se sentía en deuda con Isabella pero era incapaz de trabajar con ella y sentía más afinidad con England que era más joven y estaba más en su sintonía. «Isabella hablaba demasiado y se inmiscuía sin ayudar en nada». Isabella Blow podía ver lo bello en las cosas más feas y tenía un talento innato para descubrir talentos en bruto, pero era muy mala mujer de negocios. Alguien subversivo  en un mundo de negocios en el que la subversión hace gracia cinco minutos, un mundo en el que lo importante es la creación que da resultados monetarios instantáneos.

En París Pons y Lee Mcqueen disfrutaron de la vida y el poderío que LVMH les daba, como por ejemplo ver en directo el último desfile de Costura de Versace diseñado por Gianni Versace.

En Givenchy, conocieron al premier del taller Monsieur Kemal, un francés de origen turco, que había trabajado con Cristóbal Balenciaga, que les enseñó a cortar abrigos de una sola pieza y técnicas que el vasco había desarrollado en la época dorada de la Costura. En ese tiempo ambos aprendieron lo que era la Alta Costura francesa y se aprovecharon de ello llevando prendas de la propia colección de McQueen para que las petits mains las remataran o bordaran nutriendo sus propias colecciones del buen hacer francés. Fue su personal entrenamiento para el resto de su carrera. Lee amaba las técnicas de Costura y era una esponja aprendiendo. Lo hizo en la sastrería de Saville Row, en Romeo Gigli en Milán y en Londres con Kohjie Tastsuno.

McQueen conocía el trabajo de todos los diseñadores antiguos y nuevos según palabras de Pons «se los sabía todos» y por eso, con el tiempo, los mejoró. Lee Mcqueen bebía de Balenciaga de Jacques Fath de Thierry Mugler de Yves Saint Laurent (a quien estuvo a punto de sustituir tras la marcha de Tom Ford de YSL cuando ABANDONÓ  al holding de lujo mas poderoso de la tierra para firmar por la competencia) y por supuesto de la más importante, longeva y cool diseñadora del siglo veinte, Vivienne Westwood. Admiraba a John Galliano, todos los ex alumnos de la escuela de moda mas famosa del mundo, aspiraban a ser el sucesor del gibraltareño.

Hay que revisar de vez en cuando las colecciones de Givenchy. Hay una de Costura especialmente llamativa y no sólo porque no hay ni una sola modelo de carne y hueso. En la colección de Costura de 1999, diseñaron las poses con las que los maniquís estáticos surgían del suelo mediante unas plataformas hidráulicas que los hacían sobre si mismos. Según me ha contado Pons, primero diseñaron la pose con la que los bustos “posarían” para el público y después cosieron las maravillosas prendas que hoy por hoy han envejecido de una forma maravillosa.  Una colección digna de museo que abrió una nueva etapa en su carrera después de que la prensa vapuleara cada colección.

«Mantente pequeño sólo así podrás tener el control de todo»
Cuando Pons decidió “volar en solitario” en abril de 2000 justo de la coleccion del psiquiatrico para seguir su carrera al margen de su amigo, éste estuvo tres años sin dirigirle la palabra. Se sentía abandonado por uno de sus más estrechos colaboradores. Su marcha le hizo sentir más vulnerable, más solo. No fue una traición. A lo largo de los años cuando se reconciliaron, el genio rencoroso de McQueen no se cortaba en recordarle cada vez que podían miles de reproches por haberle dejado.

La siguiente vez que se vieron el padre de Sebastián agonizaba en el hospital y el hijo de la maestra de escuela y del taxista, que había visto cómo su su hermana sufría malos tratos por parte de su marido, el hijo de los barrios suburbiales londinenses llegaba a su casa de Palma de Mallorca acompañado exclusivamente por su perro gran danés en un jet privado de quince mil libras por trayecto.

En aquella ultima visita, Lee ya no era el divertido transgresor, se había convertido en un estresado y paranoico personaje que echaba de menos sus años de libertad creativa. El «caramelo envenenado» que supuso para él el fichaje con el Gucci Group, había hecho mella en su salud mental. Su «locura» ya no era graciosa y a veces «daba miedo» observar su comportamiento paranoico. Sus nuevas órdenes no sólo incluían absoluta disposición de tiempo sino también tremendas paranoias sobre su seguridad, que incluían compras compulsivas de, por ejemplo, hachas, para defender su persona.

Lee Alexander McQueen, le contó aquella última noche que se vieron, que pensaba en el suicidio recurrentemente. Por supuesto, en el caso de una persona tan extrema sus planes incluían para cometerlo, fama y espectáculo. Al igual que en aquella colección Asylum en la que las modelos desfilaban convulsionando y terminaba con una caja metálica en la se veía a una chica obesa cubierta por una máscara de gas, basada en una célebre foto, su plan era pegarse un tiro en la cabeza delante de todo el mundillo de la moda. Un final a la altura de un personaje tan extremo.

Sebastián Pons, con el que he tenido la suerte de charlar durante muchas horas, sigue, como yo, de luto por la muerte de Alexander Lee McQueen, para él alguien que formó parte de su vida, no es mi caso, nunca lo conocí, pero extrañamente sigo echando de menos no sólo sus desfiles y su constante evolución, si no también esa actitud extrema y para mi, real, que no forma parte de una pose o de una estrategia comercial, si no que contiene una carga real de Realidad, de autenticidad al margen de datos monetarios y de resultados económicos.

Hasta aquí la historia de estos dos amigos que vivieron desde muy jóvenes muy interesantes historias para alguien como yo, pero la historia de uno de ellos continúa sin que nadie vaya a sustituir ni su nombre ni su alma.

Por Lucio Chiné

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Pons fue para Vogue Usa una de las jóvenes promesas de la moda, en esta foto de Vogue Usa posa junto a los chicos de Imitation of Christ, Derek Lam, Behnaz Sarafpour y United Bamboo.