Una sevillana en París. Día 4 (y último): compras de última hora antes de partir

Cuarto y último día

El espléndido tiempo que nos acompañó durante todo el viaje se estropeó la mañana del último día. Un cielo gris, algo de lluvia y bastante frío, acompañando nuestro estado de ánimo, un poquito de bajón por tener que marcharnos (con tantas cosas por ver todavía…)

Aún nos quedaban algunas compras por hacer. Estando a un corto paseo de las Galerías Lafayette y Printemps, aprovechamos para desayunar en la espectacular cafetería de la segunda de ellas.

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Las galerías Printemps, ese lugar donde le gustaría ser enterrada a más de una egoblogger, entre celines, vuitones, pradas y miu miuses Las galerías Printemps son un monumento al lujo, a las marcas de alta gama, al DINERO… y a los turistas chinos y japoneses que ¡ojo! iban con su guía, que les iba explicando cómo estaban distribuídas las diferentes plantas. Para describir el espacio en pocas palabras: es el lugar donde le gustaría ser enterrada a una egoblogger, rodeada de celines, vuitones, pradas y miu miuses.

Sinceramente, tanta ropa bonita, bolsos caros y joyas espectaculares me llaman la atención por la belleza que hay en ellas, en sus telas, cortes, colores y diseño. Pero me repatea el estómago que un bolso cueste el sueldo anual de una asistenta doméstica. Y me parece obsceno que otro cueste 18.000 euros, por muy de piel de pitón que esté hecho. Es obsceno y siempre me lo parecerá, porque sé que una ínfima parte de lo que se paga por ese bolso llega al artesano, el auténtico artífice de esa obra maestra.

Así que una vez que desayunamos en la maravillosa cafetería de las Galerías Printemps, nos dirijimos al cutreinglés parisino: las Galerías Lafayette. No es que aquí no haya marcas de lujo, que las hay. Pero hay más variedad de productos de gama media y baja, más señoras aprovechando las rebajas… más realidad, al fin y al cabo.

No puede uno marcharse de París sin caer en la tentación de sus innumerables chocolaterías. A la Mère de la Famille está considerada la más antigua de todas las chocolaterías de París (fundada en 1761), y dentro podrás encontrar tantas variedades, tantas formas de interpretar el chocolate, mezclado con infinidad de especias, frutos secos, esculpido en mil formas… Estando en vísperas de Pascua abundaban los conejitos de chocolate, pero podías encontrar un auténtico zoológico en sus vitrinas. Además todo tipo de dulces de todas las regiones de Francia, delicatessen, vinos… como para no salir de allí.

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Para hacer un poco de tiempo antes de almorzar, bajamos nuevamente a San Eustaquio, y subiendo por las proximidades del Follies Bergères, Rue Montorgueil. almorzamos en otra de esas calles semipeatonales, repletas de restaurantes para turistas (o sea, nosotros), en un lugar llamado Little Italy, italiano, obviamente, pero que no servía pizzas…

Camino de vuelta. Recoger maletas del hotel. Metro. Orlybus. Aeropuerto. Bajona.

Sólo dos cosas me animaban: que iba a ver a mi pequeño después de 4 días y que habíamos disfrutado de una fascinante ciudad tanto como habíamos podido, sin asilvestrarnos por verlo todo.

Una recomendación: la tienda del Aeropuerto no es demasiado grande, pero atesora algunas joyas, como vinos y quesos excelentes. Adquirimos una botella de Château de Seguin (Bordeaux) 2010, y una vez que lo probamos (ya en España) nos arrepentimos de no haber traído más. Como nos dijo Remy, nuestro profe de cata: «si te gusta el vino que estás probando, apresúrate a tomar una fotografía de la etiqueta, porque es muy probable que no vuelvas a encontrarlo jamás».

Una buena excusa para volver a París ¿no?

DIRECCIONES:

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