La Cúpula

Llevar tanto tiempo escribiendo una critica mensual sobre series de televisión en Antonia Magazine conlleva una serie de ventajas e inconvenientes que, a buen seguro, no todo el mundo estaría dispuesto a asumir tan alegremente como yo, pero no nos engañemos… ¡soy un valiente!, y por eso continúo a viento y marea con mi encomiable labor ilustrativa.

Entre las ventajas nos encontramos con que, al menos en mi caso, he alcanzado tal nivel de notoriedad con mis almibarados textos que casi todo el mundo ha asumido mi figura como la de una notable celebridad en lo que a la intelectualidad y gloria de las letras patrias se refiere, lo que supone que en muchos bares postineros me inviten a un botellín con su correspondiente tapa al verte un tanto desgarbado y enjuto.

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En cuanto a las desventajas, probablemente la peor de todas es que, después de haber visto tantas series, o estás ante una obra maestra del guión, la realización y la interpretación televisiva, o rara es la vez que no le haces un asco a algo.

Claro, este mes toca hablar sobre «La Cúpula»… ¿significa eso que la voy a poner a caer de un guindo?, coño, tampoco nos pongamos en lo peor, mesemos los cabellos, ni hagamos un drama, pero no negaré que a estas alturas del partido habría ciertos detalles que se podían haber pulido un poquillo mas.

¿Sobre qué versa «La Cúpula»? (si es que todavía hay alguien que no lo sepa después de todo un verano bombardeando con publicidad sobre la serie en Antena 3 y sus chorrocientos canales hermanos), pues el argumento consiste en un pueblecito norteamericano sobre el que, de buenas a primeras, cae una cúpula invisible pero indestructible, dejando aislados dentro a todos sus ciudadanos (y forasteros), con lo que de caos, pillaje y sinvergonzonerío fino suponen estas situaciones de carácter apocalíptico.

Imagino que no solo a mi (que soy un apuesto adonis), sino a bastantes chavalas de firmes cuartos traseros, lo que nos atrajo de esta serie fue que estuviera basada en una idea de Stephen King y, sobre todo, que la produjera Steven Spielberg que, como buen profesional del ramo que es, sabe mas que bien donde invierte sus duros, con lo cual, dimos por hecho que sería una serie fenomenal, sin una pega ni atisbo de tachabilidad; y cuidado, que mala no es, pero quizá la alargan demasiado con tonterías innecesarias para terminar concluyendo la primera temporada con un final que, a todas luces, esta rematado deprisa y corriendo, porque, dicho sea de paso, ya tenían la confirmación de la renovación por una Segunda Temporada… ¡muy mal Spielberg! ¡que en Indiana Jones dejabas todos los cabos bien ataos en cada peli y era una trilogía de 4 películas! (o como se diga).

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Como pegas a una serie no son muchas, si no tenéis nada mejor que hacer podéis echar el rato viéndola, peores cosas habréis visto… ¡cojones!.

Por otra parte… ¿qué tenemos que agradecer a «La Cúpula»? Pues que sea una serie estadounidense en lugar de española, por los siguientes motivos:

1.- Si hubiera sido una serie española, el pueblo no habría sido cubierto con una cúpula invisible, sino con una boina transparente, y la serie posiblemente hubiera acabado cuando algún cachondo hubiera escalado a lo alto de la boina y la hubiera capao quitándole el pitorrillo que la corona.

2.- Si hubiera sido una serie española, no la hubiera producido Steven Spielberg sino José Frade, así que probablemente los protagonistas principales habrían sido el espíritu errante de Sazatornil, una Norma Duval recién operada de los pliegues del pescuezo, y algún mariquita amanerado que le diera el contrapunto tragicómico a la producción.

3.- Si hubiera sido una serie española, probablemente el grueso del hilo argumental se hubiera centrado, no en disputas internas por la supervivencia humana, sino en una serie de litigios por cuestiones de linderos sobre los huertos en los que había caído la boina.

4.- Si hubiera sido una serie española, en todos los capítulos de la primera temporada se vería al otro lado de la cúpula una pareja de la Guardia Civil fumándose un Lucky sin filtro tras sus tupidos bigotes, y rascándose la cabeza en ademán de incomprensión.

Y no continúo enumerando porque lo mismo al final me da Frade un toque al móvil para que escriba el guión, y uno tiene sus principios, pero cuando hay dineral de por medio… ¡a tomar por saco con ellos!