Cuando el fetiche se esconde en los pantalones

“Hollywood, Hollywood, fabuloso Hollywood, Babilonia de celuloide, gloriosa, fascinante, ciudad delirante, frívola, seria, audaz y glamorosa, ciudad llena de dramas, miserable y trágica, inútil, genial y pretenciosa, tremendo amasijo, relumbrona, terrible, absurda, estupenda, falsa y barata, asombrosamente espléndida, Hollywood”.

Así empieza Hollywood Babilonia, con un fragmento de un número musical que da paso a centenares de páginas repletas de escándalos, trapos sucios, rumores y fetiches, muchos fetiches. De la mano de su autor, Kenneth Anger, recorremos el submundo que se esconde detrás de las estrellas de los años dorados del cine, nos adentramos en sus lujuriosas mansiones, rebuscamos en sus cajones y sacamos a la luz todos los secretos que les convierten, más aún si cabe, en objetos de deseo. Esa es nuestra idea de fetichismo. Un ansia sobre algo que no se puede conocer, una necesidad de saber, de descifrar lo indescifrable, un impulso que obliga a roer cada pista, a dar por bueno cada rumor, a disfrutar, a imaginar, a convertir en placer sexual todo lo que el dinero no puede comprar. Déjense de zapatos, de joyas o de revistas, el fetichismo se esconde siempre debajo de los pantalones.

andy-warhol-rolling-stones-sticky-fingers

[Portada del álbum Sticky Fingers. The Rolling Stones. Por Andy Warhol]

Pero no se confundan, no son mis pantalones de los que estoy hablando. Por mucho que el resultado del fetichismo se manifieste físicamente, el fetiche, en mi caso, se encuentra bien lejos, a miles de quilómetros de distancia, e incluso, descansando bajo tierra. No, no pienso hablar de necrofilia, no se preocupen, mi objetivo aquí es mucho más concreto y, desde luego, mucho más placentero. Imaginen a un joven actor recién llegado de un pueblo de la América profunda. El joven quiere triunfar, sabe que tiene talento, puede que no mucho, o al menos no ha sabido explotarlo todavía. Alquila una triste habitación y se pasea por las eternas calles de Los Ángeles buscando un agente. Nadie le quiere, nadie le recibe, hasta que un día un habitual del bar donde pasa las mañanas le da una tarjeta. Él también lo intentó aunque no lo suficiente. Llama al número que le ha facilitado el desconocido y concierta una cita con, posiblemente, el peor agente de la ciudad. No le importa. Llega con varios minutos de antelación. Se ha cortado el pelo, rasurado la barba y comprado una nueva camisa. Ahora ya no le queda casi nada para comer, pero todo sea por la fama. El agente le recibe en su despacho y le dice que necesita unas buenas fotografías para su book. “Sin fotografías no vas a ningún sitio”. Le pide que le recite algo que se sepa y luego que se quite la ropa. El joven actor primero titubea, pero termina por hacerle caso. El que algo quiere, algo le cuesta. Se desprende de todo hasta quedarse en calzoncillos. “Eso también”, le indica el agente. Y el joven actor obedece. El agente se queda mudo ante lo que aparece delante de sus ojos. Sí, lo han acertado, voy a hablar de miembros viriles, pero no de unos cualesquiera, no, no, de los más importantes que han pasado por Hollywood. Y cuando digo “importantes”, ya saben a lo que me estoy refiriendo.

Puede que piensen que, por hablar de otras épocas, los comportamientos y las consecuencias van a ser diferentes, pero no pueden estar más equivocados. El tamaño del pene es una obsesión que lleva arraigada en la sociedad desde siempre. Esa y no otra es la explicación de la reticencia de los actores, modelos y demás personajes públicos a aparecer totalmente desnudos. El miedo al qué dirán, el terror a la comparación, como si a estas alturas no supiéramos cómo está el asunto y cómo le afectan las condiciones climatológicas, la genética o las variaciones que experimenta entre los diversos estados. Pero no, nada de esto es tenido en cuenta a la hora de comentar -tomen como ejemplo la reciente fotografía de Paco León, donde mostraba prácticamente toda su anatomía, a salvo de una pequeña parte, y las reacciones que ocasionó en la opinión colectiva, que optó por no tener en cuenta que uno cuando decide hacerse una foto de ese calibre, no improvisa, toca, retoca y ensaya lo que haga falta-. Cada uno sufre por lo suyo y no es consuelo pensar en los demás, tenga poco de lo que presumir o mucho, como fue el caso de Frank Sinatra.

George Jacobs, mano derecha de Sinatra durante la década de los cincuenta y sesenta, escribió en los últimos años de su vida un libro titulado Sr. S. Mi vida con Frank Sinatra. En este libro, Jacobs hablaba sobre el más que satisfactorio tamaño del miembro viril del cantante y la necesidad de utilizar ropa interior especial, hecha a medida, para poder mantenerlo todo dentro. Pero, por extraño que pueda parecer a nuestros ojos, esta dotación era una de las cosas que más atormentaban al pobre Frank. “Tuvo problemas al nacer. Pesó casi 6 kilos y tuvieron que ayudarse de fórceps que le causaron lesiones en una oreja y en un lado de la cara. Posteriormente tuvieron que someterle a una operación que terminó causándole más daños. Sufrió de acné quístico de adolescente, perdió el pelo antes de los 30… En mi opinión, por mucho que algunas veces presumiera de su virilidad, era otra cosa que la hacía diferente a los demás”, cuenta Jacobs. De hecho, James Kaplan, autor de Frank – The voice, comenta que Sinatra siempre intentaba que el tamaño de su pene se mantuviera en secreto. Cosa que, desde luego, no hacían sus conquistas. Ava Gardner, ex mujer del cantante, declaró en múltiples ocasiones que si Frank pesaba 50 kilos, 45 de ellos correspondían a su pene. Echen cuentas.

Posiblemente, uno de los miembros más míticos del Hollywood clásico fue el de Errol Flynn, aunque a diferencia de Sinatra, éste lo enseñaba a la primera de cambio. Cuenta Truman Capote en Música para camaleones que Marilyn le contó que había asistido a una fiesta donde Flynn terminó tocando “You are my sunshine” al piano utilizando solo su polla. También se rumorea que los directores de Las aventuras de Robin Hood estaban tan preocupados por la forma con la el actor llenaba las medias que pensaron en pedirle que se la escondiera para que no se notara. Cosa que Flynn seguramente no hubiera hecho, conociendo su legendaria obsesión por el sexo. Además de sus constantes affaires con hombres y mujeres, que terminaron costándole más de una desgracia, Flynn tenía un espejo de dos caras en el techo de su habitación, donde no solo disfrutaba viéndose a sí mismo practicando sexo, sino al que también se podía acceder desde la buhardilla para contemplar qué hacían los demás. El actor solía incitar a parejas que asistían a sus fiestas para que utilizaran su habitación y él subía, con otros personas, a verlo desde arriba. Lo que no sabemos es si la competitividad de Flynn hubiera permitido que Charles Chaplin, cuyo pene era calificado como la octava maravilla del mundo por los mentideros de Hollywood, utilizara esa habitación.

Aunque si hay que hablar de grandes tamaños en el Hollywood dorado, nadie como Milton Berle -tiren de Google que le han visto como secundario en centenares de series-. Berle nunca rechazaba una apuesta sobre quién tenía el pene más grande y nunca perdía. De hecho, no le hacía falta sacarlo entero, únicamente enseñaba la parte suficiente para ganar la apuesta. Alan Zweible, uno de los guionista de Saturday Night Live, cuenta que una vez se encontró con Milton en el camerino, cuando éste iba a presentar el programa. Estaba sentado en el sofá y únicamente llevaba puesto un albornoz. Zweible se acercó y le dijo, “¿Sabes? Llevo años escribiendo bromas sobre tu polla y ahora te tengo aquí delante”. Berle le respondió, “¿Quieres decir que nunca la has visto?”, y antes de que pudiera decir nada, ya se había abierto el albornoz y apareció aquella anaconda, en palabras del escritor. “La cogió y la puso encima de la mesa. Era enorme, como un salami. No podía aparte la vista de ella”. Aunque claro, en esa época no había iphones para inmortalizar nada.

Las generaciones posteriores continuaron beneficiándose de los rumores sin contrastar, las declaraciones anónimas y la falta de filtraciones de sex tapes -el director Oliver Stone declaró durante el rodaje de Alejandro Magno que tuvo que eliminar un plano integral de Colin Farrell porque su “jodidamente enorme aparato estropeaba el momento tierno de la escena”, pero tras verle en acción en su famoso vídeo, no diremos que sea pequeño, pero tampoco pensamos que “jodidamente enorme” sea el calificativo correcto-. Roddy McDowall se dice que era tan flexible y la tenía tan grande que, a veces, se practicaba una autofelación en sus fiestas para entretener a sus invitados. El actor Oliver Cliff medio confirmó el rumor al declarar que el pene de Roddy era el más grande de todo Hollywood en la década de los 70. Don Johnson también fue famoso durante años por el tamaño que Dios le había dado. La groupie Connie Hamzy, famosa por haberse acostado con miles de famosos desde los 60 a los 80, confirmó el rumor, declarando que era gruesa como una lata de cerveza. Estos y muchos otros rumores aparecen en el libro Penis Size and Enlargement, de Gary Griffin, que contiene un capítulo dedicado a los miembros de los famosos.

El director Lars Von Trier, en una entrevista a raíz de la película Anticristo, declaró que Willem Dafoe está tan bien dotado que tuvo que buscar un doble de pene para las escenas donde el actor debía aparecer desnudo. “¿Por qué era tan grande que no cabía en la pantalla?”, le preguntó la entrevistadora. “No, porque era tan grande que la gente se quedaría confundida al verlo”, le dijo Von Trier. Jared Leto también ha salido muy favorecido de los rumores. La actriz porno Corina Taylor declaró que había intimado con Leto en el autobús de la gira de 2002, junto a unas cuantas strippers y otros componentes del grupo 30 seconds to Mars. “Llevo en el porno unos tres años y Jared es lo más grande con lo que he trabajado. Definitivamente, hay una carrera disponible en el porno para él”. Y si lo dice una actriz porno, deberemos hacerle caso, ¿no? Pero para que no todo sean suposiciones, también hay casos en que hemos podido comprobar las fuentes con nuestros propios ojos. Es el caso de Liam Nesson, cuya dotación ya había sido comentada por la modelo Janice Dickinson, que tuvo un romance con el actor antes de ser famoso. “Es como una botella de Evian saliendo de los pantalones”, y desde luego, no encontramos una definición mejor para lo que pudimos ver en movimiento, unos años después, en El silencio de la sospecha. Lo mismo que nos pasó con Michael Fassbender en Shame, ambos casos en un hipnótico balanceo. Está claro que no es lo mismo verlo que leerlo…

Pero no se agobien con todos estos datos. Piensen que se trata de un porcentaje muy pequeño de población, aunque pueda parecer todo lo contrario. Tal vez necesitemos más testimonios como el de Shia LaBeouf que, pese a haber declarado en Playboy que no está muy bien dotado, no ha tenido ningún problema para desnudarte íntegramente. Y es que estamos obsesionados con el tamaño, cuando hay otras cualidades, incluso físicas, que son igual de importantes. Pero claro, buscarle explicación a un fetiche sería acabar con la emoción, ¿no? Y aquí no queremos quitarle la ilusión a nadie, y menos a nosotros mismos.

Por El Hombre Confuso