Tres sombreros de copa

Cuando Miguel Mihura escribió Tres sombreros de copa, imagino que no pudo suponer ni de lejos que se convertiría ésta en una de las obras cumbre del teatro español contemporáneo.

Resulta muy curioso descubrir que una de las piezas mas editadas y reeditadas de la escena española fue apenas entendida en su época y estuvo en la cuerda floja del olvido durante décadas. Fue estrenada veinte años después de su nacimiento. Otros datos curiosos: Miguel Mihura, en aquella época de vanguardia, dirigió el doblaje de Una noche en la ópera, una de las más emblemáticas películas de los hermanos Marx y, recordando a la recientemente fallecida Lolita Sevilla, participó en el guión de Bienvenido MR. Marshall. Ahí es nada

Sentarse frente a Tres sombreros de copa y decidir ponerla en escena no es tarea fácil. La compañía 300 pistolas, con Alvaro Morte portando la batuta, se ha atrevido con las exigencias de la obra cumbre del maestro Mihura. La nueva cara de la pieza, nos traslada a las grandes figuras del humor de los años 30, en un siglo dominado por petulantes cabareteras, cortejadas a su vez por petimetres sin oficio ni beneficio cuyo vivir es un ansia, cuya supervivencia es espectáculo

300 pistolas, como siempre, resuelve. Morte se preocupa mucho por crear el climax necesario para transformar el patio de butacas en esa mirilla gran hermano hacia la habitación de un hotelucho. La esencia de Mihura la vemos en el juego de contrastes, en el juego de dicotomías entre lo rococó y lo parco, lo preñado y lo yermo, lo mesurado y lo frenético. A pesar de que se aprecia alguna patada que otra al texto, se puede apreciar mucho dinamismo. Con Fredeswinda Gijón al mando de la coreografía, los personajes ganan movimiento, ganan profundidad, esa texturización que necesita un clásico para verse diferente después de más de ochenta años. Los personajes se convierten en engranajes de un reloj, que bailan al son de Chaplin o de Harpo Marx y que suenan a Music Hall

DON ROSARIO. Es la mejor habitación, don Dionisio. Y la más sana. El balcón da al mar. Y la vista es hermosa. Acérquese. Ahora no se ve bien porque es de noche. Pero, sin embargo, mire usted allí las lucecitas de las farolas del puerto. Hace un efecto muy lindo. Todo el mundo lo dice. ¿Las ve usted?

Si, Don Rosario, desde aquí lo vemos todo perfectamente.

Por Zäpp Amezcua