Más buenos que el pan

especialesLo primero que te quitan de los morros cuando quieres deshacerte de las lorzas es el pan. Crujiente o de molde. Miguitas de biscotes rotos -aunque de esto, a veces algo te dejan- o miga de pan de pueblo. Nada de harinas. Del bocata de jamón, sólo te queda el serrano y del de chorizo… bueno, eso.

Pulula por la Red -y por alguna que otra consulta- una dieta llamada del «bocadillo», pero el mejor plan alimenticio que conozco en este aspecto es el de echarte al cuerpo a un maromo que esté más bueno que el pan.

Claro que para gustos, los sabores. Y para panes, toda una colección, con tanta variedad como los chavalitos que echarse a la cama.

moldeConviene empezar por el pan Bimbo. Lo moldeas a tu antojo, es blandito, pega -ahora dicen «marida»- con casi todo y su sustancia depende de lo que estés dispuesta a gastarte, porque el paquete básico es eso: muy básico. ¿Que lo quieres con semillas? Toca rascarse un poquito el bolsillo. ¿Sin corteza? Ídem de ídem. La ventaja es que puedes tostarlo para desayunar, untarle quesito para el aperitivo, mojarlo para rebañar la salsa de la comida, recubrirlo de mermelada en la merienda y, ya por la noche, desplegar con él toda tu fantasía, cortándolo en canapés con las más sutiles mezclas de sabores. Lo malo del pan de molde es que tú crees que no le hará daño a tu línea, pero te equivocas: tiene calorías ocultas que nunca habrías imaginado y, ante tal descubrimiento, terminas por tirarte de los pelos a causa del tiempo perdido y pensar si, por la misma ingesta calórica, no habría sido mejor llevarte a la boca algo más contundente.

pan_campo

Así las cosas, te decides por el pan de pueblo. Es durito por fuera, tiene miga -¿será verdad que te crecen las tetas sin tirar de silicona?- y, aunque tiene fama de rústico, es el único que te comprende y te da lo que quieres: tostadas bien pringadas en aceite para desayunar, instrumento para empujar con los platos contundentes y, si quieres, la oportunidad de picarlo en mil pedacitos para saltarte la dieta con una buena sartencita de migas con chorizo, de ésas que saben tan bien en pleno invierno.

Ahora bien: ni se te ocurra dejar el pan a la intemperie, sin cuidarlo con su bolsita de tela, sin guardarlo en lugar seco. Como lo dejes pululando por la cocina o lo alojes en una humilde bolsita de plástico, será su fin… y el tuyo. No habrá manera de hincarle el diente y, si decides liarte la miga a la cabeza e intentar lo imposible, te dejarás los piños en el intento… o se te hará una bola tal en la boca que tendrás que terminar por escupir en el fregadero. Puag.

biscotesUna buena opción son los biscotes. Los recomiendan muchos médicos y tienen fama de ser aceptados en casi todas las dietas. Conclusión: saber, saben poco. Tú te quedas tranquila cuando te los echas a la boca, porque sabes que estás haciendo lo correcto, pero tu paladar se te rebela y te recrimina que, para comerte ese mazacote, mejor haberte quedado con hambre. Y, encima, se hacen trizas en cuanto los zarandeas un poco. No aguantan tu ritmo. Y ni hablar de echártelos al bolso envueltos en papel albal, para un ataque repentino de hambre: si lo haces, en lugar de biscotes tendrás un ejército de migas que se desparramarán por tus cosméticos, tus kleenex y hasta tu monedero.

reganasSiempre quedarán los colines… o las regañás. Que no quede por carácter.

Noelia Jiménez

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