Quiero volver, Antonias; quiero y necesito volver. No me da la vida para la cantidad de borradores y borradores, que no termino de editar y se quedan en cola, hasta que acaban pasados de moda. Perdonadme si vuelvo lentamente.
Pero esta noticia sí que merecía por mi parte hacer un poco de tiempo no dejarla en borrador. Porque leo hoy en El País que la Unión Africana, esa suerte de Parlamento Europeo del continente africano, del que todos sus países son miembros menos Marruecos, ha avalado la prohibición de la práctica de la mutilación genital femenina, en todos los países miembros. Es decir, en toda África menos en Marruecos. Y leo la noticia con el alivio de que es un gran paso, en un continente lleno de pasos por dar.
Cuando estudiaba Biología solía frecuentar los grupos de Erasmus. Me encantaba estar con gente de otros países y otras culturas y aprender de ellos. Ese complejo tan español y tan castellano de que todos son mejores que nosotros. Recuerdo a Morten, un estudiante de medicina noruego, que entre sus muchas aventuras contaba el haber estado de voluntario en África con una ONG. Me gustaba mucho estar con él, era culto (guapo), muy interesante y lo mejor, hablaba español super bien. Un día salió el tema. Y recuerdo escuchar horrorizada cómo sus argumentos estaban a favor, no de la ablación en sí, pero a favor de la tradición cultural que nosostros occidentales, no llegaremos nunca a comprender. A favor de respetar algo que como tradición ancestral, debíamos cultural y antropológicamente, respetar. No recuerdo mucho ya de la conversación, pero sí me acuerdo de la indignación que me recorría al escuchar sus alegatos. Y de lo que sí me acuerdo fue de responderle lo fácil que es ver las tradiciones ancestrales hechas por hombres y patriarcados… siendo hombre. Aclaro: Siendo hombre, no mujer.
Hoy Morten seguro que es un médico respetable, un profesional de la sanidad pública en uno de los países más ecuánimes y avanzados del mundo; un país con la renta per cápita de las más altas, con los salarios mínimos más altos, con los profesionales más cualificados y con una sociedad humana ecológica, económica y urbanísticamente intachables, por no contar todas las cosas que por defecto les envidiamos y ensalzamos (incluido su estilo en decoración).
Recuerdo otro día en el que hablábamos sobre lo aberrante que es la tauromaquia en pleno siglo XXI y el nivel de maltrato animal consentido por la sociedad, en este sentido: cosa en la que sí estábamos de acuerdo.
Me llevaba muy bien con Morten. Le echo de menos, de pronto; cómo son las cosas.
Y me pregunto de pronto, qué opinaría de una noticia de tal calado y tamaña envergadura.
Porque las tradiciones lo son hasta que dejan de serlas. Así lo creo yo. Desde mi inferioridad de mujer ciudadana de país europeo mediterráneo.