Soy Lo Peor – CAPÍTULO 9

antoniamagazine-soylopeor-cap9Abro los ojos, me siento aturdida, el zumbido en los oídos, la vista nublada, cierta desorientación. Ante mí, paredes blancas. Una puerta cerrada. Sombras a mi alrededor. Y las sombras se tornan personas, algunas sonrientes, otras como si estuviesen en un funeral. En mi funeral. Una chica de pelo rojizo y ondulado, con un cabestrillo en el brazo, se acerca a mí. Habla pero no la oigo. Tampoco oigo lo que dicen los demás. Tan sólo ese zumbido, ese zumbido que ataladra mi sesera y hace que mi cabeza sea un corcho pinchado sobre un cuerpo dolorido. Un señor de color anaranjado y pómulos puntiagudos muestra unos dientes blancos y cuadrados en una mueca inexpresiva que bien puede ser de sorpresa, placer, dolor o terror. Pasan unos segundos hasta que todos, incluido el chico rubio que me ha estado mirando con ternura desde que he despertado, comienzan a preocuparse y a mostrar cierto nerviosismo porque yo, no respondo. Porque yo, no los reconozco. Un médico entra en la sala. Es mayor y afable, me tranquiliza su presencia. Sujeta un espejo de mano y lo pone frente a mí. Tengo un moratón en la cara, ojillos de rata, la mandíbula demasiado grande y el pelo hecho una mierda. Me toco la nariz aguileña con la yema de los dedos, intentando encontrar algo familiar en mi propio rostro. Pero no lo encuentro. No recuerdo quiénes son los otros  porque ni siquiera recuerdo quién soy yo. Entonces alguién más entra en la sala y dentro de mí estalla una chispa como si mi corazón estuviese hecho de pedernal y aquel hombre, fuese una navaja. Su nombre brota de entre mis labios, salvaje, libre, inmenso como es el único recuerdo que albergo en mi interior.

-¡Arturo!- exclamo. Y a ello añado: ¡AMOR MÍO!

CAPÍTULO NUEVE: ¡¡AMNESIA!!

Entre unos y otros tratan de explicarme quién soy, quiénes son ellos y que aquel enfermero de Letonia no se llama Arturo sino Olaf. Yo no me entero de nada, comienzo a marearme porque mi habitación está más concurrida que el camarote de los Hermanos Marx.

Martin, el rubio, dice que somos novios. Elisa, la chica magullada, dice que de eso nada, me guiña un ojo y me pregunta que si entiendo. Henry, el hombre naranja, me interroga sobre si recuerdo o no recuerdo cierto incidente en cierta habitación de hotel cierta mañana. Incluso aparece un policía que dice haber detenido al psicópata que ha intentado matarme y acto seguido, me tira los tejos descaradamente diciéndome que a ver cuándo repetimos lo de aquella noche en aquel bar. Me da la impresión de que la Ofelia que todos afirman que soy tenía demasiados frentes abiertos.

-Por favor doctor- le pido al médico afable – Échalos a todos. Quiero estar sola.

Algunos se resisten en abandonarme, pero finalmente, consigo quedarme con la única compañía del gotero. Deseo que ese líquido incoloro que se introduce en mis venas sea el reconstituyente de mi memoria. Me siento vacía y aunque me invade la calma, es tan inquietante como la propia incertidumbre. Quizás el primer paso sea, antes de dibujar un diagrama de novios, amantes y «amigas especiales», saber de dónde vengo, dónde está mi familia, dónde están mis padres, cómo fue mi educación, cómo el cariño que nos tenemos, cuánto tengo de ellos en mi desaparecida forma de ser. Toco el timbre y tras unos segundos de espera, reaparece mi doctor.

-Doctor, quiero hablar con mis padres- susurro al borde de las lágrimas.

-Ya nos hemos puesto en contacto con tu madre, Ofelia- me responde-. No te preocupes, descansa y pronto hablarás con ella.

-¿Por qué no ahora?- le pregunto. Pero el doctor no me responde, baja los párpados lentamente y asiente con la cabeza.

-Una última cosa- le digo- ¿Quién es Arturo? ¿Por qué es el único nombre y la única cara que recuerdo?

-Sería bueno que lo recordaras por ti misma. Quizás tirando de ese hilito puedas recuperar el resto de tu vida.

Cierra la puerta al salir y deja entre mi cama y la vida que fluye en el exterior un abismo, un frío acantilado imposible de saltar. Me acurruco entre la fina manta de color celeste y nada me tranquiliza, ni el saber que ya nadie me persigue para matarme, ni el que mi compañera de piso no haya muerto o desaparecido, ni el tener a mi «novio» a mi lado en un momento tan difícil. ¿Quién es Arturo? Cierro los ojos y oigo caer pesadas gotas salinas dentro de la bolsa que contiene el mar de mis recuerdos. Me calma el sonido de las olas, el ulular del viento entre las cañas, sus brazos cobijándome del frío, el olor a suavizante barato de su jersey verde. Ríe mientras señala al horizonte, habla del ecosistema, de las algas y de lo que comen las ballenas. Me siento bien a su lado. Y despierto. He dado una cabezada, los calmantes, que seguramente lo que va en el suero sean calmantes y no recuerdos, me están haciendo efecto. ¿Ha ocurrido en realidad aquella escena? Noto la humedad salada de la costa empapando mis fosas nasales. Puede que sean mocos, o puede que sean restos del pasado, arrastrados a través del sueño.

Poco después del amanecer recibo la primera visita del día. Es Denis, el policía. Trae un ramo de rosas rojas con una nota. Le doy las gracias, no sé cómo de amable he de ser con él, si era un amigo, un amante o algo más. Sea lo que sea, se supone que me ha salvado la vida, que estaba vigilando el piso en el que vivo y llegó a tiempo para evitar que el psicópata me reventara la cabeza.

-Muchas gracias por todo, Denis. Ayer no pude dártelas, con tanto jaleo…

-No te preocupes, nena. Lo importante es que estás bien y que ese chiflado está entre rejas.

-Denis, me gustaría hablar con mis padres. ¿Están en España?

-Pues no lo sé, eso quizás lo sepa Henry, que al fin y al cabo es el novio de tu madre.

-¿Es eso cierto? Me dijo que era mi jefe…

-Sí, tu jefe y medio padrastro. Pero bueno, no te agobies, ya irás recordando todo poco a poco…

Denis me pone la mano en la rodilla y me dedica una pícara sonrisa acompañada de una mirada felina.

-¿En serio no te acuerdas de nada?

Me mantengo en silencio.

-¿No recuerdas lo bien que lo pasamos juntos?

De manera casi refleja, le estampo un bofetón en toda la cara.

-¿Crees que lo único que tengo por recordar es un polvo que probablemente fue rápido e insatisfactorio? ¡Vale que me hayas salvado la vida, pero desde luego eso no quita que te estés comportando como un gilipollas!

El policía sale de mi cuarto con el rabo entre las piernas. Anoto en mi lista mental: «Denis, un gilipollas». Ahora tengo el diagrama un poco más claro.

A lo largo de la mañana, varias enfermeras vienen, me observan, toman notas y cambian el gotero, todo ello sin decir ni una palabra. Tras una comida baja en sal, en sabor y en consistencia (no podría decir si es pollo, pescado o unas gachas) recibo la segunda visita del día. Me viene a la memoria aquel cuento de los fantasmas de las navidades presentes, pasadas y futuras.

-Recuerdo haber visto esa película en la tele, con Arturo.

-¿Cómo?- me pregunta Henry desconcertado, pues es lo primero que le digo en cuanto entra por la puerta.

-La de los fantasmas en Navidad…- murmuró, dejando caer la frase al suelo como un copo de nieve que acaba por derretirse y desaparecer-. Bah, olvídalo, no creo que tenga importancia.

-Me da la impresión de que quieres a Arturo más de lo que pensabas…¿no?

-¿Era mi novio?

-Sí, lo era hasta hace muy poco. Lo dejaste antes de venirte a Nueva York, querías comenzar una nueva vida.

-Ya veo…

-Decías que era demasiado bueno y tú siempre la mala.

-¿Lo dejé por buena persona?

Henry abre el envoltorio del paquete que lleva entre las manos. Son pasteles de chocolate.

-Son para ti, tus favoritos.

Mis tripas rugen.

-¿Puedo? No sé si con esto…- digo señalando el gotero.

-No nos chivaremos. Qué daño te puede hacer un pedazo de tarta…

Mientras comemos, me atrevo a preguntarle por mi madre. Henry mastica lentamente, traga por completo y sonríe.

-Viene en camino, ahora mismo está en pleno vuelo. En cuanto aterrice, estoy segura de que lo primero que hará será llamarte, y después, venir a verte.

No puedo evitar darme cuenta de que sus palabras están llenas de cariño pero al mismo tiempo, de tristeza.

-Henry- digo alterada-. ¿Qué le ha pasado a mi madre?

Henry se levanta y me dice que no me preocupe, que en mi estado no me conviene alterarme. El corazón se me estremece ante la preocupación por mi madre, una mujer que no recuerdo pero por la que siento el amor más infinito. No me cabe duda de que más allá de lo racional, existen los lazos de sangre. Vuelvo a llamarlo, en esta ocasión gritando. Pero él no me responde, en su lugar entra otra de las siniestras enfermeras y me da una pastilla, a pesar de que en un principio me opongo. No quiero más calmantes. Pero son lo único que me hacen recordar, lo único que me sumergen en el subconsciente, en mi verdadero ser. Llamo a Henry mientras los párpados se me cierran, mientras me voy muy lejos, sin poder poner resistencia alguna ante la oscuridad que se despliega ante mis ojos. Oigo el llanto de una mujer y es ese llanto mi único guia. Gateo en la oscuridad hasta encontrar un resquicio de luz, es la luz que entra por debajo de la puerta. Me incorporo lentamente, soy lo suficientemente alta como para llegar al picaporte sin ponerme de puntillas. Tiro del frío mango de metal, lleva días un poco descolgado pero nadie lo arregla. La puerta se abre, imitando con un chasquido el quejido de mi madre, a la que puedo ver tirada, en mitad del pasillo, llorando, tapándose la cara, con el flequillo rubio teñido de púrpura sanguinolento. Me mira entre sus dedos y me pide que me vaya, que me encierre en la habitación. Me mira entre sus dedos con un ojo de pez, un ojo como un huevo estrellado, perdido, reventado. Quiero abrazarla pero es mi madre y he de hacer caso a todo lo que ella dice. Y si dice que me encierre en la habitación, me encerraré. Pero no me da tiempo y me siento culpable por fallarle. Es mi padre el que regresa a dar patadas, a por el ojo que ha quedado sano. Es mi padre el ogro con el que vivimos, el ogro que emerge por las noches del interior del hombre callado y ausente que vive con nosotras durante el día. No es la primera vez que lo hace, pero cuando el hombre callado pide perdón, exime de pecado al ogro. Soy pequeña pero lo entiendo. Me siento culpable por no haberme encerrado en la habitación y una de las patadas va a parar a mi cuerpo enano, salgo disparada contra la pared y en ella clavo mi mandíbula, desviándola de por vida. Caigo inerte sobre el suelo, junto a mi madre y cuando despierto, estoy de vuelta en la habitación del hospital. Vuelvo a ser la mujer de tetas grandes y ojillos de rata. Pero tengo un recuerdo nuevo. Sé que aquella paliza tuvo dos consecuencias que me marcarían de por vida. La primera, que mi cara quedaría desfigurada para que aquellos compañeros de colegio con ganas de proyectar su crueldad en mí me pudiesen llamar «caracaballo» o «yegua» o cualquier variedad de insulto relacionada con el mundo equino. La segunda, que ese mismo hecho le dio una fuerza a mi madre, un valor que hasta entonces no había tenido, hizo las maletas, me cogió del brazo y nos fuimos de aquella casa, de aquel pueblo de mierda, de aquella vida. Y desaparecimos. Tenía siete años. Poco antes había arruinado una fiesta de Carnaval y sentí que en aquella ocasión había arruinado la vida de mi madre.

-Martin, por favor- le ruego cuando me trae, junto a Elisa, un par de cajas de bombones.- Dime que mi madre está bien. Martin asiente pero no es nada convincente.

-Si me quieres, si realmente me quieres, dime la verdad, Martin.

Martin está a punto de balbucear algo cuando Elisa lo interrumpe.

-Basta ya de mentiras- dice-. Yo creo que es hora de ir diciendo la verdad, ¿no?

-Eso es lo que quiero, la verdad- digo.

-Pues bien, Martin NO es tu novio. Quizás os hayáis acostado un par de veces, pero tú, de quién estás enamorada es de…mí. ¡De mí! ¡Somos lesbianas, Ofelia! ¡No lo ignores por más tiempo! ¡Entre tú y yo ha habido algo especial!

-Estoy amnésica.

-¡Sal del armario, Ofelia!

-Saldré de donde sea si hace falta, pero cuando recupere la memoria.

-Creo que tu amnesia es fingida porque te avergüenzas de mí…- añade entre súbitos sollozos Elisa.

-No, mi amnesia, por lo visto, me la provocó a patadas tu querido exnovio.

Martin contempla la escena ensimismado.

-¿Es eso cierto?- se atreve a preguntar-. ¿Eres lesbiana? ¿Habéis tenido algo juntas? Si es así, yo te comprendo y te tolero, Miss Ofelia, porque te quiero y te respeto. Y no te echaré en cara jamás que hayas tenido un desliz lésbico si me prometes fidelidad a partir de ahora…

En mi lista mental, la palabra CHIFLADOS tacha los nombres de Martin y de Elisa.

-¿Desliz? ¡Yo no he sido ningún desliz! ¡Conmigo ha experimentado cosas que contigo nunca podrá experimentar!

-Te tolero, Elisa y entiendo tu punto de vista. Pero lo que dices no es cierto. ¡Ofelia me ama a mí!

-¿OS QUERÉIS IR A LA MIERDA?- acabo gritando de nuevo, sabiendo que corro el riesgo de que entre una enfermera y me empastille dejándome dormida durante cinco o seis días.

Martin y Elisa se callan de pronto, parece que verme de mal humor les ha causado un gran efecto.

-Lo siento- dice Martin. Elisa se echa a llorar.

-Perdónanos, Ofe…Con todo lo que estás pasando y nosotros aquí peleando por ver quién te quiere más…

-Yo la quiero más- apunta Martin.

-Chicos, por favor. Mi madre está mal, ¿verdad? No es normal que no me haya llamado en estos días…

Martin me coge la mano.

-Lo siento, Ofelia.

Y de repente, todos los recuerdos vienen a mí, como una gran ostia, como un chute en vena, como si  todos los orgamos que he tenido en las últimas semanas ocurrieran a la vez, entre mis piernas, provocándome más dolor que placer, desgarrándome por dentro y por fuera. Desgarrándome el corazón al ver quién es Ofelia, cómo de triste es la verdadera Ofelia. Apoyo la cabeza contra las palmas de mis manos y me aprieto los ojos. Oigo a Martin dándome las explicaciones que necesito.

-Tu madre, está mal. Cuando Henry le dijo lo que te había ocurrido…No lo pudo soportar. Está ingresada…Henry está al tanto de su evolución pero…

Elisa niega con la cabeza varias veces y de nuevo rompe a llorar.

-Regreso a España- digo incorporándome en la cama-. Martin, ve reservándome el próximo vuelo a Madrid.

-Pero Ofelia…¿No sería mejor si…?

-NO, EN ESTA OCASIÓN NO ADMITO ALTERNATIVAS. NO HAY OPCIONES. MI MADRE ES MI MADRE Y REGRESO A SU LADO, DONDE HE DE ESTAR.

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