La musa ausente

No hace mucho leí una entrevista de Gay Talese en El País Semanal en donde el periodista contaba una anécdota que me ha venido a colación y perfecto engranaje de lo que supuso para mí escribir esta nota. La historia coloca en la ecuación a Gay Talese, Tom Wolfe y John F. Kennedy.

El día que asesinaron a JFK, el New Yorker y el Herald Tribune enviaron a Gay y Tom respectivamente a Manhattan para cubrir y capturar el ambiente post magnicidio en las calles. Deambulando tropezaron el uno con el otro, descubriendo que andaban buscando lo mismo y convinieron compartir los gastos de un taxi para aligerar la búsqueda. Lo inesperado fue que «no encontraron nada digno de mención», la atmósfera respiraba tranquilidad. Entonces, ¿qué contar cuando lo único que puedes contar es que no ha habido un impacto visible? Tal vez una historia consista en no tener historia. «Escribir acerca de la falta de emoción de la gente ante una noticia de tal calibre», como propuso Talese a su editor jefe.

Ninguno de los dos reporteros llegó a publicar la crónica.

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[El primer número con Franca Sozzani a la cabeza de la edición italiana de Vogue. Boletín dedicado íntegramente a la camisa blanca. Robin MacKintosh, con blusa de Gianfranco Ferrè, fotografiada por Steven Meisel. Julio/agosto 1988.]

Bien, tuve serias dudas sobre escribir sobre la falta de musa o la imposibilidad de decidirme por una sola inspiración. No podría traicionar a tantas inclinándome por una en particular, y, por otro lado, ninguna me entusiasmaba lo suficiente como para decantarme sin condiciones. Quizá el obstáculo residía en que la moda había dejado de inspirarme tal y como lo hacía.

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[Oficios que sostienen la moda: Costurera, Londres, 1950. Foto: Irving Penn.]

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[Editha Dussler, una de las modelos fetiche de Avedon en los 60s e inmune al torbellino de las jolie laides, en la portada de diciembre de Vogue Italia, 1990. Imagen: Steven Meisel.]

Personalmente, tengo la peregrina teoría de que quienes consumimos revistas y no lo artículos que se publicitan en ellas, podemos tener una cultura visual vastísima en la materia, pero, recalco, sólo o prioritariamente visual, no sensorial en todas sus dimensiones. Para mí somos consumidores de moda en sus más variados escaparates, pero la experiencia de tener un contacto real con esos artículos se reduce drásticamente en la práctica.
Sin embargo, importamos. Un zeitgeist no se construye sino con la voz de todos, y si los modistos han acudido millones de veces a las calles para hallar su musa e interpretarla según sus designios, la opinión del usuario respecto al trabajo del autor también debería ser escuchada.

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[Supermodelos. Linda Evangelista fotografiada por Gilles Bensimon. Elle USA, enero 1991.]

Perdónenme, pero no tengo musa. Mataría por el Vogue italiano de las décadas de los ochenta y noventa, eso sí, y por un montón de libros que están descatalogados y que hablan sobre el asunto que aquí nos trae. No puedo ser más franca cuando digo que me gustan las revistas bonitas, hechas con gusto, con rigor y con riesgo. En el mundo de iPad cada vez me apetecen más los formatos físicos, el olor a los productos químicos de la imprenta, el tacto poroso de un couché satinado, la belleza de un diseño de layout bien resuelto.

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[El Vogue estadounidense, reflector y absolutista, señalando las corrientes multitudinarias. Vogue USA, mayo 1993. Rachel Williams, Kristen McMenamy y Eva Herzigová por Helmut Newton. Editora de Moda: Grace Coddington.]

Si yo tuviera una musa partiría del diseño secuencial, cinematográfico, de un planteamiento gráfico de Alexey Brodovitch; un flujo con valles y picos donde la publicidad no obstruiría la experiencia. O las soluciones de última hora, impremeditadas, con el estrés del cierre y el croquis patas arriba, como el que idearon Ruth Ansel y Bea Feitler para la mítica portada del número de Bazaar consagrada al Pop y al movimiento Youthquake, un aldabonazo enérgico e irreversiblemente juvenil. El porno chic y la perversión estilizada, paródica de Newton, Bourdin y Von Wangenheim, o las lolitas pizpiretas y sobreexpuestas posteriores de Von Unwerth. El monacal prepotente de Chanel o Kawakubo, o los discursos anti-sistema de Margiela y Adrover, tanato como las propuestas más hedonistas en esta dirección de Moschino, Castelbajac, Katharine Hamnett o Westwood. El fasto y la opereta de Galliano o Mugler, el dramatismo de McQueen o el desmantelamiento del prêt-à-porter por parte de Calvin Klein… Todo son historias menudeadas hasta la saciedad, y, no obstante, entrañan anales fascinantes. Si yo tuviera una musa no subestimaría al lector y me guardaría mucho de contratar plumas de la literatura Chick-lit; ésta dejaría de reproducir los males de las bitácoras de streestyle, dado que, si existen en la web y se difunden a tiempo real, por qué duplicarse con una demora de un mes… Porque una musa ha de ir por delante, no a remolque de lo que sucede, porque la moda está en decirle a la gente lo que no sabe que quiere pero que querrá, como apuntaló Diana Vreeland.

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[La versión conventual (y conceptual) de la moda: Linda Evangelista, Kirsten Owen y Michaela Bercu vestidas de Comme des Graçons; factoría en Pont-à-Mousson, Nancy (Francia), 1988. Imagen: Peter Lindbergh.]

Y, al final, los consumidores de imaginería de moda queremos todos lo mismo: un remanso a donde escaparnos de la ordinariez del mundo, donde la gracia te secuestra con sus pulcras e intrincadas maneras. Un objeto que recoja nuestra mirada a través de los años, estética y sentimentalmente, hecho con inteligencia, decisión y arropado de carisma.

Mi musa es una revista que no existe, creo que ya lo he averiguado.

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Cecily Wensell Häuser es el apodo tras el que se esconde una erudita de la fotografía de moda. No desvelaremos su secreto.