Nada de San Valentín, para nosotras es San Vallantines

editorial

Estoy escribiendo este edito viajando en metro, bien temprano, con una libreta en una mano y un bolígrafo en la otra. Rodeada de gente que lleva smartphones, iphones, nintendos, tablets, ebooks, ipads... y alguno levanta la vista lo justo para comprobar que sí, que estoy escribiendo ¡A MANO! («te lo juro tío, he visto a una tía escribir en un papel de verdad Y CON BOLI!»), que releo, corrijo y tacho («¡oh! TACHONES, es tan 1990…»). Se nos está olvidando hasta cómo escribir, y aún pensamos que nuestros hijos son medio bobos porque andan siempre mirando una pantalla. Ellos son nativos digitales, pero ¿y nosotros?. Nosotros lo que nos estamos volviendo es gilipollas perdidos.

En este vagón, los que van leyendo papel (periódicos o libros) se sentirán un poco por encima de mí, un escalón arriba. Los que llevan cacharritos en la mano me considerarán primitiva y analógica. Pero es que he decidido volver atrás en tanta superconexión y ultratecnología.

He borrado las redes sociales del teléfono (un iPhone crackeado y heredado de mi esposo, al que le falta un cuarto de hora para morir del todo, con más porrazos dados que el rey Juan Carlos, y medio recompuesto a base de cinta adhesiva), utilizo el WhatsApp (reivindicativa, no imbécil), el email, el teléfono, la agenda y poco, muy poco, más. Tengo desconectadas hasta las alertas del email…

Ya no escribo editos ni entrevistas en el blog de notas. Se me quedan los dedos como los de una gárgola, y a pesar de tener las manos pequeñas me equivoco bastante al pulsar en la pantalla sobre la letra correspondiente. ¿Para qué tanto sufrimiento? Vale, los recordatorios simples, las citas, un número de cuenta, una dirección… Pero nada más.

Me conecto a las redes sociales únicamente cuando enciendo el ordenador. E incluso dentro de estas me aburro bastante últimamente. Ya me parece suficiente andar currando hasta los fines de semana como para estar haciéndolo todo el rato. El que me quiera contar algo que me llame.

Ando un poco desenamorada de las redes sociales, y eso se habrá notado en que no he dado el coñazo tanto ni en Twitter ni en Facebook. Lo hago porque siempre busco información y cosas nuevas, nada más. Han bajado las visitas a la página. Bueno, no estamos aquí porque pensemos hacernos millonarios con esto (ni millonarios ni pagar nada, visto lo visto), sino porque somos un grupo de gente especialita (o quizá no tanto), a la que les anima y les sorprenden situaciones y actitudes un poquito fuera del contexto habitual. Vamos, que somos unos «raros». Pues QUE VIVAN LOS RAROS, QUE SOMOS MUCHO MÁS DIVERTIDOS.

Para seguir con la tónica raruna, y ya que estamos en el mes de San Valentín, nosotras vamos a hablar de amor, pero no del romántico, sino del de todos los días (y NO de cuando nos lo ordene elcorteinglés), del que lleva implícito sexo, peleas, desamores, borracheras… Amor del bueno, sin cupcakes ni tartas en formas de corazón. Hemos decidido cambiarle el nombre al santo: a partir de ahora, para nosotras, será «San Vallantines».

‘San Vallantines’, ya que nos parece que enamorarse en el fondo es una borrachera. ¿Borrachas de amor o borrachas por desamor? La Reina Humilde, nuestra portada, no lo deja muy claro. Ambas opciones son creíbles y posibles. Porque ¿quién no se ha agarrado una buena corgorza cuando la abandonan (a veces también cuando abandona), o cuando el objeto de sus deseos es inalcanzable? Sospecho que debe haber más literatura sobre amores imposibles que sobre los que se consiguen fácil.

Yo misma hablo este mes sobre «Drive», una falsa película de acción, y en el fondo una tremenda historia de amores fatales. Una película de las que te deja un regusto que no es amargo. A mí al menos me ha hecho rememorarla, y disfrutarla nuevamente en mi cabeza. Una opinión absolutamente subjetiva, trufada con algunas de las canciones que considero más hermosas y sí, por qué no decirlo, auténticamente románticas.

Paro, que me pongo tontona, y no es ese el objetivo de este mes. El objetivo de este mes es disfrutar y ponerse «to perraca», ya sea por tener amor o por no tenerlo.

Antonias de mi vida: apagad la pantallita de las narices, sí, ahora mismo, id a poneros bien guapas y salid a la calle a luciros, a coméroslo todo. Si tenéis el amor cerca, agarradlo y demostrarle por qué es vuestro objeto de deseo. Si no lo tenéis, salid a buscarlo, sin pamplinas, sin tonterías. Si es sólo sexo tampoco importará, igualmente es otra clase de amor.

Homenajead con nosotras a ese nuevo santo de nuestra devoción: San Vallantines, el santo que te quiere bien, y si no, al menos se irá de farra contigo.

Vuestra rendida admiradora,
Mabi Barbas, la Jefa