Mi Coco Chanel

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Toda persona que me conoce un mínimo sabe que, si hablamos de moda, Coco Chanel es mi fetiche preferido. No solo por lo que representó, sino por el personaje que ella misma se creó, hasta tal punto que es la protagonista de mi tesis doctoral.

Intentando recordar cuándo aterrizó en mi vida, estiro el hilo de la memoria y acabo en mi madre, modista de alta costura, que fue la que primero me habló de ella. Pero hizo más: siendo hija única, me educó en los parámetros que más tarde yo admiraría en Gabrielle Chanel: libertad e independencia. Después, fue mientras estudiaba diseño de moda que Chanel volvió a mí, y también quise tropezármela cuando le dediqué mi tesina universitaria, que posteriormente publiqué como biografía bajo el título Coco Chanel, la revolución de un estilo. De eso hace ya 15 años.

Así que llevo mucho tiempo de mi vida dedicado a conocer al personaje y la marca. Y no me canso nunca de hablar de ella. Mis alumnos y amigos lo saben. Es mi referente vital, aunque no todo lo que brille en el personaje sea ejemplar. Al fin y al cabo, era humana. Menos mal.

No insistiré demasiado en los lugares comunes, porque prefiero descubrir lo que tal vez muchos no sepan: cómo fue esa mujer salida de la más absoluta miseria que llegó a construir un imperio sin ser una businesswoman, y mintiendo sobre su vida compulsivamente.

Sí: mentía como una bellaca cuando le preguntaban sobre sus orígenes y familia; y de mujer de negocios no tenía nada. Le salvó su intuición visionaria y los hermanos Wertheimer. Pierre Wertheimer confió ciegamente en ella a pesar de que Chanel le dio más de un motivo para no hacerlo. Pero ése es otro tema.

Primero, situémosla en el tiempo: Gabrielle Chanel nació en el hospicio de Saumur, un pueblo del centro de Francia, el 19 de agosto de 1883. Su padre no estuvo presente. Más tarde, a la prematura muerte de su madre en 1895, la colocaría en un orfanato. Es entonces cuando empezó su gran trauma: el abandono del primer hombre, su padre. Algo que no supo superar nunca, y que siempre intentó justificar, adornando la figura paterna con mil historias de éxito, mientras empezó a acumular una rabia contenida hacia el resto de su familia porque la obligaron a convertirse en huérfana.

En 1900 fue acogida en un colegio religioso de pago que aceptaba alumnas necesitadas. Allí fue víctima de la inevitable discriminación, y siguió acumulando resentimiento contra su familia, algo que la marcará de por vida, anulando poco a poco casi todos sus lazos familiares.

Fue a los 20 años cuando Gabrielle Chanel empezó a vivir a su aire, primero trabajando en una reputada mercería de Moulins, y después en una sastrería. Y con la vida fuera del pensionado llegaron los hombres. Y la libertad de hacer y deshacer a su antojo. Incluso en su manera de vestir.

Es en ese momento cuando nace la verdadera Chanel, la mujer que se dio cuenta que su libertad pasaba por tener dinero, y que éste, entonces, pasaba irremediablemente por los hombres, después de haber fracasado como cantante. Un episodio en su vida que le dejó en herencia su apodo, Coco.

La vida de Chanel estuvo jalonada de hombres que le abrieron puertas y de hombres que le abrieron mundos. El primero fue Etienne Balsan, un acaudalado joven oficial del 10º Regimiento de Cazadores, acantonado en Moulins, que en 1904 le propuso irse a vivir con él a su feudo de Royallieu, donde pensaba dedicarse a su pasión: la cría de caballos. Y Chanel dijo sí.

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[Gabrielle Chanel, 1903]

Tenía muy claro que no quería resignarse a su destino de jovencita criada por caridad. ¿Qué opciones ofrecía entonces la vida a las mujeres? Su destino estaba trazado, independientemente del medio social: el matrimonio. Aunque existía una tercera vía, la de las mantenidas, la de las “otras”. Pero en todos los casos se dependía de los hombres. Había que “pasar por el tubo” y Chanel así lo hizo.

Nunca desperdició una oportunidad para conseguir sus objetivos. Y, sin ella ser muy consciente, se estaba empezando a emancipar de la tradición judeocristiana que obliga a las mujeres a la inmanencia. Ella querrá ser trascendente, como los hombres. El convertirse en una mantenida fue el primer paso, pero no el objetivo final. ¿Qué otra cosa hubiese podido hacer?

Poco después, aburrida de una vida fácil donde aprendió a amar a un animal que le sería muy útil en el desarrollo de su estilo, el caballo, otra oportunidad se le presentó bajo forma masculina, again: Arthur Capel, alias Boy, el amor de su vida y el hombre que supo ver más allá de la mujer, vislumbrando a la persona. Fue en 1909, cuando empezó una relación que tendría un trágico final, pero que significó la gran oportunidad de Chanel, ya que Capel fue el primer hombre que la admiró y respetó su ambición, dejándole desarrollar su independencia a la par que la culturizaba. Y fue él quien invirtió en ella su dinero para abrir sus primeras tiendas.

Desde que Chanel se había emancipado del pensionado religioso, su manera de vestir ya había anunciado su crítica a la moda establecida, simplificándola. Durante su convivencia con Balsan empezó a vestir de una manera peculiar, a contracorriente, utilizando prendas masculinas y luciendo pequeños y sencillos sombreros DIY.

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[Gabrielle Chanel, 1910]

Así que cuando se cansó de montar a caballo y asistir a fiestas, decidió que quería trabajar haciendo sombreros bajo petición de las amigas de la alegre tropa de Balsan, fascinadas por su estiloso atrevimiento. Que Balsan aceptara ayudarla en la aventura dice mucho de él, ya que entonces a un hombre se le juzgaba no solo por sus éxitos, sino también por su capacidad de mantener a sus mujeres, y la petición de Chanel podía poner en riesgo su reputación. ¿Su mantenida de verdad necesitaba trabajar?

Lo que entonces no entendió es que su mantenida quería trabajar precisamente para dejar de serlo. Y Capel, que confiaba en Chanel, tampoco llegó del todo a asumir ese objetivo vital de Gabrielle. Y así, cuando a finales de 1916 Chanel sorprendió a Boy devolviéndole el capital prestado, éste solo atinó a decirle “Creí darte un juguete, y te di la libertad”. Por fin ella había conseguido independizarse de los hombres, aunque hasta entonces los hubiese utilizado. El fin, entonces, sí justificó los medios.

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[Gabrielle Chanel, Biarritz, 1920]

Y es a partir de ahí cuando Gabrielle Chanel se consagrará como Coco Chanel, el personaje, intentando borrar cualquier referencia a su traumático pasado, que detestaba, mintiendo compulsivamente cada vez que le preguntaban.

Orgullosa, por fin había conseguido su objetivo, algo que la ha llevado, efectivamente, a la trascendencia, haciendo que su apellido, ese concepto tan preciado por el patriarcado, se haya convertido no solo en sinónimo del estilo más copiado de la moda, sino también en sinónimo de éxito. Todavía hoy Chanel es uno de los fashion business más importantes.

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[Ilustración de Douglas Polland para Vogue]

Mujer. Visionaria. Empresaria. Rebelde, creadora y gobernanta consecutivamente. Una mujer que se reinventó en un mundo dominado por los hombres y triunfó utilizando sus mismas armas. ¿Cómo no admirarla?

Una mujer que liberó a las mujeres de llevar absurdidades que coartaban su libertad de movimientos. La primera que apostó por la mujer antes que por los vestidos. Que simplificó su guardarropa a golpe de uniformes. Que impuso el punto, pantalones y tacones bajos, creando toda una ideología femenina. Una nueva identidad destinada a las mujeres, que, como ella, querían ser independientes para realizarse como sujetos y no como objetos. ¿Cómo no admirarla?

Una mujer que fue su mejor publicidad y que creó una marca con una identidad diáfana, que ha sabido sobrevivir en el tiempo, creando un código reconocido, sinónimo de atemporalidad y elegancia. Chanel ha marcado nuestro imaginario colectivo. Algo de lo que no se puede presumir fácilmente. ¿Cómo no admirarla?

Una mujer que supo hacer de la diferencia su esencia. Y que, paradójicamente, cuando volvió a la moda, después de haberse retirado de manera forzosa durante tres lustros, regresó haciendo lo mismo que 15 años antes. Y volvió para triunfar. ¿Cómo no admirarla?

Una mujer que sucumbió al british style desde el principio, porque el mundo del caballo marcó su idea de comodidad y confort, homenajeándolo constantemente gracias también a lo que le aportaron sus relaciones masculinas. Es así como el género de punto llegó a la moda femenina. El 90% de mi guardarropa. ¿Cómo no admirarla?

Una mujer que supo canalizar parte de su venganza social mediante la creación de un uniforme de dos caras, una en forma de tailleur, la otra como la petite robe noire. Gracias a ella la vida de las mujeres es mucho más fácil. Yo, el qué me pongo lo tengo siempre claro: el 90% de mi armario es negro.

Una mujer que encontró la inspiración en aquello que estaba más alejado de la moda, las ropas de trabajo masculinas, convirtiéndolas en deseables para una clase social que siempre las había detestado, pero que sucumbieron a ellas pagándolas caras. ¿Cómo no admirar el refinamiento de su venganza?

Una mujer que se hizo rica inventándose un perfume singular que es un fetiche desde el siglo XX, y que supo hacia dónde iba la moda. No se trataba de vender trapitos. Se trataba (y se trata) de vender perfumes. Y de crear marca. Visionaria del branding y del marketing sensorial. ¿Cómo no admirarla?

Una mujer que marcó la moda a la par que la detestaba, y creó un estilo imperecedero, acercando la moda a millones de mujeres. En esta aparente contradicción se centra su genialidad y su éxito como empresaria. Algo que otros han copiado después. ¿Cómo no admirarla?

Un personaje convertido en marca, y una marca que no puede vivir sin el personaje. Mujer singular, icono global. Nadie la ha igualado. Y yo la sigo admirando. Ésta es mi Coco Chanel.

Por Inmaculada Urrea
«Una marca sin contenido no es una marca. Es sólo una empresa.»

http://about.me/inmaculadaurrea

SOFOCO
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[Jean Cocteau, retrato de Chanel sin rostro