Hay muchas clases de. Las hay de felicidad, las hay de gratitud. Hay lágrimas de infinita tristeza. Las hay de esas que llaman, cocodrilo, más falsas que la más falsa de las falsedades. Y las hay de emoción. Éstas últimas son por lo menos para mi, una mezcla de felicidad y gratitud y la que escribe, que es muy llorona, os asegura que llorar de emoción es un grandísimo placer que solo quien lo siente sabe lo que significa.
Copando los titulares hay unas lágrimas que han hecho mucho más famoso a su ya famoso emisor, las de Amancio Ortega, en la celebración sorpresa con la que ha sido agasajado por su ochenta cumpleaños, con sus empleados y su hija. Unas lágrimas que significan mucho, a poco que seas capaz de sentir la empatía mínima como para entender que esos ochenta años son una metáfora perfecta de toda una vida a sus espaldas. Bien merece derramar como digo unas lágrimas de felicidad y de gratitud y comparto no solo la alegría entre sus empleados por darle esa sorpresa sino de algún modo el cómo Amancio se ha debido sentir.
Lo que me llama la atención y lo que me ha lanzado a anteponer este artículo atropellado y casi instantáneo a los que ya tenía en cola de impresión, ha sido ver la reacción que esas lágrimas han provocado en muchos de los que en mi extenso círculo de contactos se vanaglorian vanagloriaban de detractar al fundador del mayor imperio textil del mundo, que han pasado de un plumazo de aquello de ponerlo verde como normalmente a ensalzarlo en toda su humanidad. Cómo unas lágrimas pueden cambiarte el concepto de ‘capataz sin escrúpulos a veces y de explotador y ególatra megalómano’ en los que antes lo señalaban como uno de los mayores contaminadores también del mundo y creador del holding del que dicen tiene la huella de carbono más elevada del planeta; si no, a cuento de qué he sabido acerca de esta noticia sino ha sido por los muchísimos compartidos sobre las lágrimas de un hombre emocionado por una fiesta sorpresa. O se han o convertido o ablandado o no sé, pero parece que han apartado ese rencor acérrimo que vuelcan contra él en las redes y han dejado a un lado la mirada crítica con la que escrutinan cada una de las cosas que hace su imperio empresarial. Pero con emoticonos de corazoncitos y todo, lo he visto compartido, oye.
Hace unos días dije en Twitter que el hecho de que un futbolista lea a Bukowski únicamente me refleja de él que es una persona culta, pero que ese detalle no me reconcilia (en absoluto) con el mundo del fútbol; y lo dije precisamente por todo lo que estaba leyendo acerca de la honradez y la honestidad como ser humano del pobre chico, quien tras una conversación en prime time de un plumazo ha pasado directamente de ser un deportista de élite a ser el merecedor del nuevo Nobel de la Paz, a razón de lo que leía. Señores, se nos van las cabezas, de verdad. Que me alegra que don Ortega se emocione en su ochenta cumpleaños ante los empleados de su empresa porque que pienso en lo que ese señor tras toda una vida ha sentido, por la cantidad de emociones que hay en un homenaje. Así pues lo normal era que terminase con las lágrimas en la mano; las fiestas sorpresas son para sorprender al homenajeado y suele ocurrir que éste se termine emocionando. Pero nada más.
Sirvan estas palabras para que no perdamos la objetividad de lo que noticiamos o a lo que damos relevancia.