En todas partes cuecen habas

DevilEarsSi hace apenas días, ésta, su revista de referencia, les acercaba el abusivo e hipócrita mundo de la prensa femenina; hoy desde este espacio de refugio y sapiencia, me dispongo a contar lo que he vivido en la televisión infantil, y les aseguro que es tanto o más duro que aquél testimonio.

Yo trabajé durante un tiempo en Disney, en la televisión de Disney, que emitía como canal propio y exportaba a la vez contenidos a otras televisiones estatales (Telecinco y posteriormente TVE). El programa estrella era Club Disney, un magacine en el que se emitían series, sketches y el consabido componente didáctico y ético que se presupone en los espacios infantiles.

¿Ético? Pasen y vean. Juzguen incluso: En aquel tiempo (no sé si hoy sigue existiendo tal cosa) existía un comité de censura. Evidentemente no tenía este inquisitorial nombre. Se llamaba “Compliance” (pronunciese “complaiens”), que suena más americano y más happy happy.

Compliance era un departamento en el que llamaban a redactores, guionistas, productores y directores –según el grado de responsabilidad sobre una grabación- e instaban amablemente a “mantener” ciertas formas.

A mi sólo me censuraron llamaron en dos ocasiones. La primera, por una entradilla en un reportaje sobre el subsuelo de las ciudades, las alcantarillas. Subí al primer piso y me presenté para desfacer el entuerto. Había escrito “El reportero X, se acerca corriendo a cámara con el micro en la mano. Se para en seco, jadea y dice ¿Sabes que hay bajo mis pies? (…)”.

El problema era el verbo “jadear”. Por más que yo explicaba que el verbo “jadear” no se diría en abierto, las calenturientas mentes de la censura compliance, me instaban a que suprimiera el verbo en cuestión; y ante mi desconcierto, acabaron por afirmar “¡En Disney no se jadea!”. Así que, si un chaval corre (aunque sean 120 kms), y se para en seco ante la cámara, no jadea.

Me quedó claro el concepto. O eso creía yo, porque, al poco, volvieron a llamarme. Me quedé anonadada cuando me comunicaron que en una grabación de la que yo era responsable había un desnudo. ¿Un desnudo? ¿Cómo he podido dejar que se grabara un desnudo? Se trataba de una especie de videoclip musical. Mentalmente repasé cada secuencia… no recordaba ningún desnudo. Pero ahí estaban los censores compliance para mostrarme el video y su desnudo. Congelaron la imagen en un momento dado: “¡Ahí está!”.  Me muestran una secuencia grabada en un parque. Yo buscaba entre los matojos, por si hubiera una pareja en pleno  fragor sexual, o un exhibicionista escondido. No. Nada de eso. Había ¡una estatua! Una estatua de piedra, de una mujer redondeada en la que apenas se adivinaban formas.

Por supuesto tuve que suprimir el plano y cambiarlo por otro sin estatuas desnudos. Lo que más me aterra de Disney no es ese empeño en obviar cualquier alusión sexual, tampoco me resulta tan importante. Lo que me impresiona todavía es que su regla a seguir, el concepto que venden a los adultos es el de una televisión “para niños, sin necesidad de que estén los padres”. Esta frase me aterra, me resulta escandalosamente obscena. Primero, por prescindir deliberadamente de los padres mostrándoselo a su vez como una liberación: -¡Qué cómodo no tener que estar pendiente de los niños! ¿verdad?-. Y segundo porque  toda interpretación infantil está sujeta a unos parámetros determinados… y los de Disney no son especialmente sanos.

Por ejemplo, cuando venían niños a concursar, sólo podían ser de colegios privados y barrios adinerados. Los inmigrantes estaban vetados. Nadie lo decía expresamente, pero “no daban bien en cámara”, o “enredaban más” que los arios rubitos adinerados. A los pequeños espectadores de Disney, desprovistos de molestos padres, se les mostraba un mundo feliz, lleno de niños guapos, sin alusiones sexuales, ni religiosas (ni tan siquiera se podía decir “¡ay, por Dios!”), sin mestizaje de ningún tipo, ni enfermedades, ni sufrimiento… Un mundo tan bonito como nazi irreal.

Por supuesto había algún niño negrito (negro, no, ahí era negrito), pero era, o bien adoptado por una familia adinerada (como uno de los propios presentadores) o bien hijo de diplomáticos. Pero en el colorido mundo Disney no existe Pakistán, no existe la muerte, no existen los sudamericanos, no existen los problemas.

Los productos adolescentes promocionados –y como productos se entendían actores, grupos musicales, etc- eran horrendamente sexistas. Los chicos debían tener imagen de nobleza, inteligencia y fortaleza. Las chicas –muchas de ellas con pechos siliconados antes de los 18- eran muy sexuadas en apariencia, siempre con poca ropa, putillas provocativas, pero recatadas en su filosofía.

Tuve una preciosa niña cuando trabajaba en Disney. Me hicieron prometer que renunciaba a mi baja maternal, “si quería continuar trabajando ahí”. Lo hice.  Ni siquiera me planteé que pudiera hacer otra cosa.

En una de las convenciones anuales de la empresa, animaron a que enviáramos sugerencias a la cúpula directiva. Lo podíamos hacer de forma anónima, incluso. Yo propuse crear una guardería para los hijos de los trabajadores. Al fin y al cabo, se trataba de una empresa infantil ¿no?. Un amigo “infiltrado” en tal cúpula (donde todos eran varones, por supuesto), me comentó que al abrir el sobre y leer mi anónima petición, el jefazo máximo espetó “estos rojos de mierda, si no tienen dinero, que no tengan hijos”.

A veces mi hija pone Disney Channel. Rápidamente cambio de canal:  Prefiero que crezca en un mundo realista, donde ella puede ser aventurera, protagonista, inteligente; un mundo lleno de adversidades y cosas con las que hay que lidiar cada día, donde la sexualidad no es un mero reclamo pasivo, donde las estatuas son arte y no desnudos y donde la gente jadea… y mientras sea posible, me encanta ver con ella la televisión.

Caren Monasterio

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NOTA DE LA EDITORA: Dudo mucho que ninguna cabeza pensante de Disney vaya a leer ANTONIA MAGAZINE, pero, por si acaso tuviera alguna duda sobre la política en cuanto a opiniones personales vertidas en esta publicación, le remito a nuestra sección Sobre las opiniones y utilización del site, que en su punto nº 1 detalla: «ANTONIAMAG.com no comparte necesariamente las opiniones volcadas por sus colaboradores, ni se responsabiliza de dichas opiniones, juicios o comentarios, es decir, no representa necesariamente el punto de vista de ANTONIAMAG.com. No obstante, la dirección se reservará el derecho de NO PUBLICAR o ELIMINAR comentarios y/u opiniones que incluyan un lenguaje obsceno, indecente u ofensivo o proporcionar información falsa, inexacta, difamatoria o abusiva. Creemos en la libertad de expresión, siempre que no menoscabe el honor o derechos de terceras personas o colectivos sociales.»

Pero, personalmente, no puedo estar más de acuerdo con Caren Monasterio