Mis musas cotidianas

Hace meses, en una comida con dos grandes amigos («la Montagut» y «el Basurto»; para mí, Clarita y el Richal), charlábamos sobre lo de siempre «¿y tú en el curro… qué tal?»

Coincidíamos en que la felicidad en un puesto de trabajo tiene mucho que ver con lo a gusto que trabajas tú mismo y la gente que tienes alrededor. Llamadlo buena onda, empatía o eso tan pedante de la «inteligencia emocional».

El caso es que mi Clarita me decía admirada que se notaba que mis chicos de Antonia me respetaban y me querían. Es cierto, y lo es en la misma medida en que los quiero y los respeto a ellos. Cada uno con sus cosas, cada uno con su punto, pero todos geniales y, para mí, imprescindibles.

Para hacer esto tan bonito que hacemos hay que estar inspirado y tener ganas, y si tu trabajo, tus hijos, tu pareja y a veces hasta tu resaca, te lo impiden, para mí siempre estarán por encima de Antonia.

Puede que sea por esto que me siguen con los ojos cerrados donde les diga. Puede que sea por esto por lo que tengo largas conversaciones vía whassapp con ellos. Puede que sea por esto por lo que me preguntan antes de tomar una decisión. Será por esto que soy su capitana.

Por esto y sólo por esto, nada más.

No soy ni la más lista ni la más creativa ni la más coolhunter del equipo. Lo que me falta de talento lo suplo con una gran capacidad de trabajo. Lo que no sé lo aprendo de ellos, cada día, porque soy su fan número uno. Ellos me inspiran, son mis musas cotidianas.

Como le dije a Richal en aquella conversación «el director de orquesta no es el que toca los instrumentos mejor que nadie, sino quien mejor los organiza».

Donde no hay buen clima es porque el de arriba se cree más y mejor. Y ese es un grave error. Desechar el trabajo y el esfuerzo de tu equipo, no saber reutilizarlo, es tirar el dinero. No conocer las habilidades de tu gente, un error de gestión imperdonable. Mandar a alguien preparado para escribirte un reportaje de 8 páginas a rellenarte el sumario, no es una muestra de poder o autoridad, es una muestra de imbecilidad.

Parte de mi conversación con Maruja Torres, la musa personal que aporto a este inmenso número, gira en torno a este tema: la nefasta gestión de los medios. El triunfo de los capitanes tontos.

Yo espero no convertirme nunca en miembro de ese club de ineptos. Porque admiro a mis chicos por encima de todo, les quiero, les protejo y les defiendo como una leona.

Porque repito que «mis niños» son mis musas, y porque en Antonia no trabajamos: salimos al recreo a jugar.

Y como esto de ser creativo y que te apoyen, da felicidad y se contagia, en este número de Antonia se han unido a nuestras filas grandes plumas, grandes artistas, grandes creativos. No habría dinero para pagar tanto talento junto, y es por ello que, agradecida y emocionada cual Lina Morgan, en mi nombre y en el de todo el equipo habitual de esta publicación, les doy las gracias a:

– Lucio Chiné, nuestro editor invitado, y sin quien no habría sido posible ni la décima parte de lo que hay aquí. Gracias por tu entusiasmo y sabiduría. Y esto lo digo tan sólo en mi nombre, porque el entusiasmo (a veces también el pánico) y las conversaciones nocturnas han derivado en esta maravilla. Gracias, infinitas gracias.


- Helena Barquilla, nuestra Antonia de portada, fotografiada por Michael Oats y vestida por García Madrid. No tengo palabras para agradecerte que «bajes a las cabañas» cuando tantos palacios debes haber pisado. Antes admiraba a la reina. Ahora admiro aún más a la mujer.

Relatar de manera individual lo que cada uno de estos colaboradores aportan a este número, alargaría este edito hasta insoportables extremos, así que tan solo los nombraré, rezando para no dejarme ninguno detrás: José Miró, Alejandro Van Rooy, Maruja Torres, Roberto Enríquez hablando de Isabel Coixet, Alterego, Sr. Quinquillero, Leticia García Guerrero, Camino hablando de su amiga Julia Martínez, Pablo Álvarez, Diana Román (Dipordior), Abraham Menéndez (Abe the ape), Raquel Leyva (Gratistotal), Otto Mas, YoDoña hablando del gran muso Aless Gibaja, El Hombre Confuso, Cecily Wensell, el dulce Javier Ubieta, Luna Maneiro, José Nuñez Ponce, Alison Macclacan, María López Robledo… seguramente me deje a alguien detrás, pero será porque de puro síndrome de Stendhal se me nubla el entendimiento. A todos, gracias, desde lo más profundo de mi corazón antoñil. Sois tantos y tan grandes que tengo la sensación de no poder superar este número.

Vayan en mi nombre y en el de mi equipo, mis musas, los que aguantan mis locuras y mi legendaria mala leche. Niños: os quiero y soy vuestra más rendida admiradora.

Mabi Barbas, la Jefa

pd (mi equipo son Rui Cunha, MJ Garrido, Zäpp Amezcua, Laura Fernández, María Inés González, Iván Casquete, Carolina Matzchenko, Elisa Perea, Fernando Bajón, Miguel Carvajal. Ellos son los de todos los días, y de ellos es el mérito de seguir aquí, después de 38 números).