Una sevillana en París. Día 1: vino y música

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Primer día

Llegamos a las 9 de la mañana al aeropuerto de Orly, que es más pequeño que el inmenso Charles de Gaulle, después de un vuelo de lo más tranquilo (sí, a mí también me acojona MUCHO volar), en lo que más destacable fué escuchar la conversación de dos pijas en el asiento posterior al nuestro, que -y cito textualmente- no se explicaban «cómo puede volar una máquina tan grande y pesada como un avión o flotar un crucero enorme». Ahora ya sé por qué van todos a colegios y universidades privadas, y se sacan titulaciones y carreras.

magia

Un cotilleo: Adriana Abascal iba en el mismo avión. La ví en la cinta de recogida de equipajes y es MO-NÍ-SI-MA. Envidia y de la buena, nenasLo mejor para desplazarte desde Orly al centro de París es coger el Orlybus. Son 7 euros el billete, pero te deja en Renfert Rocherau, y desde ahí ya puedes desplazarte en metro por toda la ciudad. Consejo: comprar el PARIS VISITE, un abono de transportes de turista para 2, 3 o 5 días, y amortizarlo (sirve para subir en el elevador de Montmartre, por ejemplo).

Llegamos con el tiempo justo de dejar las maletas en el hotel y salir pitando a O Château, donde habíamos reservado plaza para una cata de vinos y quesos franceses. Ni mochileo ni masdonals ni burriquines: íbamos a comer y beber bien, nada de cutreces.

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Nuestro «profe» de cata se llamaba Remy (sí, como el mejor cocinero de Francia- «Ratatouille»), y el resto de nuestro grupo de catadores estaba compuesto por ingleses, australianos y americanos. En realidad una pequeña encerrona: toda la charla iba a discurrir en inglés, para mi desgracia, porque en francés me defiendo bastante mejor. Así y todo salvé los muebles con bastante dignidad, y me enteré prácticamente de todo. Para el resto tenía a «my personal translator», como presenté a mi chico, justo antes de confesar «because I don’t speak english». Aprenderte las letras de las canciones y ver las series en versión original ha dado buen resultado, porque todos me entendieron perfectamente y contestaron (en inglés) «¡¿cómo que no hablas inglés?! sí que lo hablas». Vale, next…

Después de una divertida charla sobre los vinos franceses, historietas, chascarrillos y demás puesta en escena de Remy (es de agradecer, las catas suelen ser tremendamente aburridas, con expertos en vinos cuyo tono de voz es tan monocorde como un discurso de Rajoy), en la que los vinos, escasos, se maridaban con diferentes quesos, algún embutido y algo de jamón francés (chicos, dejadlo ir, en serio, no tenéis nada que hacer frente al jamón español), también algo escasos, salimos a recorrer París.

O Château está en San Eustaquio, y en San Eustaquio está La Perla, que os sonará por ser el escenario del famoso «eres fea, y tu bolso también» de Galliano. John, cari: ¿no había un sitio aún más concurrido en todo París para montar el pollo, no?. En fin… Como el camarero de La Perla era un poco estúpida, lo mareamos un poco, no pedimos nada y nos fuimos a la terraza de enfrente, que era más bonita, tenía mejor vista y el camarero era eficaz y amable. Que se joda La Perla, va por tí, John.

Tuvimos la suerte de que nuestro hotel (Hotel Jules) estuviera muy bien situado, en la Rue Lafayette, con Montmartre a la espalda, Ópera a la derecha, Les Halles hacia abajo… Podíamos ir caminando a un montón de rincones de París, si nos daba la gana, claro, porque tampoco era cuestión de llegar destrozado a la noche.

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Y es que esa noche era el concierto de Florence & The Machine en el Casino de París, la excusa del viaje. No me negaréis que la excusa es buenísima.

Anécdota: conforme se fué llenando la sala, una pareja que estaba en la platea tomó posición junto a nosotros, pero justo al lado del palco. Antes de que comenzaran los teloneros, cuatro bigardos ingleses (chicos y chicas) se pusieron justo delante de la chica, tan bajita como yo. Antológico el broncazo que le echó a los bigardos para que ya que habían llegado a última hora, se pusieran detrás. Y lo hicieron. Brava. Llegamos al Casino de París con algo de antelación, porque no sabíamos si habría lío a la entrada, ni siquiera si el lugar era un poco complicado para «alguien como yo». Me explico: mi estatura es 157 cms; la de mi chico 190 cms (el punto y la «i», sí). Él no tiene ni medio problema para situarse en cualquier lugar en un concierto, siempre tiene buena vista. Pero yo, ay antonias, yo estoy bien jodida cuando voy a un concierto (a no ser que la artista sea yo y esté encima del escenario), porque el 90% del personal es más alto que yo. Si a eso añadimos el imán que suelo tener para que el grupito de los más gilipollas, pesados, alborotadores, y gente coñazo en general, se me ponga justo delante, no me suele hacer mucha ilusión ir a los conciertos, la verdad, porque sé lo que me espera: ver un montón de espaldas y cogotes saltando delante de mí. Pero esta vez tuve suerte. El Casino de París es una sala muy antigua (se cae a pedazos, la verdad), pero como antigua que es está diseñada para que se vea el escenario más o menos bien desde todas partes. Habían retirado las sillas de la zona de la platea y palcos laterales, y esa fué la mía: en un palco lateral, de pié, lo suficientemente por encima de la platea como para poder ver si se colocaba delante algún maromo o maroma talla XL. Perfecto.

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El concierto fué memorable. La sala se cae a pedazos, pero la acústica es impresionante. Spector lo hicieron fenomenal. Son un poco Coldplay meets Thirty Seconds to Mars, y al igual que con Coldplay, cualquiera de sus canciones serviría de banda sonora a un anuncio de Vodafone, pero fueron divertidos y el cantante lo hace muy muy bien. Habrá que apuntárselo para escucharles con más tranquilidad.

Después apareció la Florencia, porque lo suyo fué una aparición angelical, un cuadro de Klimt andando. La túnica, sus brazos, su voz, la iluminación del escenario. Todo te llevaba a un estado semi-mísitico. Tuve un «stendhal». Me puse a llorar como una gilipolllas, sí. No me lo creía, a las 6 de la mañana estaba en Barajas, muerta de sueño, y ahora estaba con mi amor, en París, escuchando a Florence & The Machine en un lugar precioso… me dió un parraque. Pero tranquis, fué de puro gozo.

Al salir nos fuimos a una brasserie cercana a comer algo. Ya era tarde, había sido un día intensísimo. Coincidimos con los Spector en un semáforo y les felicitamos por el concierto. Muy educados nos dieron las gracias, y al final terminamos comiendo todos en la misma terraza, pero no juntos ¿eh?, que esto era un viaje romántico.

Regresando al hotel quisimos tomarnos una última copa en el bar, pero un despistado camarero con muchas ganas de irse a otra parte nos contestó con un más que irritante «je suis desolé», vamos, que estaba cerrado, aunque en la info del hotel decía bien clarito que estaba abierto hasta las 2, y eran las 00:15. Tomé nota mental «ya verás, ya, la reseña que te voy a poner, guapete».

Subimos a la habitación, preciosa, con dos balcones de esquina, desde los que se veía la puntita de la Tour Eiffel. Vamos, que se veía el haz de luz cuando la encienden por la noche, pero poco más.

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