Dentro del mundo del Arte hay distintos profesionales: artistas, historiadores, comisarios, mediadores culturales, críticos, y se establecen jerarquías entre ellos muy fuertes.Por un lado están los artistas, que crean obras.
Por otro lado están los historiadores que las estudian, las enmarcan en contextos específicos en el tiempo. Los comisarios organizan muestras de obras de artistas. Los críticos escriben sobre las obras de Arte.
Todos ellos hablan con la creencia de estar seguros de que las ideas que vuelcan sobre las obras de Artes son las únicas y verdaderas, que el artista «quiso decir esto o lo otro» cuando hizo esa obra. Es verdad todo el mundo es libre de teorizar sobre ella, pero estas opiniones acaban pesando y la revisten de significados únicos con los que quizás no fue creada.
Una obra de Arte es antes de nada, un hecho ambiguo y cuando un artista la realiza busca que el público la asocie a diferentes significados (como por ejemplo La Gioconda – es una mujer, o un hombre, no sabemos claramente si sonríe, ni quién es, ni el antes ni el después de esa persona).
En Occidente llevamos mal la ambigüedad, siempre esperamos que todo tenga un significado cerrado, una narración o podamos sacar interpretaciones y conclusiones.
Hace muchos años que llevo escuchando que los historiadores, comisarios y críticos están para hacer una criba y entresacar de todos los artistas que existen, cuáles son los más relevantes. Son profesionales formados en el conocimiento del Arte.
Pero también se podría pensar que cuando un artista profesional se sienta a pensar qué nueva obra va a realizar también tiene que conocer toda la historia del arte y tiene toda esa presión si quiere crear algo diferente.
Al final ¿quién es el experto?
Dentro de la jerarquía del mundo del Arte suelen encontrarse dos posturas sobre los artistas:
– una de cierto rechazo cuando no son conocidos y su obra no está situada en los grandes museos o instituciones. Se crea un silencio a su alrededor de desinterés y de duda.
– otra de endiosamiento, cuando críticos, comisarios e historiadores con influencia ha decidido que el trabajo de un artista que desarrollan merece estar en la cumbre. Se crea tanto ruido a su alrededor que su obra y su figura se deforman.
Muchos artistas en ese nivel permanecen callados escuchando las diversas interpretaciones que se hacen sobre su trabajo, quizás con una sonrisa irónica interior.
Tanto si están abajo como arriba de la jerarquía, finalmente no se suele escuchar lo que dicen los autores sobre su propia obra.
Para mi, un ejemplo es la artista americana Cindy Sherman.
Realiza autorretratos en los que ella dice no reconocerse. Son fotografías que parecen tomadas en distintas épocas en las que aparecen mujeres de aspectos diferentes. Por la estética de las imágenes uno podría pensar que han sido sacadas de revistas, películas, carteles de un álbum personal.
En ella se dan varias características: es fotógrafa, es mujer, su obra son fotografías de mujeres en distintas épocas. Alguien sumó dos y dos y dijo «una artista que realiza un trabajo sobre los modelos de mujer a través de la historia» y ahí se quedó esa idea grabada a fuego sobre su obra.
Ella dijo que no le desagradaba si alguien hacía una lectura feminista de su trabajo, pero que el trabajo es el que es y no se iba a meter a teorizar sobre el feminismo con ello.
Si no hubiera sido una mujer, seguramente su trabajo sería tomado de manera más universal «de sus fotografías se traduce que todos podríamos ser cualquiera en cualquier época», pero esto además, ya sería otra historia.
Una obra de arte sirve para sí misma y acercarse a ella no obliga a interpretarla ni adjudicarle un contenido.
Y cuando lo hacemos, además, revelamos nuestros prejuicios.
De todo esto habló mucho mejor Susan Sontag en su libro «Contra la Interpretación», muy recomendable.
Berta Delgado