Crash. La verdad entre el metal retorcido.

“Después de haber sido bombardeado infinitamente por propaganda sobre seguridad vial, es casi un alivio encontrarme en un verdadero accidente.”

(Cita de J. G. Ballard, reproducida textualmente por Ballard, el protagonista de Crash)

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El fetichismo está presente en el cine en muchas películas. De hecho, el mismo cine en sí puede ser un fetiche. No sólo su visionado, también los objetos que lo rodean. Pero creo que el lenguaje cinematográfico, sobre todo con el uso del plano detalle, con el punto de vista, la fotografía, la música y las interpretaciones, es el medio en el que mejor se refleja el fetichismo.

Un director que ha incursionado repetidas veces en la sexualidad humana y sus manifestaciones poco convencionales es David Cronenberg. A lo largo de toda su carrera, ha explorado el lado oscuro del ser humano, lo oculto, las perversiones, lo que sólo se hace con la puerta y las ventanas cerradas, con películas como Videodrome, La mosca, Dead ringers (Inseparables), M. Butterfly, eXistenZ. Pero sobre todo, a la hora de incursionar en el fetichismo, el mejor ejemplo es sin dudas Crash.

Crash cuenta la historia de Ballard (James Spader), un productor de cine casado con Catherine (Deborah Kara Unger), con quien mantiene una relación abierta en la que ambos se excitan a partir de las mutuas infidelidades. Ballard tiene un accidente de coche en el que colisiona con una mujer, Helen Remington (Holly Hunter) y su marido, que muere en el acto. A raíz de este accidente y su relación con Helen, Ballard entra en contacto con un grupo de gente, liderado de alguna manera por Vaughan (Elias Koteas), que encuentra excitación sexual en los choques, los autos destrozados, las heridas, las prótesis y todo lo que rodea a los accidentes automovilísticos.

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Vaughan es un doble de riesgo, devenido en artista de performances que incluyen recrear accidentes de famosos, como el choque en el que murió James Dean. En la novela de J. G. Ballard, el deseo último de Vaughan en estrellarse contra Elizabeth Taylor y que ella muera en el choque. Eso sería el clímax sexual fetichista al que aspira. Esta trama no está en la película, pero sí que refleja como la violencia del choque, el frío del metal, la lejanía de un objeto que se interpone entre los cuerpos hace que se acerquen lo suficiente como para lograr el deseo sexual. Esto mismo propone el cine, ese acercamiento a través de la lejanía.

En Crash, tanto el libro como la película, a ese placer sexual que cada vez necesita de más elementos, sólo se llega a través de la violencia y eventualmente la autodestrucción. Pero Cronenberg no lo muestra de forma crítica, sino que nos envuelve en la psique de los personajes de una manera que sólo podemos caer en esa espiral con ellos, sin deseos de volver. El metal y las máquinas se van haciendo carne, mientras que los cuerpos mutilados o llenos de clavos quirúrgicos se vuelven menos humanos. En un momento de la película, Vaughan dice que su deseo es “darle una nueva forma al cuerpo humano a través de la tecnología moderna”. Por eso se obsesiona con estos elementos al punto que se transforman en su vía de expresarse sexualmente.

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Ballard, el personaje, se va sumergiendo cada vez más en este submundo, y con él su mujer Catherine, hasta que llegan a provocar ellos mismos los accidentes de coche, aún a sabiendas que sólo puede haber un final posible. “Quizás la próxima vez”, dice Ballard a Catherine cuando el último accidente que vemos en la película no los mata.

Crash fue prohibida y cortada en varios países. Algo absurdo para una película de 1996, premiada en el Festival de Cannes, y sobre todo tan buena y honesta.

J. G. Ballard, el autor de la novela “Crash”, y de muchas otras sobre universos distópicos como “El Mundo Sumergido” y “El Mundo de Cristal”, o sobre realidades más siniestras aún que muchas distopías como “El Imperio del Sol”, era consciente de cómo estas historias en las que se normaliza lo supuestamente anormal pueden generar crítica y repudio.

En una declaración de 1997, J. G. Ballard dijo: “La novela burguesa es la mayor enemiga de la verdad y la honestidad que se haya inventado. Su estructura sentimental reconforta al lector…muchos piensan que la principal función de la novela es hacer una crítica moral de la vida. Pero el escritor no tiene nada que hacer emitiendo juicios críticos…es mucho mejor, como he tratado de hacer desde mi pequeño lugar, decir la verdad.”

Lo mismo ocurre con el buen cine. Mientras que la “huequez” reinante se pregunta ridículamente quién protagonizará la versión cinematográfica de “50 Sombras de Grey”, tan innecesaria como la ¿novela? y que será muy probablemente mala, son menos los que encuentran placer en volver a películas como Crash, que después de tantos años sigue siendo actual, necesaria, y que sobre todo no emite juicios y busca la verdad.

Inés González.