Siempre que se acerca la navidad y va a nacer el Niño-Dios pienso lo mismo, puede que en el año 0 de nuestra era el oro, el incienso y la mirra fueran unos regalazos de la leche, pero a día de hoy, el único lugar en el que me imagino juntos esos tres objetos es en la guantera del BMW de cuarta mano de un narcotraficante de medio pelo.
Esta reflexión de tan hondo calado viene a cuento porque estamos en diciembre y Jesusito de mi vida (el cual a todas os consta que es niño como yo) está al caer, no lo trae volando la cigüeña envuelto en un atillo, ni va a nacer en la Clínica Ruber Internacional (a diferencia de otros célebres redentores); va a nacer en un portal, que en los tiempos que corren evidentemente es de internet, porque si el hijo de Dios no viene con un cursillo de Community Manager y otro Crowdfunding de altos vuelos debajo del sobaquillo… ¡ya me diréis como cojones piensa redimir a la humanidad del pecado y otros perniciosos males!
Pero no entraré en debates doctrinales de carácter religioso porque aquí para lo que estoy es para hacer gala de ese «docere delectando» que tanto gusta entre mis lectoras de Antonia Magazine y que esgrimo todos los meses cual estandarte y/o/u pendón de fragorosa batalla en mis críticas televisivas, porque en mi naturaleza altruista siempre ha estado el ser apodíctico a la par que didáctico; así que vayamos con alegría al cogollo de la cuestión porque este mes hablaré de: «Dynamo El Mago».
Yo, que poco menos que he consagrado mi vida al estudio de la densa obra de Schopenhauer y otros autores con recao dejando de lado otras mundanas cuestiones, recientemente he descubierto los canales televisivos «Xplora» y «Discovery Max»… ¡honra de la televisión y gloria inmaculada del buen hacer audiovisual!; y que no os asuste este panegírico que parece empiezo a aderezar sobre estos ínclitos canales televisivos, no es mi intención que parezca que soy accionista de ellos, pero vamos, que aunque así fuera tampoco pasaría nada, porque si yo no os cuento a vosotras los duros… ¡a ver por qué motivo me los vais a contar vosotras a mi!
En fin, que me caliento… se que muchas de vosotras cuando pensáis en magia os imagináis a Juan Tamariz, cenicienta melena al viento, tocando air-violín al son de… chiananaaaaaaaaa, pero no todo en la magia es tan castizo y grotesco; resulta que hace poco, viendo «Discovery Max» me encontré con «Dynamo El Mago», una serie sobre un mago jovenzuelo de la vieja Inglaterra que, con sus trucos, en más de una ocasión ha provocado la caída de bragas de unas y el enturbiamiento de calzoncillos de otros. Porque «Dynamo El Mago» lo borda. En mi caso, no pasa un capítulo sin que suelte la típica carcajada que, traducida al román paladino, quiere decir «¿Cómo lo ha hecho? ¡Que hijo de puta!»), y por supuesto he mancillado el espíritu de ese noble Proverbio Cantonés que dice:»En boca cerrada no entran moscas», porque durante los 40 minutos que dura cada capítulo es inevitable mantener la boca abierta de estupor, admiración y asombro por la maestría, el talento y la impecable factura de la mayor parte de los trucos con la que este mago de Bradford (Albacete), digo… (Londres) lleva a cabo su oficio.
Puedo decir, sin miedo al rubor, que para mi «Dynamo El Mago» es, sin duda y de lejos, de lo mejorcito que he visto en todo el año en televisión (salvo alguna que otra serie a la altura como «The Newsroom» o «House of Lies»).
Hacedme caso, todo lo que sea no ver a Dynamo es desaprovechar vuestras vidas, hacerlas mas insustanciales, hundiros en un pozo de miseria, desconsuelo y, en la mayoría de los casos, autodestrucción, que os acabará conduciendo a terminar viendo el «Especial Navideño de Villancicos de Raphael» en batita de guatiné, langostino pasao en una mano y bote de salsa marisquera en otro, e imagino que eso no es lo que queréis… ¿verdad amigas?
Dedicadle unas horas a «Dynamo El Mago», volved a creer en los truquitos de cartas, el ilusionismo, la telequinesis, la flacidez, las arrugas, el descolgamiento y su puta madre en bicicleta; hacedme caso, pues, más en la superficie que en el fondo, sabéis que mi sabiduría traspasa el espacio-tiempo, mis conocimientos son de todo punto incuestionables, mi buen criterio está fuera de toda sospecha y, lo mas importante, mi reino no es de este mundo, aunque no pueda demostrarlo documentalmente ni en este ni en el de más allá, para disgusto, desconsuelo y desazón de todos mis herederos.
Iván Casquete