A veces me pregunto, me preguntan, por qué decidí crear un personaje virtual, anónimo y sin rostro, tras el que esconderme. Otras me interrogan sobre mi nombre real, sobre mi apariencia física, mi domicilio y mi vida rutinaria.
Quieren saber cómo soy, intentan provocarme con tretas absurdas, creen que con atajos conseguirán descubrirme. Unos se empeñan en creer que soy una persona famosa, otros que tengo un físico espectacular, la mayoría que doy miedo y unos pocos consideran que no existo. Todos y cada uno piensan que están en lo cierto, aunque la verdad aquí únicamente la tengo yo.
Debería empezar esta historia como lo hacía la gran Sophia Petrillo, nombrando una ciudad y un año, pero tal vez eso supondría revelar demasiados datos a la primera de cambio. Diré que era un sitio cercano al mar y que rondaba el principio de los dos miles. Yo vivía una vida normal, sin estar en una edad especial y sin fantasía en el pelo. De hecho, fantasía tenía más bien poca. Leía, recortaba, coloreaba, estudiaba, meditaba, como cualquier persona en su postadolescencia. No diré que siempre había querido escribir, ni que ante las adversidades de la industria decidí empezar el camino por mi cuenta. Nada de eso. Simplemente vi que alguien que yo conocía se había abierto un blog para contar sus cosas, relacionadas con música creo recordar, y pensé que yo podía hacer lo mismo. Imita y vencerás, ¿eso se puede decir? Mi inexperiencia virtual me hizo caer en un sitio horrible, donde todo parecía diseñado por el peor diseñador del mundo. Aún así, estuve casi un año escribiendo chorradas, porque es eso lo que se escriben, chorradas. Tal vez si no existiera internet, si no pretendiéramos crear con un ojo puesto en el twitter, puede, pero ahora, la alta literatura está muy lejos de cualquier tablet.
En ese momento todavía no había nacido El Hombre Confuso. Tan solo era yo mismo, intentando plasmar por escrito aquellas cosas que no podía decir en voz alta. Un secreto de confesión que ni era tan secreto, ni desde luego de confesión. Del infierno del diseño salté a una plataforma creada especialmente para tener un blog. Entonces decidí adoptar la identidad que me ha llevado hasta escribir en estas páginas electrónicas. No pensé en nada más que separar mi identidad real de los motores de búsqueda. No fue nada premeditado, ni me inventé un nombre con gancho, ni pensé que podría llegar a nada más, ni quise hacer un negocio de algo que, en aquel momento, distaba mucho de serlo. Cogí un fragmento de una frase que me escribió una persona conocida, la adapté a mi situación y lo puse en mi pseudónimo del messenger. Empecé como todo el mundo, hablando de las cosas que me rodeaban, sin pensar que mi vida no era tan interesante como la de Popy Blasco. Total, nadie me leía. Ponía fotos con más o menos gracia, escribía entradas más o menos bochornosas y empezaba a relacionarme con gente que tenía blogs. Ya saben, sentirse comprendido en un entorno que, de entrada, podía parecer patético. Bueno, de entrada y no tan de entrada.
Poco a poco fui mutando. No me inventé a mi mismo para hablar de nada. No quería escribir sobre moda, ni sobre fotografía, ni sobre cine. No quería escribir sobre nada. De hecho, sigo queriendo escribir sobre nada. Simplemente plasmaba en mis ratos libres aquellas cosas que iba descubriendo. No tengo una mente enciclopédica, ni centenares de revistas, ni he visto todo el cine del mundo, ni me sé los nombres más importantes del momento, solo voy improvisando sobre la marcha. Nunca planifico las cosas que escribo, ni suelo dedicar más de 10 minutos a hacerlo. Puede que no se lo crean, que piensen que es la misma táctica de esas chicas estudiosas que dicen no haberlo hecho pese a que llevan quince días sin pegar ojo. Están en su derecho. Yo no he venido a convencer a nadie. Aunque tampoco he venido a dar explicaciones y aquí me tienen, contando la historia de mi vida. ¿Ven como no hay nadie más despreciable que la gente que escribe blogs?
Al principio era tremendamente celoso de mi intimidad. Como los famosos que se enfadan porque les sigue una cámara, como los padres que piden que pixelen a sus hijos, como Martin Margiela. No soportaba que nadie descubriera mi nombre accidentalmente, no quería que nadie supiera cómo visto, dónde vivo o qué me gusta comer. Creé mi propio monstruo que tantas ¿alegrías? me ha dado con el tiempo. En un mundo sobresaturado de imagen, el misterio es el principal reclamo. Lástima que yo tardé en darme cuenta. Hasta que no me adentré en el mundo de las redes sociales no fui consciente del interés que despertaba algo que, por otra parte, no deja de llamarme la atención. ¿Cuándo leemos un libro nos preguntamos sobre la cara del autor? Hemos llegado a un punto donde la imagen lo es todo, pese a que en realidad no es nada. Puedo entender que haya gente que convierta su imagen en su modo de vida y ahí, claro, resultaría ilógico. Pero si yo no voy a eventos, no asisto a presentaciones, no me invitan a ningún sitio, no hago crónicas de nada, no promociono productos, no pincho, no hago nada relacionado con el público, ¿qué importancia puede tener mi imagen más allá de la pura curiosidad?
Con el tiempo me he relajado. Incluso he adoptado una variante de mi propia identidad secreta como firma. Sigo manteniendo el secreto respecto al gran público (si es que en un caso como el mío hay un público que sea grande), pero en la intimidad todo cambia. Los avatares siempre terminan volviéndose transparentes. Reconozco que mi situación actual no es la misma de cuando empecé. Que las cosas cambian y normalmente a mejor. Que ya no pasa nada porque alguien compruebe que existe una persona real detrás de todo este tinglado. Que la gente interesada en poder saberlo es bastante reducida y que, en el fondo, las cosas son más sencillas de lo que solemos esperar. Ahora experimento en mis propias carnes lo que significa ser una folclórica y que todo el mundo se dirija a ti por tu nombre real, esperando transmitir una confianza que no existe, una proximidad a la que nunca he accedido. Me veo en la lista de Marietas, Antonias y Olvidos, todas cultivando una identidad durante años para que cualquier recién llegado se la arrebate en cuestión de segundos. Si no he utilizado mi nombre real será por algo, ¿no? Piénsenlo. Actúen en consecuencia.
¿Tienes una foto tuya? Me gusta saber con quién hablo. ¿Se puede saber cómo te llamas? Porque tendrás un nombre, ¿no? ¿Dónde vives? ¿Eres de Madrid? Nunca te he visto por ahí, aunque tampoco sé qué cara tienes. Me gusta mucho lo que has escrito pero, ¿por qué no muestras imágenes tuyas? Gracias por aceptar mi solicitud. ¿El de la foto de perfil eres tú? ¿Y en las demás fotos? ¿Hay alguna que seas tú? Por buscarte y eso. ¿Sabes que aquí hay que poner fotos personales? ¿por qué tú no lo haces? No me parece justo. Seguro que eres muy guapo, ¿puedo verte? Si no te muestras es que algo escondes. ¿Vas por la calle con una bolsa en la cabeza? ¿Cómo te reconoce la gente? ¿Sabes que es de mala educación no presentarse? No acepto a gente que no tenga una foto suya de perfil, lo siento, pero soy así. ¿No serás un robot? Seguro que eres famoso y por eso no pones fotos tuyas. Si me mandas tu foto te envío 50 euros. ¿Quieres 50 euros? ¿quién no quiere 50 euros? Venga, va, pon una foto tuya, total, algún día tendrás que hacerlo…
Esta es mi pesadilla diaria, la que yo me he buscado y con la que debo vivir. Bueno, les mentiría si no les digo que exagero. No es una pesadilla y tampoco diaria, más bien un aburrimiento recurrente. Me gustaría que toda la gente que pierde tanto tiempo intentando averiguar qué esconde el personaje, se dedicara a leer las cosas que escribo. Supongo que será la maldición del personaje, que acaba fagocitando a su propia existencia. Ahora el problema es saber dar el salto, hacer el cambio, desvelar al mundo aquello que llevan un tiempo queriendo conocer. Puede que sea algo tan sencillo como subir una foto propia a cualquier red social, pero ya les advierto que de momento no está en mis planes. Entiéndanme, lo haría gustoso, pero ¿y la emoción de esperar a que alguien te ofrezca una portada internacional acompañada de un cheque millonario? Eso, amigos, no se consigue a través de twitter.
Por El Hombre Confuso