Pensar en el triunfo, en la consecución de los objetivos, en el alcance de las metas, en la transgresión, me ha hecho reflexionar mucho. No he podido dejar de pensar en lo afortunados que hemos sido muchos periodistas que estudiamos en los noventa con el desaparecido profesor José Antonio Jáuregui.
El profesor Jáuregui era un pensador que hacía de la sociología algo más que una simple asignatura, era la invitación al pensamiento, a la liberación de la mente. Un profesor que fue capaz de poner un sobresaliente por argumentar en un examen los motivos por los que su conocido “Las reglas del juego” me parecía un ensayo estereotipado e inconcluso.
Jáuregui nos enseñó que el innovador no sólo se hace a uno mismo, sino que cuando no es comprendido o no sigue las reglas del juego social acaba sufriendo el vacío. Nunca llegué a pensar que tal concepto me acompañaría durante el resto de mi vida, quizás porque en aquellos lejanos años noventa no imaginábamos que la carrera profesional se pondría tan cuesta arriba, donde los medios encumbran a verdaderos zotes sin talento mientras hay tanta materia prima valiosa desaprovechada. El desprestigio y la carencia de profesionalización del periodismo, la crisis de valores, el reflote de nuevas generaciones X de falsa intelectualidad y otros muchos factores, te hacen ver que todo el mundo quiere ser innovador y a la vez poner las reglas del juego. ¡Ay, profesor Jáuregui lo que te estás perdiendo!.
El triunfo en la actualidad, por desgracia, está más vinculado al prestigio social que a la propias competencias y aptitudes de cada uno. Hace diez o quince años nos podía llegar a hacer gracia la cultura del One Hit Wonder: Un cantante freak sacaba un temazo que enloquecía a las masas y las radios nos lo ponían a todas horas, enseñándonos que la canción del verano podía viajar por las ondas cualquier mes del año. Un tipo de prenda o un corte de pelo que hacen que los barrios céntricos de las grandes ciudades se vistan de chicos y chicas que parecen más bien groupies camino de un concierto o actores camino de un casting. Humoristas o spots publicitarios que crean nuevos vocablos y nuevos lenguajes que todo el mundo imita porque están de moda y a todo el mundo le hace gracia, aunque sea basura. Y después de ese momento de gloria, …el vacío. Porque el triunfo y la cultura de lo efímero casi siempre vienen de la mano.
Por cada subida en falso hay una bajada en picado bien real. A lo largo de la historia se han sucedido muchísimos grandes triunfadores que sufrieron ese vacío y cuya genialidad no vería la luz hasta bastante tiempo después de muertos. Ejemplos los encontramos en Benito Pérez Galdós, que murió en el anonimato cuando nadie ya sabía quien era, en la más absoluta de las pobrezas y sin haber podido disfrutar de las mieles del éxito. La misma suerte corrieron Nikola Tesla, uno de los inventores dela radio, Antonio Machado o Van Gogh, que apenas pudieron pagarse su propio entierro. Hoy en día los encontramos en todos los libros de historia como los grandes triunfadores del arte y el pensamiento. Paradójico, ¿verdad?.
Es posible que la única llama que quede viva sea la de la perseverancia. Soportar a diario la lucha contra la mediocridad es la que hace convencernos de que el triunfo del talento ha de estar por encima de todo. Resignarse a una estricta sociedad de consumo, dominada por los criterios del low-cost, consumida por esta alienante crisis de valores sería subestimarnos un poco. Quizás tengamos que contagiarnos de esos pequeños grandes logros, propios y de los que nos rodean, y asumir una mentalidad positiva para ponernos a tiro, porque tarde o temprano nos llegará esa oportunidad. No es un principio, ya hemos caminado un buen tramo. Y con un poco de suerte, igual aún no estamos muertos.
En memoria del profesor José Antonio Jáuregui (1941-2005).
Infinitamente agradecido por enseñarme a pensar.
Por Zäpp Amezcua