¿No sé deciros cómo es un after ahora, porque las escasísimas veces que me enredo ahora, terminamos en casa de algún amigo, con vecinos lo suficientemente comprensivos como para no coger una recortada y hacernos callar de una vez.
Pero sí sé deciros cómo eran antes, hace unos diez o doce años, en Madrid.
Teníamos los que abrían de 6 a 10 de la mañana, esa espantosa hora en la que cierran los bares y discos «decentes», y te dejan en la calle, demasiado pedo como para irte a casa a dormir. El Down nos acogía -en sus no menos de 5 localizaciones distintas, según los iban echando de un local a otro-, hasta las 10, hora en la que Sonia y Mariano, con la mejor de sus sonrisas, pero escoba en mano, nos largaban a la calle, al grito de «¡Déjalo ya! si a las 5 de la mañana no te la has ligao, ya no te la vas a ligar, chaval…»
A esa hora aún estábamos semi-frescos. Había muchas ganas de bailar, y más de uno empezaba a levitar medio metro del suelo, bajo el efecto de sustancias poco recomendables. La frase más repetida a las 10 de la mañana era «¿alguien sabe dónde hay un after abierto?».
Entonces te largabas al áfter propiamente dicho. Sitios míticos como el Midday, que abría a las 12:00 h., según creo recordar, y cerraba a las 20:00. Después de esa hora, los hartibles, los que no tenían que trabajar (aquí no entran los camellos, que sí que «estaban trabajando»), empalmaban con los garitos y sesiones de horario normal.
Pero dejemos a un lado la ruta de los que nos suicidábamos un poquito cada fin de semana, y vayamos a describir el áfter propiamente dicho.
Que conste que contamos esto para que las generaciones venideras conozcan qué hacíamos esta panda de tarados en esos sitios, porque como sigamos con esta «maravillosa libertad nocturna», a lo más que llegarán nuestros descendientes es a hacer cursos de macramé nocturnos. Muchas gracias, señora Espe, y muchas gracias, señor Gallardón. Al menos ahí andábamos recogidos y hacíamos prosperar a los empresarios del sector (que pagan impuestos, por cierto).
Un áfter venía a ser un sitio oscuro, caluroso y con la música muy alta. Se distinguía de cualquier otro comercio abierto en horario normal, porque había 3 o 4 búlgaros enooooormes en la puerta, con cara de matarte como le preguntaras la hora. Un sitio en el que entrabas y cuando te querías dar cuenta habían pasado 5 horas, pero para tí habían sido 10 minutos. A veces, como en el Midday, entrabas, dejabas la chaqueta, y volvías a salir a la calle, a respirar un poco, porque dentro hacía demasiado calor. Con eso, la plaza de los aledaños estaba llena de gente que en realidad había pagado la entrada de un local, pero estaba más agusto con los amigos, tomando cañitas al sol. ¿Que era un poco absurdo pagar para estar fuera del local? Pues sí, pero tampoco es que tuviera mucho de inteligente tirarte 18 horas por la calle, dando bandazos de un local a otro, de un local al siguiente. Pero era así, una forma de diversión.
Porque era muy divertido, en serio, era como salir al recreo a jugar con los amiguitos. La música era excelente, los amigos simpáticos. Sucedían un montón de situaciones divertidas. Se hacian grandes y duraderas amistades (por lo menos por lo menos… hasta el martes siguiente), y en el fondo no hacíamos daño a nadie, todo lo más a nuestras neuronas.
Aunque no todo era amor, felicidad y buen rollo. También había metepatas, y gente de mala catadura. Había algunos locales donde sabías que, si ibas, presenciarías (o serías protagonista) de al menos un par de peleas. Eran locales que evitábamos los que queríamos vivir en paz, pero a veces te arrastraba algún colega, porque era el único áfter que quedaba abierto, gracias a la política de los ayuntamientos.
Poco a poco fueron poniendo trabas a los afters, cambiaron los horarios y cierres de locales. Nos fuimos haciendo mayores, y bajando un poco el ritmo, porque a los 20 años todo te sienta bien, pero a los 30 lo mismo no tanto.
Así que no sé si hoy por hoy hay algún after, que no sea en casa de alguien.
Por cierto, esta noche salgo: ¿alguien sabe dónde hay un after?
Cris Gómez