Acechan las campanadas y las pieles de las uvas se me escurren entre los dedos. No quiero atragantarme. Comenzar el año en urgencias no puede traer nada bueno.
Quito los pipos con cuidado y voy repasando lo que dejo atrás. Doce meses, doce. Trescientos sesenta y cinco días con una gran variedad de estados de ánimo donde escoger. Ciclotimia en estado puro, rayando la bipolaridad, casi.
Me pregunto dónde escribí los propósitos para este 2011 que agoniza clavando sus uñas en las libretas de ahorro de este esperpento llamado sociedad occidental. Si los he escrito, no me acuerdo. Y por eso mismo me digo que para qué ponerme a gastar tinta en los de los próximos doce meses.
En el fondo, los propósitos de año nuevo están para no cumplirlos. Te propones adelgazar y engordas siete kilos. Te propones cambiar de trabajo y terminas en la cola del Inem (bien mirado, hay gente que gana más en el paro que currando doce horas diarias). Te propones escribir un libro y no llegas a las veinte entradas nuevas en un blog que nadie lee. Y, cómo no, te propones ir al gimnasio y ni siquiera tienes huevos (u ovarios, o lo que sea) de subir las escaleras haciendo un corte de mangas al ascensor.
Así que para este 2012 no hay lista que valga. Para tonta, ya estoy yo. Aunque ahora que lo pienso, quizá sea mejor proponerme dejar de ser tonta. Gilipollas, quizá.
Puede que 2012 haya de ser el año en que aprenda a decir «no». No a los marrones que te comes por compromiso (con el consiguiente aumento de las lorzas). No a las sonrisas forzadas (nunca he sabido hacerlas perfectas, pero quizá sea el momento de no intentarlo siquiera). No al cartel de «Abierto 24 horas». No a estar siempre disponible. No a tener tiempo para todo menos para mí. No a leer lo que no me interesa solo porque supuestamente me conviene. No a dejarme esclavizar por las tendencias, esa dictadura perniciosa que no sé quién se inventa desde una poltrona ganada vaya usted a saber cómo. No a cambiar los abrazos con amigas por «Me gusta» en sus fotos de Facebook. No a llegar a casa tan agotada que una cálida caricia se me antoje un arañazo lascivo.
No a ser lo que los demás quieren que sea.
Porque 2012 ha de ser el año de los auténticos. Y los que vengan detrás, también. Que la peor crisis que hay es la de personalidad, y esa no hay Banco Central que la arregle.