Hay números que supuestamente tienen un poder especial, que se repiten en la historia y en las historias y que generan preguntas. Todos los amantes de las teorías conspiranoicas, la masonería y la numerología deberían estar de acuerdo conmigo en que el número 33 es uno de ellos.
Más allá de teorías y ejemplos maravillosos de la importancia de este número en el mundo pseudo espiritual, me pareció interesante hablar del 33 en el cine. Para ello me embarqué en una búsqueda absurda de ejemplos de treintaitresismo cinematográfico.
Comencé por el tópico de «la edad de Cristo». Mi pregunta fue, ¿qué edad tenían en la realidad los actores que hicieron de Jesús cuando lo interpretaron? Mi espíritu esotérico se activó cuando descubrí que Willem Dafoe, Robert Powell y Jim Caviezel tenían 33 años cuando fueron Jesús en La última tentación de Cristo, Jesús de Nazareth y La pasión de Cristo. Claro que Ted Nelley sólo tenía 30 y Max Von Sydow 36 cuando hicieron lo propio en Jesucristo Superstar y La historia más grande jamás contada.
Algo desilusionada, me decanté por la actualidad cinematográfica. Curiosamente, están por salir dos películas que tienen el 33 en el título. Curiosamente también, ambas protagonizadas por Antonio Banderas. Una de ellas es 33 días, de Carlos Saura, sobre los 33 días que le llevó a Picasso pintar el Guernica. La otra es The 33, de Patricia Riggen, sobre los 33 mineros chilenos que estuvieron atrapados durante más de dos meses en el yacimiento de Atacama. Estas noticias me llenaron de esperanzas para encontrar algo que hiciera que todo estuviera conectado.
Otra cosa que me pareció interesante fue que dos de los directores más importantes de la historia, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, tenían 33 años cuando dirigieron Taxi driver y El padrino, respectivamete. ¿Qué posibilidades hay de que dos de los hombres más influyentes de la cinematografía dirijan las que son sus dos películas más míticas a la misma edad?
Decidí comprobar que esto no podía ser casual y que el universo me estaba diciendo algo. Mi teoría se vino abajo rápidamente cuando comprobé que a los 33 años Steven Spielberg dirigió la que muchos consideran su peor película: 1941. Por otro lado, Woody Allen tenía 33 cuando dirigió su primera película: Toma el dinero y corre.
Es cierto que grandes directores dirigieron grandes ejemplos de su obra a los 33, ahí están David Lynch con El hombre elefante, Orson Wells con Macbeth, David Fincher con Se7en y Quentin Tarantino con Jackie Brown.
Igual de cierto es que otros grandes como Ridley Scott, Stanley Kubrick, Zhang Yimou o Alfred Hitchcock no comenzaron a dirigir sus mejores películas hasta después de esa edad. Así como muchos otros monstruitos precoces como Paul Thomas Anderson, Jean-Luc Godard, Alejandro Amenábar o François Truffaut ya habían dirigido más de una gran película antes de los 33 años. El esoterismo numerológico no estaba dando los frutos esperados.
Mi misión me llevó a ampliar el 33 y transformarlo en el año 1933. Descubrí que ese año se estrenaron películas históricas como King Kong, la primera, claro, El hombre invisible de James Whale, Sopa de ganso, de los hermanos Marx y Mujercitas de George Cuckor. Evidentemente, cualquier año se estrenan películas que son o serán históricas.
Sin embargo, pensar en Sopa de ganso me recordó inmediatamente a una de mis películas favoritas de todos los tiempos, Hannah y sus hermanas. No sé si recuerdan que es viendo esa película que Mickey, el personaje de Woody Allen, resuelve sus dudas existenciales. Justamente, Woody Allen, que dirigió su primera película a los 33 años y que dirigió Hannah y sus hermanas en 1986, la suma de las cifras de 1986 da 24, o sea 2+4=6, que no es otra cosa que 3+3, o sea ¡33!
Esta cruzada numerológica me llevó a una sola conclusión. Da igual que número nos propongamos cargar de simbología, porque buscando, buscando, siempre encontraremos algo que nos haga pensar que nos merecemos un espacio en Cuarto Milenio. La verdad no está necesariamente ahí fuera, pero siempre será más divertido buscarla dentro de una sala de cine. Como dicen sabiamente en Sopa de ganso: «¿A quién le vas a creer, a mi o a tus propios ojos?».
Inés González.