Desde siempre, el cine ha estado lleno de mujeres trabajadoras. Dentro y fuera de la pantalla, con trabajos mejores o peores, pero siempre presentes. Afortunadamente, el cine es un arte bastante moderno, con lo cual la mujer ha encontrado su lugar y se ha visto también retratada en él casi al mismo tiempo que el hombre. Si bien hay sectores más dominados por los hombres, es derecho y responsabilidad de la mujer hacer que la cosa se equipare. Pero ya hablé de este tema en mi primer artículo para antonia, hace ya mucho, mucho tiempo.
En el mundo moderno, occidental y todo eso, existen miles de ejemplos de películas con mujeres que trabajan, de hecho se regodean en mostrar una mujer superada, con empleo, que puede con todo, etc. Curiosamente, la última vez que vi en el cine un retrato conmovedor y real de la mujer trabajadora fue en una película iraní.
Cuando alguien dice las palabras «cine iraní» o similares, muchos piensan que hay que sacar las gafas de pasta y ponerse en plan cultureta. Tengo muchas personas conocidas (no daré ejemplos) a las que les encaaanta decir que les mola el cine iraní, coreano, tailandés, egipcio, o de cualquier otro país con idioma raro y cine escaso del cual nos llegan poquísimos ejemplos. También reconozco que, aunque soy amante del cine, soy la típica persona que termina consumiendo más cine americano y europeo que asiático o africano, mea culpa.
Aclaraciones hechas, la película de la que hablo, y que se ha transformado en una de las mejores películas que he visto en mucho tiempo, es Nader y Simin, una separación. Para los que aún no la han visto, la historia arranca directamente en plena acción dramática: una pareja ha estado esperando una visa para irse a vivir fuera hace más de un año y medio, ahora que se la han otorgado, él, Nader, no quiere marcharse porque debe cuidar a su padre que tiene Alzheimer. Simin, en cambio, quiere irse de Irán con Termeh, la hija de once años de ambos. La única manera es que Nader le otorgue la separación, pero él se niega. Frustrada, Simin se va a casa de sus padres, mientras Nader y Termeh se quedan en casa con el abuelo enfermo. Como Simin es profesora, trabaja de noche y podía estar en casa cuando Nader trabajaba. Pero ahora, él se ve obligado a buscar alguien que cuide a su padre mientras trabaja. Para eso, recurre a Razieh, una mujer religiosa, embarazada de cuatro meses y medio, con una niña pequeña.
¿Ya les parece que es un drama? Bueno, todo eso pasa en los primeros diez minutos de película. A partir de ahí, la cosa se va complicando de una manera tan sutil y a la vez tan inexorable que parte el corazón. No voy a contar los detalles de la trama, porque a medida que se desarrolla la historia todo va encajando tan perfectamente, y de una manera tan exquisita que no quiero que se pierdan la posibilidad de experimentar esta película directamente.
Aunque la historia está muy equilibrada entre mujeres y hombres, la sensación que tuve al verla fue que las que realmente se lo curran en la película son las mujeres. En particular Simin y Razieh. A simple vista son dos polos opuestos. Simin es una mujer moderna, culta, profesora, con vaqueros y pañuelo que deja ver su pelo teñido de un color que no es el suyo. Una mujer que enfrenta a su marido y a cualquier hombre. Razieh, en cambio, es producto de la religión, pañuelo negro, chador que no deja ver a simple vista que está embarazada, consultando cada decisión con guias espirituales para saber si es pecado, preocupada porque su hija no reciba una maldición divina si su madre hace algo incorrecto. Una mujer que por pudor oculta cosas a su marido, pero que enfrenta a los hombres cuando su honor está en discusión. Dos mujeres opuestas, pero igualmente valientes. En definitiva, dos exponentes de la mujer iraní.
No me voy a poner a hablar de Irán como si supiera algo, porque mis conocimientos, aunque me avergüence admitirlo, se reducen a lo que leí en Persépolis (por cierto, recomiendo muchísimo tanto el comic como la película, los dos estupendos). Lo que está clarísimo en Nader y Simin, una separación, es que gran parte del drama se desencadena por las circunstancias sociales del país.
Al margen de los detalles, me fascinó ver a estas dos mujeres que, cuando llega el momento, luchan feroces contra lo que la vida les hace enfrentar. Simin, a pesar de la situación con su marido, enfrenta al mundo para defenderlo, todo por el bien de su hija. Razieh, por su lado, también es una madre abnegada, y no duda en estar en pie a las cinco de la mañana, recorriendo media ciudad en transporte público abarrotado con su niñita de la mano, para llegar a su modesto trabajo, que la supera físicamente y que tantos problemas le traerá.
Cuando los hombres no pueden ponerse de acuerdo, ni siquiera frente al juez, serán ellas las que se reunan, para llegar a un acuerdo. Son ellas las que, cada una desde su hipótesis de vida, se enfrentarán a la sociedad y a lo que en apariencia es la solución más lógica y prudente, en beneficio de sus hijas. En definitiva, sin menospreciar a los hombre, en esta película hay dos mujeres trabajadoras que se lo curran en todos los ámbitos.
Para más curriculum, Nader y Simin, una separación, viene multipremiada. Entre otros muchos premios, en el Festival de Berlín ganó mejor película, mejor actriz, compartido entre las actrices que hacen de Simin y Termeh, y mejor actor, también compartido entre los actores que interpretan a Nader y al marido de Razieh. Esto no es frecuente, en los festivales los premios suelen estar más repartidos. También está nominada al Óscar, y espero que cuando se publique este artículo lo haya ganado. Por lo menos, como la de Almodóvar no está nominada, no me llevaré el disgusto de los Bafta de que algo tan ridículo como La piel que habito le quite el premio a una película de verdad.
En fin, si les apetece comer palomitas y ver cosas explotando, no vean Nader y Simin, una separación. Pero si buscan una historia que toca el corazón, un drama no de «bu, bu, que mal me lo paso yo que soy tan bueno», sino de esos que parecen sacados de la vida misma. Una película que es tan humana que no parece ficción, donde la fuerza interior de las mujeres es el motor que mueve todo, bueno, ya saben que hacer.
Inés González