Eso que dicen las madres, que no hay que tirar nada a la basura, va a ser cierto. Justo cuando había descartado totalmente este tema, recibo un mail de Mabi (la jefa) diciéndome, y ahora espero que no le importe que la cite textual: «recuerdo que cuando era niña te ponían Los 10 Mandamientos a las 3 de la tarde y eran las 9 de la noche y no había acabado aún, entre anuncios y tal. Te ibas a jugar a la calle, volvías y todavía la estaban dando.»
Este comentario me llegó al corazón, porque yo, al mismo tiempo pero con un océano de por medio, compartía la misma experiencia. Es increíble el poder de los recuerdos, de la nostalgia y de las pequeñas piezas del puzzle mental que vamos compilando.
Yo también recuerdo estar en mi casa, o en la casa de mi abuela, todo un sábado, viendo (aquí los argentinos de mi edad sonreirán) Sábados de Súper Acción, el ciclo de cine de la tarde, en el que nos hemos comido westerns y pelis tipo Los doce del patíbulo o la de los perros dóberman entrenados para robar bancos. Les recuerdo que en esos tiempos teníamos sólo cuatro o cinco canales (cadenas) de tele.
Obviamente en Semana Santa tocaba Ben-Hur, Quo Vadis, Rey de reyes, o la que comentaba Mabi, Los diez mandamientos. Y era tal cual. Comenzaba la película justo después de comer. Para la hora de la merienda con suerte Judah Ben-Hur ya había zafafo de las galeras. Cuando tenías que bañarte, echabas otro vistazo a la tele y Judah estaba en plena carrera de cuadrigas. Finalmente, cuando tu abuela estaba sirviendo la cena, el doble milagro: Jesús es crucificado, la familia de Ben-Hur se cura de la lepra y, ¡se termina la peli!
Debo admitir que gracias a esta forma de ver las típicas películas de Semana Santa, me cuesta mucho recordar Ben-Hur, o incluso mi favorita, Quo Vadis, en forma lineal. Tengo sobre todo imágenes que no puedo borrar de mi cabeza y que forman parte del inconsciente colectivo internacional.
Dejando de lado la movida bíblica, todas estas películas sobreviven por un motivo: son buenas. Aunque las tengamos asociadas al pasado, al catecismo, a esa forma rancia del Hollywood de los grandes estudios. La otra cara de la moneda es que detrás de cada una de ellas hay un grandísimo director que experimentaba con la narración y las formas creando secuencias memorables y consiguiendo interpretaciones gloriosas.
Quo Vadis la dirigió Mervyn LeRoy, uno de los directores no acreditados de El mago de Oz, y además de Robert Taylor y Deborah Kerr, está Peter Ustinov haciendo al más loco, malvado, egoísta y maravilloso Nerón de la historia del cine.
Ben-Hur es de William Wyler, un director que además de esta, es el genio que hizo Vacaciones en Roma, La carta, La loba y muchísimas películas que son absolutos clásicos. Por otro lado, por más que odiemos a Charlton Heston por lo de las armas y eso, no se puede negar que Ben-Hur, con permiso de Taylor de El planeta de los simios, es su gran papel.
Siguiendo con la lista, Rey de reyes es de Nicholas Ray, director de Rebelde sin causa y Johnny Guitar, entre otras. Los diez mandamientos es de Cecil B. DeMille, de hecho esa fue su última película, de muchísimas, comenzando por mudas con Gloria Swanson, más clásico imposible. La historia más grande jamás contada es de George Stevens, director de Gigante, y de Jesús hace Max von Sydow.
En definitiva, que de alguna manera todas estas películas, las que sobrevivieron, las que trascendieron, las que han «atravesado océanos de tiempo» para que las veamos una y otra vez (y otra y otra), tienen sus méritos.
Pasadas las décadas de los 50 y los 60, vino toda una nueva generación de cineastas ansiosos por defenestrar toda esta tradición bíblica y dar una nueva mirada a la vida de Jesús y sus amigos. Hay muchas otras formas de contar la historia más grande jamás contada.
Así fue como Scorsese hizo La última tentación de Cristo. También tenemos la versión gore-realista en arameo antiguo de La pasión de Cristo de Mel Gibson. O el mundo hippie musical de Jesucristo superstar, de Norman Jewison. Y más. Todos directores prestigiosos, con propuestas interesantes. Así y todo, no es lo mismo.
Para esta Semana Santa, les recomiendo dejar de lado los prejuicios y sentarse muchas horas frente a la tele a comerse una de estas enormes películas. Si no están para tanta seriedad, les propongo la que para mi es la mejor versión alternativa de las clásicas películas bíblicas, la maravillosa La vida de Brian, de los Monty Python.
Felices Pascuas, y a mirar siempre el lado brillante de la vida.
Inés González