El perro del hortelano

Imaginad lo que es estar en la cola de Hacienda y recibir una invitación para El perro del Hortelano. ¿Paradójico, verdad?.

Pues esto es justo lo que me ha pasado a mí. En ese momento pensé que era el momento perfecto para dejarme llevar por ese amante imposible de Lope de Vega y abandonar a mi amante tributario que, como su parejo literario, ni come ni deja comer. La cita, en mi amado Garaje Lumiere y la anfitriona, la compañía 300 pistolas.

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Y por partes; que un Perro del hortelano sea un trabajo desarrollado por un elenco de cuatro actores ya de por sí llama la atención. Alvaro Morte compone, completamente a su rollo, uno de los textos más variopintos de Lope de Vega, apostando por una puesta en escena enmarcada casi en lo circense. Los personajes pasan de la carrera a la marioneta cambiando sabiamente de registro, jugando con una clave de humor hiperbolizada a la par de efectiva. Estamos muy cansados de tener que engullir esas versiones soporíferas de los clásicos, estáticas y hieráticas hasta los intestinos. Alvaro Morte al menos nos ha traído algo diferente, sin muchas más pretensiones que la de hacer reir y conseguir que el público en general pierda ese absurdo miedo a los clásicos

Salir del teatro con una sonrisa de satisfacción ha sido fácil, aunque se trataba de una sonrisa fugaz. Para mi desgracia y la de todos, Garaje Lumiere ha tenido que bajar el telón por útima vez. Una vez más, las salas de teatro vuelven a ser las «otras víctimas del terrorismo», la del terrorismo cultural a la que nos somete este gobierno que apuesta por una sociedad necia e ignorante. Pero estas particulares «víctimas del terrorismo» no disfrutan de esas subvenciones tan necesarias, de esas ayudas para la supervivencia del arte, de la transmisión del saber, de la consecución de la herencia cultural. Este gobierno asesino de la cultura, es el promotor inmobiliario de una realidad construída cada día con ladrillos de sueños rotos, sueños de artistas, comediantes y creadores; porque es más interesante levantar macro-casinos, cambiar el nombre de estaciones de metro y teatros míticos por los de algunas marcas, abrir cuentas en Suiza con dinero público y otras tantas maravillas.

Sólo nos queda la voz.

Haré caso a Lope de Vega. No comeré, pero tampoco dejaré comer.

Por: Zapp Amezcua

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