Creo que los años setenta fueron mis años, no te creas que porque murió Franco que eso no llegó a ser una desgracia ya que el hombre estaba más usado que los collares de su mujer pero bueno como siempre afirmé; egoístamente este hombre de la voz de pito a mí no me había hecho nada malo. Es más, recuerdo gratos momentos de risa incontrolable con mi amiga Merche durante los desfiles conmemorativos de su gran victoria contra el comunismo y demás maleantes, cuando la susurraba al oído “quisiera ser yegua para que me monten esos de la guarda mora”. Mi padre, hombre muy serio para esas cosas del régimen nos miraba cual comandante de un pelotón de fusilamiento mientras mi hermana ponía poses copiadas de las revistas y comparaba su peinado y ropaje con los de la Carmencita Polo. La bronca al volver a casa era de las que hacían épocas y me amenazaban con un destierro pirenaico, cosa que por otra parte a mí me daba igual ya que esas tierras estaban repletas de mozos gallardos entusiastas ante mis modales de señorita de la capital. Mi padre franquista donde los había, de hecho no podía sobrevivir al generalísimo, así que se murió unos cinco días antes que su amado líder, por lo tanto, para mí, la muerte de Franco pasó inadvertida ante tanta pena por su pérdida, porque mi padre a pesar de todos sus defectos fue un gran hombre, diría que el hombre de mi vida, hasta que encontré a Marcel…
Marcel, mi gran amor, sí… le conocí en una de esas fiestas en las cuales me invitaba mi ex inquilino, el israelí Uli. Yo andaba cansada de ser la abnegada dueña de la pensión “mi propia casa” y estaba bastante deprimida por el percal que era mi vida. Rondaba los 45, no me acordaba de lo que era acostarse con un hombre, mi hijo definitivamente había dejado de estudiar, se dedicaba a ser hippie y a viajar en plan mochilero por países cada vez más raros y lejanos. Todo ello, eso sí, me daba una cierta libertad que pensaba tenía el deber de aprovechar. Así que asistía a esas fiestas de gente muy adinerada y muy desfasada que parecía no tener otra cosa que hacer que pasarlo bien. Creo que esos años marcaron el fin de una etapa dorada en la cual las palabras crisis, petróleo y paro no tenían sentido, hasta el tabaco era sexi y el alcohol corría a gogo en las discotecas. A mí personalmente me recordaban los guateques de mi juventud, menos que las mujeres no tenían nuestro recatamiento y se jactaban de ser liberadas… cómo me chirriaba a mí esa palabra, ¿liberada de qué?, ¿de la mili?, ¿del trabajo? ¡Cuánto daño hizo la Jane Fonda al quemarse el sujetador! porque perdona que te diga hija, a los hombres no hay que tratarles de tú a tú cual colega de pintas en un bar que huele a fritanga, de eso nada monada, a los hombres hay que engañarles, hacer que se crean que tienen el mando, susurrarles tus ideas para que las hagan suyas… y jamás lo conseguirás haciéndote pasar por uno de los suyos. ¡Cómo quieres que te respeten si te ven apurando una cerveza de la misma botella o perdiendo los papeles porque gana tu equipo! ¡Qué reivindicaciones más tontas esas de querer tener los mismos derechos que los de un hombre! Y bueno yo podría aceptar tener sus derechos pero ni hablar de sus obligaciones… Sólo faltaría que tengan que hacer de aguas menores de pie, un total despropósito porque no estamos armadas para direccionar el chorro y yo pasearme con un cacho carne entre las piernas como que no, ya bastante tuve con las compresas cada 28 días de cada mes. Es más puedo afirmar que si Dios hubiese tenido la mala idea de hacerme hombre, hubiera sido transexual, fijo.
Y añado que francamente querida yo no he sido criada para sudar y me encanta que me traigan el dinero a casa, porque yo he nacido para gastarlo. Como la reina que soy.
Y no te cuento yo la de veces que las he visto llorar a esas liberadas, sobre todo cuando asistían a la boda de su compañero de juerga y que lo único que conseguía era ser la otra. Sí eso.
Así que a las mujeres del lugar yo no les caían nada bien, la Marquesa me llamaban, seguro que pensando que me dolía el apodo, cosa que claramente no era el caso si me hubiese llamado Gordi o La Pasionaria hubiese sido otro cantar. Extrañadamente, la única con la cual tuve buenas relaciones era Monique, quien no era otra que la ex novia de Marcel o casi ex novia porque seguían teniendo sus más y menos. Monique no disimulaba, bebía como un cosaco pero siempre en vasos on the rock, bailaba con total desinhibición las canciones disco y admitía vivir de la pensión de viudez de su primer marido; un constructor que acabó ahorcándose en el desván – dicen las malas lenguas que fue poco después de descubrirla a ella en la cama con otro, no sé si es cierto, lo que sí lo es, es que no le dio tiempo a divorciarse así que pasó a ser la viuda negra del grupo, vamos que era una chica lista. Esa mujer me fascinaba, en España una de dos; o la hubiesen quemado viva o hubiese sido la reina de Marbella, guapa y segura de serlo, era como la abeja madre del enjambre de moscones que la rondaba.
Fue ella quien me presentó a Marcel; no te creas, lo nuestro no fue un flechazo, a mí el me pareció un mafioso de tres al cuarto, huelga decir que la moda de la época era muy del estilo, Marcel entró en la discoteca maqueado como para ir a pedir un rescate en nombre de la Cossa Nostra. Creo recordar que no se quitaba las gafas de sol ni a sombra. Yo le noté muy entregado a los encantos de mi nueva amiga, ella le prodigaba sonrisas y se dejaba querer, de vez en cuando desaparecían los dos y volvían horas después con la mirada de los que acaban de emplearse a fondo, supongo que no necesitas saber de qué fondo estoy hablando. Cuando estábamos los tres, Marcel se portaba muy caballerosamente conmigo, me sorprendió que fuese arquitecto y que no me veía a mí como la pobre refugiada de la guerra civil ni tampoco como la hija de un franquista, le encantaba España y era de los pocos quienes se atrevían a decir que sin la férula disciplina impuesta por Franco, España iba a perder parte de su encanto, decía que España era tierra de bandoleros y de pasiones que no cabían en la Europa común en construcción… no era de derechas, ni de izquierdas, ni del centro, Marcel estaba por encima de esas cosas, se limitaba a vivir su vida, no había nacido rico pero le había ido bien en el trabajo, también acumulaba un divorcio y una hija a quien veía poco, a sus cincuenta y tantos los retos profesionales ya no le entusiasmaban, creía haber demostrado lo suficiente y que se merecía esos momentos de libertad y/o libertinaje.
Y tengo que decir que pronto me sorprendí soñando con él, pero de esos sueños que te dejan como drogada al despertar. Unos sopores que me hicieron sospechar de una menopausia adelantada no te digo más. Pronto verle junto a Monique se me hizo insoportable, así que empinaba el codo más de la cuenta –a la Parrala le gusta el vino -, no sé si por ponerme a la altura de ella o por tener el valor de afrontarme con la imagen de la pareja.
Pronto empezaron a fijarse en mí y no es por nada pero estaba hecha un primor. Tuve varios pretendientes y, no lo repitas a mi hijo porque esas cosas no se entienden nunca de una madre, alivié mis sofocos noctámbulos con alguno de ellos. En materia de sexo, a parte de los primeros años con Víctor, no había gozado de mucha experiencia y tengo que decir que ir al ginecólogo a mis cuarenta yyy a que me receten la pastilla anticonceptiva me supuso un esfuerzo considerable. Recuerdo que ese hombre mayor que me había llevado hasta el parto y por lo tanto me conocía de una forma digamos “profunda” me dedicó una mirada mitad lasciva mitad indignada o así lo quise yo interpretar.
Pero estaba decidida a ser una mujer de los 70’s eso sí mis novios tenían el deber de ser generosos conmigo que una puede ser un poco pilingui en la cama pero una señora en su salón.
La relación con Marcel había pasado a amistad sincera, casi a complicidad, y yo sólo quería intimar más y más, pero Monique no parecía dispuesta a dejarle marchar… Yo ya andaba desesperada, con mi hijo en el Sahara haciendo el no sé qué, decidí cerrar el chiringuito después de la partido del última huésped. El día que me desperté en los fornidos brazos de un carnicero mayorista, eso sí – sí no me mires así no lo tenía escrito en la frente sólo lo supe cuando salió de mi cama a las cuatro de la mañana para ir al matadero, tenía tanto asco encima que estuve por restregarme el cuerpo con piedra pómez – me plantée seriamente hacer las maletas y volverme para España donde seguro encontraría un buen hombre – hijo de algún amigo de mi padre con una profesión tipo abogado o notario, vamos de esas como dios manda. ¡Un sacrificio que estaría dispuesta a hacer en un intento de recobrar mi dignidad!
Pero no hizo falta, porque esa misma madrugada Marcel llamó a mi puerta – borracho como una cuba – y con el pretexto de haberse dejado las llaves de casa en algún lugar no recordado por él en este preciso momento. Cuando le pregunté que porqué no fue a casa de Monique me contestó que fue precisamente ella quien le dijo de acudir a la mía… y me entregó una notita de su parte “Chica cuídamelo bien se lo merece y te quiere con locura”. Le abrí mi puerta y estaba dispuesta a hacer lo mismo con todo lo que tenía por abrirse ¡hablo de mi corazón, mal pensada!.
Esa madrugada no pasó nada entre nosotros, Marcel cayó redondo en el sofá, no te diré más sólo que llegué a pensar que Donna Summers había escrito esa canción de los gemidos – love to love you baby – pensando en nosotros dos. Hasta allí puedo contar que soy una dama y sin bien hace tiempo no guardo decoro me gusta tener mis secretos.
Cuando por fin decidimos que ya estaba bien de no comer, nos levantamos y le hice una tortilla de patatas con mucha cebolla, siempre dijo que fue lo que le acabó de enamorar. Ya no rezaba para que vuelva mi hijo pronto, es más cuando me llamó para que le mandase unos cheques de viajes de esos en dólares ni le protesté un poco… A la semana Marcel se trajo la maleta, ya no teníamos edad para empezar por el cepillo de dientes, los vecinos se revolucionaron y una me pregunté que sí era mi nuevo inquilino “un poco mayor es” dijo con sorna y yo muy digna la contesté “Qué va Marcel es mi amante”… Y así transcurrieron los 15 mejores años de mi vida…
Y aquí termina el capítulo 5 de la fiera de mi suegra – nos vemos en el cap 6 la vida estuvo viviendo la vida loca con el amor de su vida…
Fdo Cruela maestra de fieras de andar por casa