Soy Lo Peor – CAPÍTULO 1

PEORSOY LO PEOR

Seamos francos desde el principio. No soy una barbie, ni una ejecutiva agresiva ni soy políticamente correcta. No soy una chica de hoy en día. Tampoco es que sea una desgraciada ni una víctima ni que vaya de vivo-sin-vivir en mí. Mi peso no me preocupa más de lo necesario, no soy una sílfide anoréxica ni tampoco un elefante marino, pero de qué sirve no estar gorda cuando sabes a ciencia cierta que tu novio te haría más caso si fueras una morsa, un hipopótamo o una foca monje.
No es fácil ser novia de un militante de Greenpeace. Bueno, Arturo no es sólo militante de Greenpeace, él se apunta a todo lo que suene a ONG o a causa perdida. Durante los años de universidad, yo lo admiraba por ello. Ahora que el tiempo ha pasado y veo como todos nuestros amigos se van casando, comprando coches y teniendo niños-no siempre por este orden-me molesta terriblemente que mi novio, en lugar de  buscarse la vida, esté en algún punto del mar del norte quitando petróleo, limpiando gaviotas o raspando piedras.
   

CAPÍTULO PRIMERO: YO TAN MALA Y TÚ TAN PERFECTO

1.
Me operé las tetas nada más acabar la carrera, con un piquillo que me tocó del cupón de la once. Supongo que me operé las tetas porque con la cara no tenía ya nada que hacer. Digamos que mi mandíbula es algo prominente y que así a primera vista me da el aspecto un poco como de cara de caballo. Mi madre no sabía hacer otra cosa que repetirme que con lo bonitos que tenía los pechos para qué me los iba a tener que retocar y  ponérmelos como dos melones. No comprendía que en aquél momento lo único que quería era estar guapa para Arturo. Pero para qué os voy a contar, los hombres son los hombres, y Arturo fue el único que al verme con mi nuevo aspecto de mujer tetuda, no se percató de ello. Estaba muy liado con un nuevo proyecto, el de dar asilo a unos exiliados de un país de esos que están en guerra. Yo le dije, poniéndole las tetas en la cara, que mientras no los metiera en nuestra casa, que podía hacer lo que quisiera con ellos. Me fui llorando a la casa de mi madre, sin entender por qué él seguía prefiriendo ser bueno con todo el mundo menos conmigo.

-Pero si ni siquiera es guapo. Ese hombre no te conviene, siempre te lo he dicho.
-Ya lo sé mamá, pero yo lo quiero.
-Ofelia, cariño, los consejos de una madre son pocos y el que no los toma es un loco. Yo también pensaba que quería a Henry.
-¿Y acaso no lo quieres?
-Esas son cosas que no hay que contarle a una hija. Venga, lávate las manos, que vamos a comer.

Mi madre era una mujer muy guapa, con su pelo teñido de rubio platino y vestida a la última a veces nos confundían con hermanas. Claro, yo a su lado era siempre la hermana joven pero fea, con cara de caballo, pelo cardado y ojillos de rata tras unas gafas muy monas, de esas con diamantes pequeñitos en la montura, que por muy monas que fueran a mí no me favorecían en absoluto. Eso sí, a partir de aquel día sería la hermana joven y fea pero con dos tetas como dos carretas. Era el comienzo para una nueva Ofelia.

Supongo que aquel día tendría que haber dejado a Arturo, pero no hay nada como oír a tu madre durante dos horas criticando sin parar a tu novio para reforzar una relación, así que regresé a nuestro nidito de amor deseando darle un par de achuchones con mi nuevo airbag. Mi sorpresa fue descomunal cuando encontré, sí, nuestro nidito de amor repleto de rumanos, letones, estonios y lituanos. Estaban por todas partes, en el sofá que con tanta ilusión habíamos comprado en Ikea, y que habíamos tardado dos semanas en montar. Estaban esparcidos en cientos de colchones, en la cocina, en el cuarto de baño y hasta en la salita de planchar. No podía dar crédito a mis ojos. Busqué a Arturo entre la multitud pero todos mis esfuerzos fueron en vano, mi casa se había convertido en un estadio de fútbol, en una jungla, en la torre de babel. Salí horrorizada de mi propio hogar, corriendo por el pasillo hacia el ascensor, llorando desde el ascensor hasta el portal, medio asfixiada mientras bajaba por las callejuelas hacia la casa de mi madre. Una vez más acudí al seno materno ante la crisis conyugal.

-Ahora no, cariño, he quedado. Anda, ponte cómoda y sírvete lo que quieras de la nevera.
-Pero mamá, es insoportable…Si hubieras visto como estaba el piso…
Un coche hizo sonar el claxon repetidas veces, lo que indicaba que el novio de mamá había hecho acto de presencia.
-Ofe, querida. Los hombres son así. Hacen lo que quieren y cuando quieren. Lo que nosotras tenemos que hacer es aprender de ellos.

Me dio un beso rápido en la cara y salió como una exhalación por la puerta. Parecía una quinceañera que ha quedado con el capitán del equipo de fútbol del instituto. Me quedé sola, en una cocina que no era la mía, indagando en un frigorífico que no era el mío, sin nadie a quien contar que el mío había sido arrasado por una horda venida del Este, sin nadie a quien llamar ni siquiera por teléfono para que me escuchara llorar desconsolada y sonarme los mocos. Entonces fue cuando me di cuenta de que mi vida era patética.

Arturo me llamó al móvil quinientas o seiscientas veces durante aquella noche pero me resistí a contestarle y acabé por apagarlo. No quería hablar con él, que me contara lo pobres que eran los refugiados que moraban ahora en nuestro piso, lo difícil que era huir de una guerra y no tener donde vivir, que me hiciera sentir que yo era la egoísta y la mala de la historia.

Si añadimos a que mi novio era lo más parecido a la madre Teresa de Calcuta en hombre el hecho de que mi vida social era un desastre, os podréis hacer una idea de cuál era mi estado de ánimo a la mañana siguiente. Nadie me tragaba en la oficina, en parte porque el jefe era el novio de mi madre, lo que me convertía en la enchufada de la empresa, y en parte por méritos propios. Nadie quería acercarse a la cara de caballo-antipática-sesos de mosquito que se había operado las tetas para llamar la atención. Y no es que yo fuera antipática con el puñado de zorras que trabajaban a mi alrededor, sino que en el fondo siempre he sido una gran tímida y a esta gran tímida nunca le ha gustado confraternizar con zorras. Os preguntaréis el por qué de este odio exacerbado hacia las dulces jovencitas que me habían estado haciendo la vida imposible durante un año y medio. Igual encontramos la respuesta en la propia pregunta. Me ignoraban a la hora de ir a tomar café, cuchicheaban a mis espaldas sobre mi forma de vestir, o mi forma de andar, o mi forma de respirar…De lo que fuera. Lo importante era criticar a la cara de caballo, que para eso era el blanco fácil. Si no había dejado aquel trabajo había sido principalmente por dos factores: a) Por mi madre, que me había enchufado y b) Porque no me llamaban de otro.

Llegué cabizbaja, despeinada, ojerosa y sin maquillaje, y nada más entrar por la puerta pude sentir que se levantaba un revuelo de comentarios acerca de mi aspecto.
«Le habrá dejado el novio», oí decir a alguna.
-Ojalá fuera eso-pensé para mis adentros.

En eso que apareció, como cada mañana deslumbrante, sonriente y rebosante de botox por los poros de la piel, Henry, o sea mi jefe, es decir, el novio de mamá. Me recordaba a un presentador de teletienda, pero no sabía a cual.
-Ofelia, cariño, te tengo una buena noticia.
Perfecto. Me iba a dar una buena noticia delante de toda la plantilla. La excusa perfecta para que las pocas que aún no me escupían al pasar empezaran a considerar seriamente la idea de hacerlo.

Miré a Henry, expectante, con mis ojillos de rata ocultos tras los gruesos cristales de mis brillantes gafitas.
-Ofelia, me traslado Nueva York y quiero que TÚ seas mi asistente personal. Como sabrás, desde la fusión, nuestros socios se encuentran en Nueva York. Tenemos que trabajar codo con codo con ellos para que esto funcione, y he decidido que seas tú quien me acompañe en esta labor.

Sobraban las preguntas. Por supuesto que mi madre lo había convencido para que me diera el puesto, para que me alejara de Arturo y de paso vigilara que su novio no sacara los pies del tiesto. Le sonreí con cara de boba intentando no enseñar los dientes para no dar la impresión de que iba a comenzar a relinchar. Tras decirme que me pensara la oferta, Henry se metió en su despacho, dejándome sola ante una jauría de lobas que me miraban con el rabillo del ojo. Pasé el resto del día hundida ante mi ordenador, consciente de que en aquel momento era la más odiada del lugar.

Fuera del maravilloso ambiente laboral que me rodeaba tampoco tenía amigas. Todos mis conocidos eran amigos de Arturo a los que no les había quedado otra que aceptarme. Siempre había sido igual desde la época de la universidad: Arturo, sus causas perdidas, sus colegas de manos unidas y yo. Por ese orden. Y yo que siempre he sido una gran pasiva pensaba que mi vida sentimental era perfecta, porque salía con la persona más buena del mundo.
¿Qué cómo era mi novio? A primera vista poca cosa. No demasiado alto ni demasiado bajo, con greñas de pelo que apenas me dejaban verle los ojos y jersey de cuello alto marrón o verde. Desnudo no ganaba mucho, era canijo y velludo, y metiéndonos en terreno íntimo, de lo otro tampoco estaba excesivamente bien despachado. Pero yo lo quería.

Aquella tarde tras una horrorosa jornada de trabajo, que había terminado con Elisa Tortorici, la líder de la manada de lagartas, echándome un café por encima y no pararse ni a mirar si por un casual me había achicharrado las piernas, regresé a mi piso. Respiré hondo y giré la llave de la puerta. La abrí lentamente, esperándome lo peor al otro lado. Una sensación de alivio recorrió mis venas y mi piel fue recuperando la calidez perdida por el susto del día anterior. No quedaba rastro de la vorágine que por allí había pasado. El suelo estaba limpio, el salón ordenado, las ventanas abiertas dejaban paso a una brisa que traía olor a jazmines y a azahar. Las luces estaban apagadas pero un par de velas iluminaban tímidamente la estancia desde la mesa que usábamos para cenar en ocasiones especiales. Y sentado en el sofá, en la penumbra, pude reconocer al hombre de mi vida.
-Arturo…Perdona por no cogerte el teléfono…Yo…lo siento mucho
-He estado muy preocupado por ti, no sabía lo que te pasaba y tenía que decirte algo muy importante.
¿Se arrepentía de haber alojado a cincuenta inmigrantes en nuestra casa y por fin se había decidido a pedirme matrimonio?¿Era eso?¿Se había dado cuenta de lo mucho que me quería tras haber estado a punto de perderme?

De repente se encendieron las luces, como si la película hubiese terminado y yo ni me hubiese dado cuenta. Del cuarto de baño salía ELLA, envuelta en una toalla, y con otra a modo de turbante en la cabeza. Hacía años que no la veía, estaba recién duchada, sin maquillaje ni trampa ni cartón, y estaba más guapa que nunca.
-¡Ofelia, cariño, cuánto tiempo!. Antes de nada, no sabes lo muchísimo que te agradezco que hayas permitido que me quede aquí. Dame dos besos, anda.
¿Qué había ocurrido que la despampanante ex novia de Arturo salía de nuestro cuarto de baño, y además en son de paz?

Antes de continuar, hablemos de ELLA y pongámosla verde desde el principio para que no podamos simpatizar con este personaje en ningún momento. Fue la novia de Arturo desde los quince hasta los veinte años. Yo lo había sido desde los veinte hasta los veinticinco, así que estábamos empatadas. Pero ella había sido perfecta en su relación. En lugar de comportarse como una boba, una histérica y una descentrada (como yo), ELLA siempre se había mostrado comprensiva, educada y divina.

Pero a quién iba a engañar con esa pinta de no haber roto un plato en su vida, en realidad era una pija que no tenía nada que ver con el estilo de vida de Arturo. Supongo que por eso es por lo que rompieron. No hubieran tenido futuro, él en Tanzania alimentando etíopes y ella en el club de campo jugando al golf con sus amigas abogadas. Además, no hacían buena pareja, ELLA tan rubia, con esos ojos tan azules, la piel tan bronceada, la figura tan escultural, los labios tan carnosos…y él, tan ridículo a su lado. Comprenderéis que ELLA tenía todas las papeletas para que yo la odiara a muerte. Ya sé que las buenas personas no odian a nadie, pero es que yo en el fondo nunca he sido buena persona.
 -Creo que Arturo y yo tenemos que hablar…
ELLA se retiró a «su habitación», que en realidad era la habitación de invitados-¿y acaso yo la había invitado?-para deshacer sus maletas y nos dejó a solas.
-Te estuve llamando durante toda la noche.
-Me quedé en casa de mi madre.
-¿Pero por qué no cogiste el teléfono? Me tenías muy preocupado, Ofe… Al menos un toque para decirme que estabas bien…
-Me dolía la cabeza…y apagué el teléfono.
Siempre era yo la que preocupaba a Mr.Bueno, él nunca le daba quebraderos de cabeza a nadie, por supuesto que no.
-¿Y esta mañana?¿No me podrías haber llamado esta mañana?
-No, es que…(…)…- y de repente, vi la luz- ¿No crees que eres tú el menos indicado para pedir explicaciones? ¿Se puede saber qué hacía la casa llena de rusos anoche? ¿Y se puede saber qué coño hace ELLA en nuestro cuarto de baño? No me vayas a decir que manos unidas se encarga ahora de dar cobijo a fulanas…
En ese momento, ELLA salía de “su habitación” de manera tan oportuna que me escuchó llamarla puta. Sentí que se desenterraba el hacha de guerra entre las dos.
-Arturo, mejor que será que me vaya de aquí. No quiero que os peleéis por mi culpa.
Claro, ELLA era tan buena persona como él, cómo iba a querer arruinarle la vida a una pobre fea que bastante tenía con lo que tenía.
-De eso nada, Rebeca. Te quedarás todo el tiempo que haga falta…
Arturo se acercó a Rebeca y la abrazó. Entonces fue cuando la toalla en forma de turbante de su cabeza se soltó y cayó al suelo.
-Rebeca tiene cáncer. Ha venido a la  a hacerse unas pruebas y necesita un lugar donde pasar estos días, que no son nada fáciles para ella.
Miré su cabeza, brillante como una bola de billar, su expresión humillada, su cuerpo protegido por los brazos de mi novio…Una vez más, YO era la cabrona y quise que la tierra me tragara, que me partiera un rayo o morir de combustión espontánea. Estaba segura de que Arturo había empezado a salir conmigo porque le daba pena, con mi cara de caballo y mi miopía del quince. Yo había sido una de sus buenas acciones, pero ya no era suficiente, yo no era una inmigrante ni tenía una enfermedad terminal. No tenía nada que hacer, había perdido la partida.
-Que se quede todo el tiempo que quiera – dije reflejando en mi voz mi derrota-. Yo me voy a casa de mi madre.

2
Mientras todas juntas tomaban café en corrillo, yo me aislaba a sorber el mío en un rincón. Elisa Tortorici se acercó a mí por mi primera vez en meses sin derramarme nada por encima. Como de costumbre, parecía recién salida de la revista Telva o de la Cosmopolitan. Todos decían que llegaría muy lejos, que algún día heredaría la empresa porque era la que mejor preparada estaba del puñado de secretarias ineptas que éramos las demás, pero la verdad era que Henry me había elegido a mí para ser su asistente personal en Nueva York , y eso, por supuesto que le escocía.
-Ofelia… ¿Te llamas así, verdad?
Asentí con la cabeza y concentré mi mirada en sus zapatos, seguro que eran de ese diseñador tan famoso y tan caro que no sabía como se llamaba. Me sentí subnormal.
-Las chicas y yo tenemos una pequeña duda, Ofelia. ¿Es cierto que tu madre y tú se lo hacéis a dúo a Henry? Debe de ser asqueroso, ¿no? Pero al menos da resultados, te va a llevar a América con él… Mamá tiene que estar celosa,¿verdad?
El resto de la manada de lobas estalló en carcajadas. En circunstancias normales yo me hubiese ido cabizbaja y con el rabo entre las piernas. Pero aquellas no eran circunstancias normales. A mi novio no le había importado que yo abandonase el domicilio conyugal indignada porque le había cedido nuestra habitación de invitados a la número uno de mi lista de personas non gratas y yo había regresado a vivir al lugar donde se forjaron todos mis traumas y complejos de adolescente: la casa de mi madre.
-Elisa… ¿Te llamas así, verdad?… Si la envidia fueran ladillas, tendrías el coño como un plato de lentejas.
Elisa Tortorici palideció como la luna llena y un silencio catatumbal se hizo con la sala de fumadores. Esperaba una respuesta, o una ostia, por su parte, pero por el contrario, se dio la vuelta sin mediar palabra y desapareció de mi vista. ¿Era aquel el poder de las palabras?

Lo que ni tú ni yo sabíamos, y más tarde me contarían mientras me documentaba para escribir esta historia, es que en aquel mismo instante en el que yo rompía mi burbuja de cristal y liberaba a la ordinaria que siempre he llevado dentro, Elisa Tortorici, la chica Cosmo, la más guapa, delgada y mejor peinada de la empresa, daba cobijo en su vello púbico a unas ladillas del tamaño de cangrejos, regalo de su último novio, y que por mucho que se afeitaba y se volvía a afeitar las partes pudendas, como el ave fénix siempre renacían de sus cenizas.

Me sentí tremendamente bien, como la protagonista de un anuncio de compresas. De repente me gustaba ser mujer, y más aún una capaz de insultar a sus enemigas y salir victoriosa del encontronazo. Mis pies flotaban al caminar y me conducían por sí solos al despacho de Henry. Las dudas se habían acabado, ya nada me ataba a aquella oficina ni a aquella .
-¿Henry? Soy Ofelia. ¿Puedo pasar?
-Empuja, la puerta está abierta.
No me imaginaba por qué mi madre estaba tan enamorada de él. Era lo más artificial y hortera después de Julio Iglesias. Quizás es que la tenía muy grande o puede que hasta fuera buena persona y eso atrajera a mi madre, que hasta entonces había estado acostumbrada a salir sólo con cabrones y/o maltratadores, como por ejemplo, mi padre. Fuera como fuera, me inspiraba confianza a pesar de la cara estirada y los pómulos como pelotas de tenis. Me senté frente a él y me ofreció un café. Cerré los ojos mientras lo servía, el aroma embargaba mis sentidos y deseé que mi nueva vida en Estados Unidos fuese tan placentera como aquel momento.

Mamá se puso muy contenta cuando le di la noticia. Como era de esperar, empezó a hacer preparativos mentales a un ritmo vertiginoso. En fracciones de segundo ya sabía lo que me iba a meter en la maleta, lo que me iba a llevar para comer durante el viaje y cómo necesitaba vestirme para encontrar un nuevo novio.
-No he dicho en ningún momento que vaya a dejar a Arturo.
-¿Cómo que no?
-No es la primera vez que vamos a estar separados, recuerda cuando se fue a Groenlandia a lo de salvar ballenas.
-Pero esta vez es diferente, Ofelia. Esta vez eres tú la que se va.

Estaba en lo cierto. No era Mr. Bueno el que una vez más me dejaba para proteger el ecosistema, sino que era yo, la nueva, liberada y despechada Ofelia, con nueva talla de sujetador y nuevo puesto de trabajo, la que se iba, dispuesta a comerse la Quinta Avenida de un sólo bocado. ¿Podría mantenerse fiel una persona tan malísima como yo a un hombre tan santo y beatificado como Arturo?

Podría haber esperado al día siguiente para anunciarle que nos íbamos a distanciar por una temporada, pero siempre he sido realmente impaciente y no pude esperar al amanecer, así que lo llamé en medio de la madrugada. Tras la quinta llamada, Arturo cogió el teléfono.
-¿Si?
-Arturo, soy Ofelia, tengo una cosa muy importante que decirte…
Y como si del guión más predecible del mundo se tratara mi vida, una voz femenina preguntó al otro lado del auricular que quién los molestaba a esas horas. Obviamente, era Rebeca, medio adormilada tras follarse a mi novio.
-Dame ahora una excusa que me haga parecer la mala de la película.
-No es lo que parece, Ofelia. Hemos estado hablando toda la noche, las medicinas para su enfermedad le dan mucho sueño y se ha quedado dormida en mi cama…
-¿Tu cama? Te recuerdo que hasta ayer era «nuestra cama».
-Ofelia, no montes un drama de todo esto. El fin de semana hablamos.
-¿El fin de semana? Será demasiado tarde, estaré viviendo en otra ciudad. Para eso te llamaba, para despedirme de ti. Me han ofrecido el traslado a Nueva York y lo he aceptado.

Arturo se alteró como si le hubieran dicho que el agujero de la capa de ozono se había agrandado. Me pidió que me quedara, que le diera una oportunidad, que me lo pensara, que no abandonara nuestro proyecto de vida en común… Una vez más fui la mala y le colgué el teléfono.

Estuve dando vueltas en la cama durante el resto de la noche. Era innegable que Arturo era la persona más buena del mundo y no me quedaba otra que creerme que no se había acostado con Rebeca, con todas las connotaciones sexuales que este verbo implica, en cuanto yo había salido por la puerta. Pero aún así, por primera vez en nuestra relación, la sombra de una duda empezó a nublarme la mente. ¿Y si yo lo había tenido idealizado durante todos estos años y en realidad tan sólo se trataba de un mamarracho que se había dedicado a anularme con sus múltiples virtudes?

Amaneció de golpe y el alba me sorprendió vomitando de los nervios en el cuarto de baño. A pesar del estado en el que se encontraba mi estómago, me duché, me puse mis mejores vaqueros y el jersey más bonito que tenía, y me maquillé. No quería que en el trabajo pensaran que seguía teniendo aspecto de fracasada. Después, me preparé un nutritivo desayuno a base de zumo de naranja, tostadas, leche con cereales y huevos revueltos. Entended que me había quedado vacía de tanto vomitar y necesitaba reponer fuerzas. Mi madre hizo acto de presencia una vez que estaba a punto de acabar con la pitanza, había pasado la noche en casa de mi jefe y regresaba una vez que él ya se había ido para el trabajo, lo que significaba que yo, ya iba tarde como de costumbre.
-Cariño, date prisa, de esa forma nunca heredarás la empresa.
-Cásate con Henry y así sólo tendré que esperar a que se muera.
-Hija, que deslenguada andas últimamente… No sabes la alegría que me da que te estés soltando. Si yo me hubiera soltado a tu edad, no le hubiese aguantado a tu puto padre ni la primera bofetada.

Era muy temprano para oír, por enésima vez, la triste historia de nuestras vidas, así que le di dos besos, le dije que no pensara en esas cosas ahora que éramos mujeres emancipadas y me fui para el curro a toda pastilla. A pesar de los años, yo a veces también pensaba en él y en cómo me dislocó la mandíbula a patadas cuando aún era una niña.

Como si no fuera por mi mala suerte, no tendría nada de suerte, me encontré con Elisa Tortorici en el ascensor de la oficina. Ella también iba tarde, y a pesar del intento, en vano, de ocultarlo bajo varias capas de maquillaje, llevaba un ojo morado. ¿Se habría peleado con una de sus sirvientas? Se dió cuenta de que yo le miraba fijamente el moratón y mostró una sonrisa de oreja a oreja. Ahora pienso en lo difícil de su situación, intentando ocultar el dolor de la paliza y el picor de sus genitales encerrada en un ascensor con su peor pesadilla.
-Denúncialo.- Le dije cuando aún íbamos por la cuarta planta.
-¿Cómo?- preguntó con cara de no saber de que iba la cosa.
-Que lo denuncies. Al cabrón que te ha pegado. Si no lo haces se verá libre para darte más otro día, te lo digo por experiencia.
-Mira, no sé de qué me hablas.
Planta octava y última. Las puertas del ascensor se abrieron y Elisa Tortorici salió como alma que se lleva el diablo. El día venía apuntando a que recordara los malos tratos de mi padre desde el principio, era algo inevitable. Y de repente, TODO, los vasos de papel donde bebíamos café, los coches que veíamos desde la ventana recorriendo la carretera como hormiguitas, las nubes con forma de caras humanas, los cactus sobre los ordenadores para darle un ambiente más natural al lugar de trabajo, TODO, me recordaba a él, y quise morirme por ello.

El resto de la jornada laboral pasó sin pena ni gloria, pero al fichar para salir, cuán fue mi sorpresa de encontrar a Arturo esperándome.
-Ofelia, perdóname si te he hecho daño en algún momento. Perdóname si en mi empeño por ayudar a los demás no me he dado cuenta de que tú también necesitabas mi ayuda.
-¿Pero qué te has creído? Yo no necesito la ayuda de nadie.
La manada de lobas pasaron por nuestro lado mirando descaradamente y murmurando. Arturo me miraba con ojos de cordero degollado. Me di cuenta de la suciedad que acumulaban sus gafas, cómo podría ver con ellas, y en lo grasienta que tenía la maraña de pelos que le salía de la cabeza. Vi al Arturo de siempre, poquita cosa y descuidado, el que lo había dado todo por los demás, el que yo siempre había amado. Mi coraza empezó a resquebrajarse como la cáscara de un huevo duro contra el suelo, y dejé que me abrazara.
-¿Te irás?
-(…)
-¿No me dices nada?
Empezó a besarme la cara, el cuello, la boca, a acariciarme la espalda, los brazos y la cintura, a intentar llevarme de nuevo a su terreno.
-Me voy, Arturo. Está decidido. Dejemos que el destino nos lleve a donde nos tenga que llevar, y si el nuestro es amor de verdad, entonces estoy segura de que el destino también querrá que algún día nos reencontremos.
-Ofelia… Nunca te había oído hablar así.
Tenía razón, yo nunca había hablado claro y ya iba siendo hora.
Me alejé de allí dejando a la mejor persona del mundo llorando y con el corazón roto. Eso me convertía en una especie de anticristo y por segunda noche consecutiva, no pude dormir.

3
Finalmente llegó el día de la despedida, y para mi asombro, en la oficina me habían preparado una fiesta sorpresa. Todos hablaban de lo buena persona que yo era y de lo mucho que me iban a echar de menos, y me sentí como si tuviera una enfermedad terminal y me quedaran dos telediarios. Repartieron copas de cava barato y canapés de queso philadelphia con imitación de caviar, y decoraron las paredes con globos de colores y pancartas que rezaban «Vuelve pronto» y «No será lo mismo sin ti». Me preguntaba quién se habría encargado de todo ello. Vislumbré a Henry entre la multitud y me acerqué a él para preguntarle. La respuesta fue una bofetada sin manos.
-¿Elisa Tortorici?
¿Cómo era posible que mi más notable archienemiga se hubiese ofrecido a organizar mi fiesta de despedida? ¿Tantas ganas tenía de que me fuera o acaso me había preparado un cubo lleno de sangre para que se cayera sobre mi cabeza cuando me nombraran la reina del baile?
-No sé por qué te extrañas, Ofelia. Elisa es una chica encantadora.
-Sí, encantadora de serpientes.
-¿Cómo dices?(…) ¡Ah, mira! ¡Ahí viene! Aprovecha para darle las gracias, querida. Es de bien nacido ser agradecido, o eso dicen ¿no?
Entendía la jugada, se había dado cuenta que poniéndose a mi favor podría hacerme más daño psicológico que atacándome directamente. Pero ella no sabía que yo era un rival mucho más fuerte de lo que imaginaba.
-¡Elisa, cariño! ¡Muchas gracias por la sorpresa, ha sido tan, tan inesperada!
Abrí los brazos de par en par como un buitre que acaba de encontrar una presa moribunda, y la abracé efusivamente. En lugar de deshacerse de mí, me alabó, me besó y me prometió hacerme una visita una vez que me hubiese instalado en mi nueva ciudad. Henry sonrió dejando a la vista sus dientes nacarados y asintió con la cabeza, complacido con el buen ambiente de trabajo que había entre sus empleados. Elisa se acercó aún más a mí para que tan sólo yo pudiera escucharla, y me susurró al oído amenazas que hoy por hoy todavía me ponen la carne de gallina.
-Algún día volveremos a vernos, zorrita… Y si te vuelves a interponer en mi camino, te mato. ¿Me oyes? Te rajo y le echo de comer tus tripas a mis perros…
Obviamente, la fiesta había terminado para mí. Se me bajó la tensión, el nivel de azúcar en la sangre, el de adrenalina, el de insulina y el de bilirrubina, y se me cortó la digestión. Era la oportunidad de Elisa para comportarse como la buena samaritana.
-Ofelia, cielo. ¿Te encuentras bien? ¡Henry, Henry! ¡A Ofe le ocurre algo!¡Henry!
Antes de desplomarme, tan sólo recuerdo la cara de la verdadera malvada de esta historia sonriendo mientras Henry, alarmado, pedía a gritos que alguien llamara a una ambulancia.
No le conté a nadie el motivo de mi desmayo, al fin y al cabo quién iba a creer que la dulce organizadora de la fiesta me había amenazado de muerte.
-No creo que te convenga viajar en tu estado-. Supongo que todas las madres son iguales y dicen las mismas cosas en determinados momentos.
-Pero ya has oído lo que dijo el médico, mamá. Fue sólo el estrés.
-Ofelia, cuídate mucho, por favor… Eres lo único que tengo en la vida.- Y de repente dijo eso, que no sé si lo dicen todas las madres en el momento en el que se van sus hijas a vivir a otra, pero que a mí me llegó al corazón. La abracé y empezamos a llorar como magdalenas, y cuando el taxi llegó para recogerme, yo ya tenía el maquillaje corrido por toda la cara como si fuera un cristo. Entre sollozos le prometí que me cuidaría y que también cuidaría de Henry. No me parecieron promesas difíciles de cumplir, al fin y al cabo… ¿qué nos podía ocurrir de malo en la Gran Manzana?

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¿Qué ocurrirá en la próxima entrega? Elige entre todas estas posibilidades cómo quieres que continue «SOY LO PEOR», nuestra exclusiva novela por entregas.

A. Ofelia descubre que Arturo le es infiel y decide desquitarse tirándose a todos los tíos que conoce en Nueva York.
B. Un productor de cine americano descubre a Ofelia y la contrata para protagonizar una película junto a Sarah Jessica Parker.
C. El nuevo compañero de trabajo de Ofelia es un tío que está buenísimo y cuando la invita a salir, ella omite el hecho de que tiene novio en España y se pone un buen escote.
D. El avión en el que Ofelia y Henry se dirigen a Nueva York es secuestrado por un grupo terrorista y obligado a tomar un nuevo y desconocido rumbo.

CAPÍTULO 2 {LEER}