Durante todo el mes de febrero hemos podido asistir al Festival Escena Contemporánea Madrid 2012, toda una pasarela de nuevos creadores donde la genialidad con el absurdo comulgan juntos y caminan de la mano en los senderos de arte escénico. El que haya dicho el ARCO de la escena ha dado en el clavo. Y es que, como todo festival, nos hemos encontrado piezas muy buenas de las que no vamos a hablar porque de eso ya se han encargado los ocho millones de bloguers que van de entendidos. Yo, con la venia de sus ilustrísimas, opinaré que salvo en contados casos, el festival me ha parecido un bodrio. Y quiero dejar constancia, y que a su vez me servirá de metáfora, para indicar que el significado de «bodrio» según la R.A.E, es «un plato castellano fuertemente condimentado, por lo que no es recomendado para estómagos delicados por mucho que sus paladares no sean exigentes». En resumidas cuentas, tanta especia cultural me ha producido una indigestión.
Una tarde de jueves me dejé caer por la Cuarta Pared, una de las salas mejor gestionadas en tiempos de crisis y demás tempestades económicas que azotan el arte escénico, así sin avisar. Estrenándose Anunciación, de un tal Jesus Rubio, un licenciado de la RESAD. El montaje en cuestión se trata de un espectáculo de danza-teatro con aspiraciones a llamar la atención que es de lo que se ha tratado el festival este año. Y si, efectivamente nos encontramos ante danza teatro, casi dos horas de espectáculo con un narrador (posiblemente fuese el director) con interactividad con el público, algo que desvirtúa por completo el concepto. El narrador se encarga de repartir al principio un cacito con un huevo a unos cuantos “afortunados” del público. Yo me quedo desencajado en la butaca mientras un par de asistentes optan por salir de la sala. Luces y acción: una hora de juego de sombras con el tedio de una “música” más cercana a un sonido gutural, que está muy bien, pero quizás excesivamente largo y sin sentido hasta que por fin los bailarines empiezan a interactuar entre ellos. El homenaje al fetiche está servido. Los bailarines terminan batiendo un huevo y empapelándose literalmente en papel de aluminio hasta que caen las luces. El estupor llega cuando el señor que narra la historia pide a los “afortunados” del público que batan su huevo y se lo impregnen a los bailarines mientras piden un deseo.
Como se trata de un director de los nuevos no voy a ser excesivamente sádico ante semejante atrocidad. La puesta en escena podría haberse ejecutado de manera aceptable si ese narrador con sus payasadas se hubiese suprimido. Se reconoce un trabajo duro por parte de los bailarines con un trabajo de cuerpo complicado pero, quizás falto de ensayo en los cambios. Aún así bravo por ellos. Muy bien aprovechado el espacio escénico que ofrece la Cuarta Pared para un trabajo difícil pero pésimamente dirigido. Recurrencia al desnudo del bailarín (como siempre hace Carmen Werner por poner un ejemplo) como exponente de expresión que ya está más visto que el tebeo. Realmente salí de la sala confundido; pensé que había estado presente en la encarnación de un nuevo arte escénico procedente de la fusión del teatro del absurdo, el mimo y los documentales de la 2. Y sucede al igual que en las artes plásticas y las ferias como ARCO, que llaman arte a cualquier cosa y como tal hay que exponer. Hay que joderse…