¿No os ha ocurrido nunca que, por circunstancias de la vida, una Playmate con unas tetas (y permítaseme la expresión) como dos botellas de Larios, aprovechando que su anciano marido está de viaje de negocios, os ha invitado a su lujosa habitación del Waldorf Astoria a cenar y,
justo en el momento de mayor fragor telúrico del acto sexual, aparece el marido, y tenéis que huir medio en pelotas por el ascensor de servicio, con tan mala suerte de que en ese momento está bajando una vieja y, la muy desgraciada, aprovechando el momento de guardia baja, os da un simposio de tres cuartos de hora sobre Series de Verano? Imagino que si, a mi desde luego me pasa constantemente, y es precisamente por eso por lo que se a la perfección de lo que hablo, queridas Antonias.
Una serie de verano es esa que ha comprado un ejecutivo de la cadena de turno en un momento de iluminación (también se llama que se te caliente el hocico estando de copas) y, no habiendo sabido cuando ponerla, se aprovecha esa ligereza de criterios con la que se configura la parrilla televisiva en verano, para meterla de clavo en 2 meses (se han dado casos incluso de hasta 3 y 4 capítulos por día).
Ejemplos de este tipo de series son: “Jericho” (pasó con mas pena que gloria), “Grimm” (en posteriores entregas escribiré sobre ella), “Alphas” (novedosísima serie sobre jóvenes con poderes, algo nunca visto…) o la que hoy, adoradas mías, os traigo a colación: “Arrow”.
Empezaré diciendo que una serie por el hecho de ser de verano, no tiene necesariamente que ser mala, es simplemente que la cadena no ha apostado por ella, ya sea por falta de promoción, por carecer la misma de actores célebres, o por vaya usted a saber que motivos; en ese sentido, tal actitud me recuerda mucho a cuando Tamara Seisdedos sacó su disco de debut, que la discográfica apostó mas por el ladrillo que llevaba su anciana madre en el bolso que por ella, aduciendo que la pegada era notablemente mayor en el caso del ladrillo, que en el del LP.
Pero dejemos de lado ejemplos de décadas pasadas y centrémonos en “Arrow”. Se le podrán poner muchas pegas a la serie, pero jamás que el titulo no da lo que promete (para los esperantoparlantes diré que Arrow en inglés significa flecha).
La historia versa sobre un apuesto mozo, garrido, bien plantao, de firmes cuartos traseros y perfil chulesco, de abdominal pétreo, sátiro como pocos, de familia mas que acaudalada y limpio como una patena (me recuerda tanto a mi…), que un día, durante un viaje de placer en un barco, naufraga, y pasa 5 años en un islote, sufriendo calamidades hasta que es rescatado por unos pescadores.
Se que muchos os estaréis preguntando, bien, por lo que has dicho, cuando vivía en la civilización era un hombre de posibles, ¿pero cómo andaba de efectivo tras el naufragio?, pues como supondréis, tenía menos dinero… ¡que el que se perdió en la isla!; y una vez hecho el ineludible chiste malo, continuemos.
Tras regresar de la isla con una libretita repleta de nombres de los más pérfidos malhechores de su ciudad que, a modo de relicario, le regaló su padre poco antes de morir en el naufragio, se convierte en un justiciero que, arco en mano, hace el bien en su “Starling City” natal; ¿qué por qué lo del arco?, creo que es evidente, pues porque más vale arco en mano… ¡que ciento volando!, por eso y porque en la isla había un chino con los ojos muy entornaos que le enseñó a sobrevivir, a usar las flechas y a guisar el pollo Kung Pao a la vizcaína (en España lo llamamos pollo a la Pantoja), que tanto gusta por aquellos parajes.
Por lo demás, pues eso, una serie de malos muy malos y buenos muy buenos, de chavalas de toma pan y moja y misterios muy misteriosos; una serie que a pesar de lo poco novedosa y lo predecible que es por momentos, es francamente entretenida.
¿Pegas? Pues hombre, que una serie de este tipo, de 40 minutos por episodio y 23 episodios por temporada, hay ratejos en los que se hace eterna, por lo que sueles encontrarte capítulos de relleno completamente prescindibles para la trama global. Pero oye, seré sincero, prefiero un millón de veces eso a que me peguen unas ladillas, si es que (Dios no lo quiera) algún día me veo en la encrucijada de elegir entre una de las dos opciones. Que espero que no.