Independientemente de la obvia libertad estética de cada artista para hacer lo que quiera en su obra, reducir el trabajo formal ha sido la tendencia generalizada en la última década, en favor de obras siempre precedidas de amplia argumentación conceptual. Habría que preguntarse si ha sido una elección estética consciente o responde a una actitud interesada.
Es un hecho que los artistas se ven obligados a dedicar más tiempo a realizar contactos profesionales (o amigos, ya hablamos de esto) con comisarios, galerías e instituciones, o buscar ayudas y subvenciones que al trabajo en el taller, y por ello a menudo necesitan explicar la obra elaborando discursos conceptuales ad hoc.
Para algunos artistas es importante estar presentes, aunque sea presentando poco trabajo o ninguno físico; rellenar currículum con eventos culturales en los que se ha participado para poder optar a los futuros espacios expositivos, sin que importe el contenido real, físico de dichos eventos.
Por eso el Arte se burocratiza, para contentar a los mediadores que viven de él y de los cuales el artista depende. Y eso, finalmente pasa factura a la obra artística, que acaba siendo más elaborada conceptualmente que formalmente.
Argumentar conceptualmente una obra es relativamente fácil si se eligen las palabras y referencias apropiadas para que las escuchen las personas convenientes.
Las Facultades de Artes están especializadas en enseñar a sus alumnos el vocabulario específico, la jerga y las referencias de moda para que todo resulte coherente y haya un mensaje muy claro para el comisario o institución. Coherencia desde ese punto de vista significa utilizar conceptos prefabricados creados para entornos controlados.
Este tipo de conceptualización provoca una infantilización del espectador, que siempre espera una explicación fácil y cómoda de lo que ve, escucha o toca. Dirige su pensamiento para homogeneizarlo con los demás espectadores e impide la percepción subjetiva e individualizada, característica esencial de la sensibilidad estética.
Optar por el concepto antes que la forma puede ser una elección estética. Otro revival más de la influencia de Duchamp y su descontextualización de los objetos, de Joseph Beuys, que aseguraba que el Arte había muerto y el futuro había desaparecido, que nos hemos alejado del paraíso perdido y ya no podemos crear nada después de la bomba atómica que provocó el gran desastre.
O quizá sea un nuevo revival de minimalismo, que en su momento pudo servir como camino para intentar salir de un callejón sin salida de la vanguardia. Aunque quizás tanto resurgir es signo de decadencia. Pero tras la postmodernidad, se puede considerar legítimo utilizar la decadencia en una obra artística, así como el cinismo y la hipocresía.
Como digo, es posible que no se deba a ninguno de estos principios estéticos, sino que sea un recurso de conveniencia más que una creencia de los artistas.
En ese caso, no se trata de una obra artística, sino de decadencia, cinismo e hipocresía en el mundo real. Aunque tras Duchamp, uno también puede eliminar la barrera entre arte y vida, lo que también puede ser conveniente.
Pero resulta escandalosamente cínico cuando pretende ser, además, crítica de las instituciones públicas artísticas y sistemas del Arte: se ofrece un trabajo formal paupérrimo como si tuviera substancia por el simple hecho de ser crítico o sardónico, los artistas se benefician sin remordimientos del sistema al que cuestionan y la crítica finalmente queda anulada por sí misma, por su propia inconsistencia, lo que es conveniente para las instituciones.
Lo malo no es que se dé esta situación, es que no deja espacio para otras diferentes. Y lo llamativo es que los artistas y comisarios no se aburran con esta forma de proceder como lo hace mucho público, ni que nadie luche contra el cinismo con la herramienta adecuada: proponiendo algo distinto a la retórica, a conceptos a menudo falsamente sustanciosos o supuestamente sorprendentes.
Provocar impresión con una obra artística, sin palabras y sin mediación es realmente complicado. Pero hay gente que no ha renunciado a ello y no se ha entregado a un nihilismo de conveniencia, a la hipocresía como único sistema de ascenso político y profesional.
El trabajo de conseguir con una obra de Arte, emociones, contradictorias o complejas, que inciten al pensamiento y la libre asociación o no racionalizables parece haberse convertido en algo utópico y casi revolucionario.
Pero a pesar de que el cinismo no quiera ceder espacio, hay quien se dedica a trabajar en su taller.