El siglo pasado, mis padres aún niños pequeños de la mano de mis abuelos, emigraron en sendos barcos desde España hacia Argentina. Décadas más tarde, yo hice el camino inverso, esta vez en avión. Hija de inmigrantes, me transformé yo también en una. La inmigración y el buscarse la vida lejos de tu país es un tema fundamental para mi.
Aunque la vez que mejor he visto reflejado el fenómeno de la inmigración de ida y vuelta entre España y Argentina no fue en el cine, sino en la televisión con la excelente e inexplicablemente poco exitosa miniserie Vientos de agua de Juan José Campanella, los inmigrantes están presentes en el cine, en muchísimas películas.
Antes que nada, me gustaría diferenciar al inmigrante del extranjero. El extranjero suele ser alguien que está de paso. Viene de fuera pero se marchará pronto, puede ser un turista, o alguien que viene por un período determinado, pero que no pretende quedarse. Por eso, aunque siempre está esa cuota de desconfianza ante lo diferente, suele ser visto con curiosidad, como alguien interesante que puede aportar algo inesperado. El inmigrante, por contrapartida, es alguien que viene a quedarse, que intenta comenzar una nueva vida, o que su vida continúe pero con otro entorno y otras posibilidades. Es por eso que, muchas veces, se lo mira con malos ojos, con desconfianza pero no curiosidad, como si viniera a quedarse con algo que no le pertenece por derecho.
Evidentemente no siempre es así, y cada vez nos volvemos más tolerantes, o al menos intentamos serlo. Esa desconfianza suele ser producto de la falta de conocimiento, no digo de ignorancia, que también, sino del poco interés en conocer a esa persona que viene de otra cultura. Vencido ese obstáculo, no queda otra que admitir que todos somos diferentes, y por lo tanto todos iguales.
Pero volviendo al cine, el tema de la inmigración está presente en películas de todas las nacionalidades, y los inmigrantes son también de todo el mundo y de todas las épocas. Pero siempre tienen algo en común: están en desventaja. Juegan de visitantes. En desventaja por falta de papeles, por desconocimiento del idioma, por tener otras costumbres. Simplemente por no ser de ahí.
Me gustaría recordar los personajes inmigrantes a los que les tengo más cariño, por diferentes motivos.
Si tuviera que hacer un top 5, como en High fidelity, alto en la lista está Marketa Irglova, la pianista de Once. De República Checa a Dublín, con su hijita y su madre. Intentando mejorar su vida, siempre con una sonrisa.
Tampoco es posible borrarse de la cabeza la poesía de las imágenes del pequeño Vito Corleone, llegando a la Isla de Ellis. De Italia a Nueva York, en El padrino II.
También a Nueva York, pero de Siria y Senegal los inmigrantes de The visitor, que hacen que el protagonista de la película, Richard Jenkins, se sienta menos extraño en su propio hogar.
Una película que pasó un poco desapercibida, de uno de mis directores favoritos, Stephen Frears, Dirty pretty things, en la que los trabajadores de un hotel, Audrey Tatou y Chiwetel Ejiofor, se ven sometidos al despotismo de su jefe, Sergi López, también inmigrante como ellos. Desde Turquía, Nigeria y España a Londres.
Otra que busca una salida, pero de manera mucho más peligrosa, es Catalina Sandino Moreno en María llena eres de gracia. De Colombia a (como no) Nueva York.
El cine español también tiene su lugar para estos personajes que no son de aquí ni son de allá. Hay varias películas que tocan este tema, ahora mismo me vienen a la memoria Poniente, Flores de otro mundo, y mostrando el lado contrario, los españoles que se fueron a otros países europeos, Un franco 14 pesetas.
Pero entre los inmigrantes cinematográficos de España, me quedo con Zulema, interpretada por Micaela Nevárez en Princesas. Inmigrante, prostituta, madre que tuvo que dejar a su hijo lejos, y más detalles que dejo para los que no vieron (y deberían) esta hermosa película. Eso sí que es buscarse la vida.
Otra gran película española (aunque está dirigida por un mexicano y escrita por él y dos argentinos), que trata el tema de los inmigrantes ilegales en Barcelona y las condiciones deplorables en las que trabajan es Biutiful. Con Javier Bardem pasando de aprovecharse de la situación a tomar conciencia de ella. Alejandro González Iñárritu ya había tocado el tema de las fronteras entre Estados Unidos y México, y la inmigración en su anterior película, Babel.
Ahora llega el momendo del deseo inalcanzable. Un mundo sin fronteras. En el que los hombres y las mujeres puedan ir de aquí para allá, sin importar los papeles o los idiomas. Muy difícil, ¿no? Algo más fácil entonces. Un mundo sin prejuicios. En el que no juzguemos a alguien sólo por su lugar de procedencia. En el que todos tengamos la misma oportunidad. Sigue siendo muy dificil. Pues intentemos que no lo sea tanto.
Inés González