Comienza un nuevo año, y con él otra vez esa sensación de botón de reset. Nos proponemos objetivos, nos decimos cosas como “este año, bla, bla, bla”.
Sentimos que volvemos a empezar, de alguna manera. Porque los comienzos están siempre llenos de promesas de lo que va a venir. Es al comienzo cuando se siembra, cuando todo puede ser. Algo similar nos pasa cuando empezamos a ver una película, nuevos personajes y situaciones, una realidad y un mundo nuevo al que nos introducimos como espectadores distantes, que a medida que se desarrolle la historia, y si la película nos involucra, terminaremos casi como parte de ese mundo, muchas veces sin querer salir de él.
Quizás por eso, por el nivel de compromiso que vamos desarrollando con la historia, desvelar un final es algo imperdonable y digno de furia sin límites. Sin embargo, no está tan mal visto contar un comienzo, quizás porque las posibilidades son tantas que lo que hagamos con un comienzo está abierto a cada uno de nosotros. A pesar de esto, yo detesto que me cuenten cualquier parte de una película que quiero ver. Los comienzos son sagrados, en ellos se sujetan todos los elementos que se irán entramando en la historia. Pero hay algo que es propio del cine, que es comienzo pero a la vez puede tener una identidad propia y ser una obra dentro de la obra. La secuencia de créditos de inicio.
Hay muchos tipos de créditos, últimamente se lleva mucho lo de poner simplemente el título de la película y guardar todo lo demás para el final, justamente lo contrario de lo que se usaba en los 60 y 70, en los que se ponía hasta el año de realización al comienzo, y nada al final. Pero, más allá de informarnos quien hizo la película, hay algunas secuencias de crédito que son válidas como unidad estética y dramática.
Las primeras películas de la historia no tenían títulos, pero pronto se hizo necesario informar a los espectadores quien estaba detrás de lo que estaban por ver. Todo artista quiere firmar su obra, y si su firma puede aparecer proyectada a diez metros de ancho, tanto mejor. Pronto los cineastas descubrieron que podían ser creativos a la hora de presentar sus firmas, no tenía por qué se una seguidilla de nombres con música de fondo. La secuencia de créditos podía ser una manera de presentar el universo de la película, sin habernos metido aún totalmente en él.
Surgieron diseñadores de títulos de crédito como Saul Bass, que introdujo animación y tipografías acordes con el mundo de la película a la que precedían. A él pertenecen los créditos de grandes películas como Psicosis, Vértigo, y también otras más nuevas como Casino, Cabo de Miedo y La Edad de la Inocencia. No es casual que los directores de todas estas películas sean solo dos, Hitchcock y Scorsese. Por lo general, hay directores que se interesan especialmente porque sus créditos iniciales tengan algo que decir.
Recuerdo como a mediados de los noventa nos volvieron locos a mí y a muchos, los títulos de Se7en. Pocas veces he visto una secuencia en la que se cuente tanto sin que te enteres de nada. Fue diseñada por Kyle Cooper, de Imaginary Forces, imitada más de una vez. Fincher es otro que se preocupa por sus secuencias de créditos, Fight Club, Panic Room, Zodiac, todas muy buenas.
También hay pequeñas obras de arte de animación, en particular recuerdo los títulos de La Vida de Brian, (todo lo de Monty Python es genial), de Plácido, de La Pantera Rosa, de Atrápame si Puedes, y muchos más. O las de animación y grafismo de Juan Gatti, La Comunidad, La Flor de mi Secreto, Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios, y más.
Creo que las mejores secuencias de créditos son las que ya nos introducen en la película que vamos a ver, pero sin contarnos argumento aún, como las de Amelie o Delicatessen, Jeunet siempre detallista. O las que utilizan elementos representativos, como la señalización urbana de Jungle Fever, o también las que utilizan los créditos para contar inteligentemente eso de “antes de esta historia que vas a ver, pasó todo esto” como Watchmen. Incluso las minimalistas, menos es más, como la de Alien (otra vez Saul Bass).
En definitiva, los finales pueden estar sobre valorados, los comienzos pueden ser maravillosos, y en una gran película ambos son igual de importantes.
Recuerdo cuando era una niña y me llevaban al cine a ver películas, esos minutos cuando se apagaban las luces, se encendía la pantalla y esas enormes letras hacían que mi corazón se volviera loco. Ahora el corazón ya no me late tan deprisa, los años nos pueden enfriar un poco, pero todavía me emociono cuando una película me atrapa desde el segundo uno y una gran secuencia de títulos tiene mucho que ver con eso.
Así que, feliz comienzo de año y felices comienzos de todas las películas que vean durante el 2011.
Inés González