Hace unos días, Televisión Española tuvo la desfachatez de volver a emitir Pretty Woman. ¿Qué le pasa a la gente con esta película?
Recuerdo cuando la vi en el cine siendo una adolescente (ya pueden calcular mi edad), mientras los demás espectadores salían kleenex en mano y sonrisa en los labios, yo no podía dejar de pensar en formas de dinamitar el balcón en el que los protagonistas se dan el beso final.
Por favor, que nadie diga que esto es un spoiler, primero porque todos nos hemos tragado Pretty Woman en algún momento de nuestras vida, y segundo porque, ¿cómo va a terminar? ¡Es una maldita “comedia romántica”!
Puedo hacer una lista de las cosas que tiene esta película que me ponen de los nervios, empezando por lo poco divertida que es, el insufrible tema romántico de Roxette, lo pesado que es Richard Gere como un millonario que la pasa mal. Pero, lo peor de todo, es el topicazo de la puta buena de Julia Roberts.
No tengo nada en contra de las prostitutas, al contrario, me parece que, en la vida real, es uno de los trabajos más duros que existen y que las mujeres que eligen o se ven obligadas a practicarlo, deberían estar mucho más protegidas.
Dejando de lado el tema social, me gustaría centrarme en las prostitutas cinematográficas, que son muchas y de todo tipo.
La prostituta siempre fue un personaje interesante, ya desde la Biblia Jesús se encarga de reivindicarlas y hacerlas tridimensionales, no son solo mujeres “pecadoras”, a ver quien se anima a tirar la primera piedra.
A nivel narrativo, la prostitución es un arma poderosa. Un personaje femenino puede tener diferentes oficios y cumplir el mismo propósito, pero, si su oficio es ser prostituta, inevitablemente va a influir en la trama.
Claro que esto tiene mucho sentido, estamos hablando de dos de las cosas que más movilizan a la humanidad, el sexo y el dinero. Sumando todo lo que puede surgir de esta mezcla: violencia, codicia, dolor. Miles de combinaciones maravillosas que se ven en películas donde la prostituta tiene el lugar que debe tener.
Me refiero a respeto. Respeto a los personajes y respeto al espectador. Películas en las que vemos personajes que tienen algo que aportar por si mismos, sin edulcorar.
Pueden ser realistas, caminando contigo por la calle, como en Princesas. Compasivas y entregadas por amor, como en Leaving Las Vegas. Guerreras y de armas tomar, como en Sin City. Jóvenes y desprotegidas, como en Taxi Driver. Llevando una doble vida, por placer, como en Belle de Jour. Incluso divertidas y un poco tontas, como en Poderosa Afrodita. No sé, infinidad de posibilidades, siempre y cuando la historia las trate como se lo merecen.
Curiosamente, Pretty Woman, que en su momento yo creí equivocadísima que sería una de esas peliculitas absurdas que pronto se olvidarían, logró un lugar enorme en el imaginario popular y en banalizar, no ya la prostitución, sino el papel de la mujer en las comedias teóricamente románticas.
Supongo que es la forma de vivir esa fantasía que tienen muchas mujeres de tener un hombre que nos de mucha pasta para comprar ropa en Rodeo Drive, nos lleve a la ópera con un collar de miles de dólares, nos ataje la comida que se nos vuela del plato, y a cambio sólo nos lo tengamos que follar. Para que la fantasía sea completa, por supuesto, el tipo tiene que estar bueno.
Criticar una película tan mundialmente adorada como esta, puede molestar a mucha gente. También, estoy segura, somos muchas y muchos los que no podemos entender este amor incondicional, este no poder evitar verla una vez cada pocos meses al caer en ella zappeando, el soñar con ser Vivian caminando por la calle mientras Roy Orbison (lo único bueno de la película) canta “Pretty woman, look my way”, algo así como mujer bonita, mírame.
Así y todo, algunas veces hay que criticar y odiar lo amado.
Algunas veces, hay que tirar la primera piedra.
Inés González