En estos días en los que todos estamos tan preocupados por recuperar el cuerpo que teníamos antes de los excesos de fin de año, hay dos dilemas que me interesan. Primero, seamos sinceros, ¿realmente estábamos tanto mejor antes? Y segundo, ¿por qué sometemos nuestro cuerpo a esos excesos? Quizás porque la dualidad de cuerpo y alma, espíritu, mente, energía interior, o como quieras llamarlo, no es tal cosa. Nuestro cuerpo no es nada más y nada menos que un vehículo en el que nos movemos por la vida, es el recipiente de nuestras pasiones y nuestras mediocridades, de nuestros logros y fracasos. Es el reflejo de nuestra interioridad que, a lo largo de nuestra vida, moldeamos a nuestro gusto directa o indirectamente.
Envuelta en todas estas dudas ontológicas de mucho cuidado, me encontré con Cisne Negro, la última película de Darren Aronofsky. Para los que viven debajo de una piedra en cuanto a cine, la película trata sobre el mundo del ballet, y como la primera bailarina Nina, interpretada por Natalie Portman, ve su cuerpo y su equilibrio mental llevados al límite a la hora de enfrentarse al doble papel del Cisne Blanco y Cisne Negro en El Lago de los Cisnes.
Aronofsky se mete dentro de la cabeza de Nina al punto que, como espectadores, ya no sabemos que ocurre en la realidad y que forma parte de lo que su mente cada vez más alterada va creando. También, como todo artista que se expresa con su físico, va sometiendo su cuerpo a esfuerzos cada vez mayores. Cada paso hacia el abismo de su psique también se va reflejando en su cuerpo con heridas, y otras cosas que es mejor ver en la película. El director se mete también dentro del escenario, no vemos el baile como si estuviéramos en la función, para eso está el teatro, ¿no?; sino como si estuviéramos bailando con Nina, que para eso está el cine.
Mientras Nina, convertida en cisne, salta hacia el vacío, la perfección, y el aplauso del público, me acordaba de la película anterior de Aronofsky, El Luchador.
En ella, también Mickey Rourke, o Randy el Carnero, salta hacia el ring, se entrega en cuerpo y alma al público y a la única pasión para la que nació, la lucha. Esa dualidad constante recorre toda la película. Randy quiere ser un buen padre para su hija, y realmente lo desea, pero no es capaz de recordar que quedaron para cenar. Quiere retirarse del wrestling, pero aunque su cuerpo lo traicione una y otra vez, no puede dejarlo. No es casual que sea justamente su corazón es que se rompa física y metafóricamente, el que no aguante las exigencias a las que lo somete.
También yendo para atrás en la filmografía de Aronofsky (sin parar en La Fuente de la Vida, que sinceramente es la única película suya que no me gustó), hago una parada en Réquiem por un Sueño. Otra vez personajes que se dividen entre sus anhelos y lo que sus cuerpos les permiten lograr. Una historia tan bella como dolorosa. El que la vea y no se quede también con ganas de ponerse en posición fetal, es que no tiene sentimientos.
Centrada en las adicciones, los personajes esta vez sí están luchando con un verdadero veneno que les altera la percepción de la realidad y los lleva a hacer cosas que les van destrozando el cuerpo y la mente. Encuentro especialmente dolorosa la historia de Sara, interpretada por Ellen Burstyn, empeñada en adelgazar, recurriendo a pastillas, adicta también a un programa basura de televisión, con su cuerpo cambiando a lo largo de toda la película mientras su mente se va colapsando ante nuestros ojos.
Por último, sigo retrocediendo para llegar a la primera película de este director y me encuentro con Pi. Compruebo una vez más que la mente y el cuerpo se reflejan mutuamente en el personaje de Max, Sean Gullette, el genial matemático obsesionado con descubrir los secretos detrás del número Pi, aquejado de dolorosísimas migrañas. Justamente es en la cabeza de Max, donde está el origen de su razonamiento matemático y de sus terribles dolores.
Aronofsky se mete otra vez dentro de la cabeza de un personaje, con la cámara literalmente adosada a Max mientras recorre las calles, con sus elucubraciones mentales, sus paranoias y sus jaquecas. Como si quisiera penetrar en su cráneo.
Para los que la vieron, recuerden la imagen final, no puede ser más elocuente.
No todos buscamos la perfección, como Nina. O perpetuar para siempre nuestro momento de gloria, como Randy. O recuperar nuestra belleza ideal, como Sara. O resolver los grandes misterios del universo, como Max.
Quizás estemos detrás de objetivos más mediocres, quizás nos conformemos con perder dos o tres kilos, o con dejar algún hábito medianamente insalubre, o con dedicar más tiempo a nuestro cuerpo maltratado, o con ver más películas que nos hagan disfrutar enormemente de pasarlo tan mal.
Humildemente, creo que tanto separar cuerpo de alma o mente, no hace más que hacer sufrir a estos personajes. Creo que cuerpo, mente, alma, son todo lo mismo, son todo uno, es uno, es cada uno.
Para Aronofsky, por tanto dolor, por tanta locura, por tanto sufrimiento, por toda la angustia que nos hace pasar junto a todos estos seres de la ficción, solo tengo una última palabra: gracias.
Inés González