Tras su paso por la Sala de Nuevos Creadores, con ese monólogo tan estremecedor, he querido seguir la pista de Juan Díaz
Cuando un «actor de tele», como vulgarmente se les conoce, te sorprende en las tablas siempre hay que ver más cosas para poder contrastar, para poder ser más puntilloso o, simplemente, para ser más puñetero. Pero no, no se ha dado el caso.
La obra de Stephen Adly llega desde Nueva York al Príncipe Gran Vía. La versión, convencional y ágil, nos presenta un entramado de la típica historia cruzada del triángulo amoroso, con su ex-recluso en etapa de reinserción, su novia infiel, su amigo cuentista,sus drogas, etc. La verdad es que no puedo reseñar demasiado sobre lo que me encontré ante mis ojos; la puesta en escena es sencilla y aceptable, aunque no terminé de entender por qué comían en platos vacíos con tenedores que no llevaban nada a la boca. Fallos absurdos de iluminación que dejan personajes fuera del cuadro, y eso es un problema en un espacio tan generoso como es el escenario del Príncipe.
En cuanto la interpretación, considero que es un trabajo suficiente pero no brillante, para un texto que da tanto de sí. Si bien es cierto que ellas están algo más flojas, no se pierde el ritmo en ningún momento, y eso no es fácil en una pieza que pasa de la tensión al extasis en un abrir y cerrar de ojos. Bien por Juan Díaz, que reconozco que era mi reclamo, porque saca nuevos registros que bien dan el pego en el escenario de un teatro, denotando seguridad y credibilidad. Así que, prueba superada
Creo que puedo recomendar esta obra para aquellos que se queden durante este mes de julio en Madrid; porque el cine y el teatro ya casi valen lo mismo si sabéis buscar precios y los teatros os necesitan ahora más que nunca. Y el hijo puta del sombrero es una buena opción.
Por: Zapp Amezcua