Liu Xiaobo (Premio Nobel de la Paz 2010) dijo recientemente en un discurso en la Universidad de Míchigan acerca de mi persona, y cito textualmente: “El bueno de Casquete que parece que no ha esguarnillao un plato en su vida, ahí donde le veis, no solo robó las últimas Navidades, la Primavera del 68, la Semana Santa del 2006 y el único Día de la Ascensión de la última década que brilló pizca mas o menos que el sol de mediodía que es la hora del botellín, es que encima el muy desgraciao una vez se cruzó con una vieja… ¡y casi le pega un tirón del bolso para comprar Miguelitos de la Roda!”; como podéis imaginar todas las que me seguís en esta ínclita publicación que es Antonia Magazine, esta injuriosa diatriba obedeció única y exclusivamente al hecho de que no hace mucho hice una crítica desfavorable sobre “Juego de Tronos” y parece ser que le jodió bastante porque es requetefanS.
Pero yo no me corto ni con un cuchillo… ¡a mi no me amedrenta ni mi padre! Y aunque a menudo las criticas que hago sobre series suelen balancearse entre una amabilidad costumbrista y un positivismo indómito al que mi almibarada literatura le da un aderezo muy personal, cuando algo no me parece de recibo saco una mala leche para contar las verdades… ¡que ni Juanito «El Golosina» con una fístula lombricera en el culo!
Y mira tú por donde este mes voy a escribir sobre «Homeland», y mi idea es la de exponeros la cruda realidad sobre semejante serial.
Empezaré por decir que la serie se puede ver (o no), aunque las tramas sean por momentos un tanto previsibles y se abuse intolerablemente del cliffhanger (ya sabéis, es como llaman los modernos a terminar un capítulo dejando la acción inacabada y a los personajes en situaciones inesperadas o chungas, vamos… ¡en to lo alto!), pues en este caso al igual que Tele Cinco lleva años haciendo gala de la campaña de “12 meses, 12 causas”, Homeland se creó con la filosofía de «12 cápitulos, 12 cliffhangers” (de ahí para arriba).
No negaré que como pegas a una serie no son muchas, pero fundamentalmente lo que mas me ha asombrado ha sido que el público ha cantado excelencias y maravillas de la serie, como si en Homeland se nos hubiera presentado algo novedoso, algo que no hubiéramos ya visto ochocientos millones de veces en multitud de series, como por ejemplo “Menudo es mi padre” que, para el que no se acuerde, era la serie que protagonizó El Fary, que en gloria esté.
¿Todo son cosas malas en Homeland? Pues como dijo Antonio Ozores en su día: “¡No hija, no!”, hay que reconocer que los actores en general son bastante buenos, estupendosos, no se les puede poner un «pero», tanto a los principales como a los secundarios. Es solo que lo que vemos en Homeland está ya mas visto que las chocolatinas de Paz Vega.
Ojo, que el último capitulo está muy bien y todo eso, muy trepidante y tal, pero estamos en las mismas de siempre… ¿hay que tragarse casi 11 horas de metraje para llegar a eso? ¿Y que decir del final de la temporada? Seguro que al gran público le ha entusiasmado, pero creo yo que había mejor manera de ir preparando una segunda temporada… ¿no?
Total, que he decidido que mañana mismo me ato un lacito de terciopelo en el nabo para recordar no volver a ver una serie que todo el mundo me pone por las nubes, porque pierdo un precioso tiempo que bien podría estar empleando en apedrear farolas o en zarandear alcornoques, pues ambas son excelsas disciplinas que, de un tiempo a esta parte, se han puesto pero que muy de moda entre la flor y nata de la intelectualidad patria. Un beso Antonias.