Regresar a Garaje Lumiere en esta ocasión me ha producido una sensación de retrospección. Con esto no quiero decir que haya asistido a uno de esos espectáculos infantiles a los que mis padres me llevaban cuando era niño y del que siempre ansiaba el final, pues mis progenitores siempre hacían más especial ese día comprándome una buena ración de chucherías. No, en esta ocasión me he evadido a esa adolescencia preuniversitaria, al despertar de la sexualidad, de los sueños y de las mil y una formas de intentar cambiar el mundo. Recuerdo con vehemencia ese juego de ¿a quién te llevarías a una isla desierta?, bebiendo café y fumando cigarrillos tirado por los pasillos más recónditos de la facultad de ciencias de la información en un casi absurdo estado de vigilia entre el estudio y el amanecer de mi intelectualidad más empírica. Pero, ¿qué sucede cuando ese juego se traslada a los treinta años, cuando esa neblina de pequeña inocencia ya se ha perdido?. Paco Anaya y Jota linares tienen bien claro que esto es jugar con el fuego de un lanzallamas y no de un mechero, y es a eso mismo a lo que han dado forma a modo de teatro. El resultado…en Garaje Lumiere
¿A quién te llevarías a una isla desierta? es una pieza que esconde algo más que un simple juego de la verdad y de la mentira. Jota Linares nos trae una historia llena de historias, de personajes con un pasado juntos, que viven un presente incierto y que aspiran a un futuro lleno de incertidumbre. Un salón y un dormitorio se convierten en el lienzo sobre el que nos retrata el entramado de dos parejas de amigos que se enfrentan a sus propias verdades y sus propias mentiras. No tardarán en darse cuenta de que las cosas no son nunca como parecen ser a pesar de que el disfraz de la confianza parapete la realidad muchas veces. Es el momento de decidir a quien llevarse a una isla a la que, posiblemente, no irían ni consigo mismos. Justo ese momento en el que cumples 30 años
Podemos decir que la pieza se nos abre como una tela de araña de cuatro personajes muy bien construidos, con una fuerte psique que les pondrá al borde del abismo. Con un texto fluido y transparente aunque quizás algo previsible, Jota Linares nos presenta una puesta en escena simple y funcional en la que no se cuidan los detalles porque no se necesitan. Encuentro un trabajo que hace los deberes, que transmite la esencia de esa pérdida total de la inocencia gracias a una interpretación correcta y una ejecución bien dirigida. Una vez más disfrutar de la naturalidad en escena y de la química entre los actores me hace salir del teatro con la sensación de haber disfrutado con algo que, seguramente, ya estaba incrustado en mi subconsciente. Maggie Civantos, María Hervás, Juan Caballero y Pablo Cabrera (mi grata sorpresa) gracias por hacer teatro como éste, porque esta vez me lo he creído.
Zäpp Amezcua