Juego de Tronos

antoniamagazine-juego-de-tronosTras nacer el Redentor en un portal cochambroso, inflarnos a langostinos hasta el reventón, de paletilla de cordero hasta el rebose y de turrón del duro hasta casi perder los dientes, llega el año nuevo y con el los buenos propósitos (sobre todo de enmienda a la totalidad) y las Antonias del mundo queréis poner vuestras vidas patas arriba, apuntaros a un gimnasio, comenzar un régimen de adelgazamiento y acabaros por fin el “Ulises” de Joyce que teníais a medias.

Yo también soy muy partidario de ese proverbial refrán español que dice lo de que: “año nuevo, vida nueva”, y por eso comenzaré el año haciendo mía la filosofía de vida de Leticia Sabater. Porque la buena de Leti siempre promulgó esa máxima de: “A medio día… ¡alegría!”, y fue precisamente ese optimismo exacerbado el que le condujo a triunfar en lo suyo: intentar disimular (con gran éxito) que tenía un ojo de cristal.

Me gustaría comenzar el año con ese positivismo existencial sabatereño, verlo todo de color de rosa… ¡y brindar con un chupito de anís del mono a la salud de los niñitos del mundo! Pero como no se si eso si va a ser posible, empezaré el año haciendo amigos y, en mi inefable sección sobre series televisivas, hablaré sobre esa que tanto estupor me ha causado en los últimos tiempos: “Juego de Tronos”.

Reconozco que puede que yo sea un organismo unicelular plagado de prejuicios, y por eso tenga ciertas reticencias hacia las series que no están ambientadas en la actualidad, básicamente porque el chapucerío con el que se hacen en televisión las recreaciones históricas (salvo honrosas excepciones) hace que mi pequeño corazoncito sufra lo indecible.

Y cuidado, no seré yo el que diga que Juego de Tronos es una mala serie, pero tampoco es para tirar cohetes. Tramas recurrentes que hemos visto un millón de veces… actores encasillados que llevan décadas sin cortarse el pelo ni adecentarse la perilla para ver si vuelven a interpretar por enésima vez el mismo papel… intrigas palaciegas que, desde las novelas de caballería a esta parte (hace mas de 4 siglos), hemos visto cientos de veces… y un largo etcétera que no repetiré por no aburrir al respetable y que hace que «Juego de Tronos» se acabe confirmando como lo que parecía desde el primer capitulo: un Falcon Crest con pellejos encurtidos.

Juego de Tronos no es mala, se deja ver, pero me causa estupor esas adhesiones inquebrantables de los fans que pintan la serie como algo estratosférico y sublime cuando no deja de ser lo que en varias ocasiones ya he oido comentar, una mezcla de “El Señor de los Anillos” y “Spartacus: Sangre y Arena” con lo peor de ambas.

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Pero lo cortés no quita lo valiente y hay que ensalzar también la gran virtud de esta serie: que salen infinidad de chavalas en pelotas (casi todas prostitutas con las que se despachan los señores feudales) y que, curiosamente, no atienden al canon de prostituta medieval desdentada y rolliza, sino que poseen cuerpos perfectos y dentaduras con menos caries que la de un astronauta de la NASA.

Como no quiero levantar liebres al que no haya visto la serie (para que nadie me parta la cara que es con lo que me gano la vida), diré que, tetas a parte, lo que mas me gustó de «Juego de Tronos«, fueron los últimos 20 segundos de la Primera Temporada que hacen pensar que la Segunda Temporada será notablemente mejor; pero claro, ahora que se va a acabar el mundo en el 2012, no se yo si, con lo poquito que nos queda, merece la pena tragarse casi 10 horas de serie, para disfrutar de 20 segundos finales y una buena colección de tetas, por muy bien puestas que estas estén. Que lo están.

Iván Casquete