«Anna perdió un trabajo bien remunerado en los servicios financieros, y tuvo que invertir muchos esfuerzos en la búsqueda de un nuevo empleo. Comió menos, hizo ejercicio, adelgazó y rejuveneció diez años. También fue a la peluquería, se tiñó y salió con un peinado más corto y favorecedor, que le daba un aspecto de mayor juventud y vitalidad. Después se fue de tiendas y se compró un traje caro para resaltar su nuevo tipo, y dar una imagen a la vez atractiva y profesional. Se lo puso en todas sus entrevistas de trabajo. Le daba seguridad. Al cabo de tres meses tenía un nuevo puesto de consultora, y cobraba el 50 por ciento más que en su anterior trabajo». Así comienza Capital erótico. El poder de fascinar a los demás (Ed. Debate), el libro con el que la socióloga Catherine Hakim pone patas arriba, entre otras cosas, el feminismo lacerante que trata de homogeneizar a hombres y mujeres negando la evidencia de que, aunque tengamos los mismos derechos, no somos iguales.
En ciertos circulitos está mal visto que una mujer se arregle para ir a trabajar. Que vista resaltando su feminidad. Que cuide su imagen, que se saque partido. Que además de formar su intelecto para engordar el curriculum preste atención a sus formas para escribir una carta de presentación que entre por los ojos.
Nos empeñamos en pregonar que lo importante de un trabajador es su competencia para el puesto y nos olvidamos de que un curriculum sin foto está condenado a la papelera o que en una entrevista de trabajo es difícil escaparse a esa mirada inquisitoria que va de las cejas a la punta de zapato, pasando, más o menos aprisa, por el resto de la geografía corporal. O sea, que el capital erótico cuenta. Y mucho.
Hakim define este concepto como «una mezcla nebulosa pero determinante de belleza, atractivo sexual, cuidado de la imagen y aptitudes sociales, una amalgama de atractivo físico y social que hace que determinados hombres y mujeres resulten atractivos para todos los miembros de su sociedad, especialmente los del sexo opuesto». Y sus efectos no solo se miden en una «buena impresión» subjetiva, sino también en pasta: diversos estudios demuestran que hay una especie de «plus de belleza» que hace incrementar los ingresos de la beautiful people entre un 10 y un 20 por ciento.
Se acabó ir al curro sin pasar por la mirada inquisidora del espejo: como cuenta Hakim, «en una encuesta a tres mil directivos, el 43 por ciento reconocieron haber descartado a alguien para un ascenso o un aumento de sueldo por su forma de vestir, y el 20 por ciento, incluso, haber despedido a un empleado por la misma razón».
Ahora bien: ¿estamos ante una nueva forma de esclavitud? ¿Si no eres guapo no eres nada? ¿Qué pasa si mides metro y medio y te sobran cinco kilos? ¿Tienes que agachar la cabeza ante la tiranía del físico? Probablemente no, pero tu inteligencia tendrá que superar con creces a las evidencias corporales de las buenorras (o buenorros, claro). Y cuando «una imagen vale más que mil palabras», quizá haya que plantearse ir pidiendo cita en el dietista.