Llegan los Juegos Olímpicos y a todos nos entra un espíritu olímpico estos días… Y hombre, mira, una hace lo posible por culturizarse un pelín deportivamente hablando: no es que haya muchas oportunidades de ver un partido de bádminton (¡aúpa Carolina!), de hockey o qué sé yo, un duelo de esgrima; sí, qué pasa. O los ves ahora o ya hasta dentro de cuatro años, nada. Y matizo: no solo de estas disciplinas poco comunes, sino además la cara femenina del deporte, que tener al equipo de baloncesto femenino en la final y que la prensa deportiva lo cuente, o es ahora o como no seas familiar de alguna jugadora, ni te enteras. Y que ésta que escribe pues sí, aprovecha ahora para poner un poco de interés en la actualidad polideportiva; sobre cuando el resto del año de lo único que habla la prensa especializada de este bendito país es de la tableta de chocolate de Cristianín o de los tatuajes de Ramos, del improperio que ha vuelto a decir Piqué o de si Messi no es el mejor… o si, qué me importa a mi; ni me importa ni me importará porque no solo detesto el fútbol como deporte sino que además todo lo que representa y la cantidad de testosterona que rezuma todo eso me echa de un patrás que espanta. Suerte tengo de que a mi novio sea más de balonmano porque si no, creedme que las peleas que tendríamos serían monumentales. Sus momentos futboleros los deja para el curro y los compañeros; y lo veo lo más normal y lo más justo, pues sí: teniendo en cuenta que yo no le doy la brasa con irnos de compras juntitos ni lo obligo a que vea conmigo maratones de Anatomía de Grey o Friends. Lo justo es lo justo.
A lo que iba, que está muy bien culturizarse en las disciplinas deportivas, y una lo intenta. ¡Pero es que no la dejan! Porque yo trabajo, veréis, mañana y tarde, y no puedo permitirme eso de sentarme tranquilamente delante de la tele a ver la final de los cincomil metros lisos o las pruebas de heptatlon, ni en diferido siquiera. Y cuando intento leer los periódicos varios y seguir el hilo olímpico de los acontecimientos en las redes sociales, veo con tristeza que sigue importando más la testosterona: Que si el cuerpazo de las de voleyplaya, que si las piernas -y la entrepierna- de las de la sincro, que si qué simpática que encima de levantar pesas se maquilla para ir mona, que si qué tierna que gana medallas y encima es madre el resto del año…
De verdad. La pena que me da toda la prensa deportiva de este país no es comparable a la repugnancia que me produce. Como mujer, como lectora, como ciudadana y como persona con sentido común. Ese que cada vez hace más falta.
Si estuviera en mi mano me liaba a despedir a micromachistas y a periodistas libidinosos, radio, prensa y televisión -no sé cuáles son peores- y a todos los responsables, cabezas pensantes y redactores jefes que, por esa justificación tan estúpida del verano y la falta de noticias, permiten que se publiquen tonterías supinas como las que estoy viendo estos días de Juegos Olímpicos. ‘Esas horas de sopor estival delante de la tele para ver el partido de turno es que hay que hacerlas más llevaderas…’ pensarán ellos, Antonias; pobreticos. Micromachismos con el gintonic de la tarde en la piscina; así son más refrescantes y llevaderos.
Que tenga que venir Andy Murray a dejar en ridículo al periodista de turno, es de mucha vergüenza ajena.
En fin, os dejo una canción para que canalicéis, como yo, toda la rabia que salpica a borbotones en las palabras que escribo y que si habéis llegado hasta aquí, sentiréis conmigo. Canalicemos esa rabia de la mejor forma posible que hay: bailando con el volumen de la música a nivel concierto. Dadle al play.
Por cierto, llamadme B.