Hace un año o así tuve una conversación de las de café y gintonic con mi amigo Otto sobre la paupérrima percepción que se tiene en la sociedad de hoy en día, fundamentalmente las nuevas generaciones, en la música clásica.
La música clásica, no es un simple orquestón de músicos vestidos de etiqueta que tocan en los auditorios por navidad, ni conforman un mercado destinado a llenar las estanterías de los bohemios o los intelectuales de otras épocas. La música clásica es la esencia de todos esos perfumes que se hacen llamar melodías, es espectáculo, es arte.
Quizás la tarea más complicada para un violinista, un flautista o un saxofonista, sea la que tiene que ver con la accesibilidad que tiene la gente para con la música clásica, batallando a su vez con el desconocimiento y la apatía de unas nuevas juventudes alienadas por la música comercial o por una herencia cultural desinteresada y cutre. Y entre tanta bazofia, resultado una vez más de esa crisis de valores de hoy en día, se abre el telón del Calderón y encontramos Pagagnini con los Yllana. Pero no vienen solos; en esta ocasión se han juntado con el virtuosísimo Ara Malikian, que tras su paso por el Bellas Artes con los Caprichos de Paganini, regresa de la mano de estos comediantes para dar guerra de nuevo.
Y si, el acercamiento a los clásicos en clave de humor ha sido un éxito. El brillante espectáculo se contruye a modo de libreto, en el que la compañía repasa grandes momentos de la música de todos los tiempos sin perder el distintivo Yllana: la risa. El violín y el chelo pasan a ser otra cosa del mismo modo que un adagio puede ser un blues o un swing. Y es que un director de orquesta puede ser el artífice de una genialidad y de una gran payasada sin apenas moverse de su sitio. Es fantástico ver cómo el público más joven se ve en cada momento involucrado, fascinado y satisfecho
Una vez más, Yllana un 10