Esto es Halloween.
Gritos en la oscuridad.
¡Esto es Halloween!
La función a va a empezar.»
Y ya lo creo que empieza, porque a continuación aparece un «tipo especial» llamado Jack Skellington, el rey de la ciudad de Halloween que, harto de hacer lo mismo año tras año, decide apropiarse de la Navidad.
Hoy en día esta historia, Pesadilla antes de Navidad, es un cuento clásico y una de las películas de miedo favoritas de muchísimos niños. Pero hace veinte años era una idea loca, salida del cerebro de Tim Burton y convertida en una maravilla del stop motion por Henry Selick.
Ahora que Tim Burton ha vuelto a esta técnica para Frankenweenie, otra exquisitez en la que recupera la historia de un cortometraje que hizo en los años 80, me parece que es un buen momento para recordar sus precedentes. No sólo Pesadilla antes de Navidad, sino también las dos hermosas películas también de miedo y en stop motion que dirigieron sus creadores, La novia cadáver y Coraline.
La novia cadáver es una película de gran sensibilidad. Con una realización preciosista pero sin grandilocuencia. Con personajes delicados y a la vez grotescos. Con el uso de los colores que refleja un inframundo lleno de vida y un mundo terrenal casi monocromático. Pero dejando de lado el diseño, la historia es simplemente un hermoso cuento victoriano modernizado. Con mucho humor y sobre todo mucho amor. El momento en el que los muertos van «al piso de arriba» a ver a los vivos es genial, y la imagen final es bellísima.
Por su parte, Coraline, es una película espectacular. Debe ser la mejor adaptación del gran Neil Gaiman que se ha hecho. Recuerdo que cuando leí el libro pensé que sería una buena película, pero nunca imaginé que podría ser tan buena. No tiene reparos a al hora de utilizar los elementos del terror, que son muchos, pero tampoco, y eso es lo que la hace grande, tiene pudor al adentrarse en los sentimientos de los personajes. Juro que cada uno de esos muñequitos tiene más vida que muchos actores de carne y hueso que he visto. Especialmente el personaje de Coraline, que es complejo y cercano. Desearía que fuera real y poder conocerla. No, mejor no, así es perfecta.
Volviendo a Frankenweenie, quizás no sea tan perfecta como las anteriores. Quizás da la sensación de que se ha estirado una historia que se contaba perfectamente en media hora para poder llegar al formato de largometraje. Quizás tenga demasiados chistes cinéfilos. Quizás confirmemos una vez más que hacíamos muy bien en tenerle miedo a los sea monkeys. Lo que no podemos negar es que, una vez más, Burton nos hace partícipes de su mundo tierno a la vez que torturado. Tanto como suele serlo la niñez.
Como broche de oro a este mundo de muñequitos de miedo, voy a volver a los comienzos porque no me puedo olvidar de Vincent, el cortometraje de Tim Burton narrado por el mismísimo Vincent Price (por favor, verla en versión original). Vincent es un niño pequeño educado y considerado, pero que desea ser como su ídolo Vincent Price. En su imaginación vive torturado, con su perro zombie, leyendo a Edgar Allan Poe, conviertiendo a su tía en una estatua para su terrorífico museo de cera. Pero no es más que un niño de siete años cuyos sueños serían las pesadillas de cualquier otro ¿Es por eso menos normal?
Quizás sean esas hermosas pesadillas de la niñez que han tenido estos realizadores las culpables de que podamos disfrutar de películas tan terroríficamente bellas y delicadas. Si alguien cree que debería ser de otra manera, permítanme como Vincent citar «El cuervo», de Poe: Nevermore!
Inés González.