No se engañen, ni mucho menos se decepcionen, pero en su decimoquinto cumpleaños, el Territorios Sevilla se ha hecho mayor, y se le ha caído una graciosa y memorable coletilla que le acompañaba hasta hace el año pasado como «Festival de Musica… de los Pueblos», y que le daba un carácter particular que apostaba por la multicularidad.
Pues bien, sea por vayaseustedasaberqué, este año, la apuesta ha sido por el público, así, a secas, y aplicando una fórmula magistral no escrita (o si; busquen un breve e interesante artículo del periodista Luis Hidalgo titulado «Vida y Milagros de los Festivales Musicales» de 2008 y ya verán) y ajustada a festivales de dos días de duración, que determina: no más de 40 grupos, una dosis generosa de artistas locales y aledaños (que aseguren el cariño de la parroquia sea la hora que sea), una pizca de perlas exóticas ya conocidas, entrañables reencuentros, dos históricos internacionales (uno por día, que aseguren la asistencia de incondicionales), y unos francotiradores electrónicos de diverso pelaje para darle matarile a cada jornada… et voilá. Sírvase según la temporada. Si es en primavera y Sevilla, llámesele Territorios y adórnesele con un lugar magnifico para la presentación, al frescor de la noche, y con precios asequibles… Asegurada la continuidad per secula seculorum (y yo que lo vea).
VIERNES 18- Pues con estos mimbres, y sin haber sudado una gota ni pasado ningún sofoco preliminar, al caer la tarde todavía primaveral y con el ultimo estiramiento siestero, toca ponerse en marcha (no muy rápida para que nos vamos a engañar si total jugamos en casa).
Sobre las 20:00h y entrando ya en la zona de La Cartuja, dos impresiones: una, esperada, que el transporte, público y barato, llega hasta la puerta, y los coches se aparcan a hacer puñetas; la segunda, desconcertante, al echar el pie al suelo y estamparte con una invasión de camisetas negras y melenas que se encaminan en la misma dirección, hasta confluir en un cruce a la entrada del Festival, donde como si fuera la unión del rio Negro con el Amazonas se había organizado un revoltillo flotante sobre un manto de botellas y plásticos, restos del preacondicionamiento fiestero. A la vuelta de la esquina de la entrada, conciertazo heavy con Judast Priest de cabeza de cartel.
La oferta se repartía este año en cuatro escenarios simultáneos, e imponía la muy festivalera necesidad de trazar el itinerario con antelación… para después hacer lo que te viniera en gana.
En cuanto a la organización del festival, en esta ocasión ha ganado muchos enteros respecto a pasados años, gracias a la colocación de los dos grandes escenarios en la explanada exterior, y dejando los dos coquetos escenarios históricos del festival en el interior del Monasterio, lo que exigía de acuerdo a la programación estar en buena forma del sistema locomotor, pero que ponía fin a situaciones pasadas, en las que el trasiego de un escenario a otro parecía el vadeo de ñus del rio Mara, pero sin cocodrilos.
Entrando ya en faena a primera hora, justo con las primeras notas del concierto inaugural de Falsalarma en el escenario principal (poco aforo porque la gente estaba estirando en las afueras del recinto hasta la última gota). Mientras que en los escenarios interiores Full presentaba «Bienvenido a Japón» ante su público, muy entregado a un directo prometedor, y continuando camino hasta el escenario «de las chimenas», vulgarmente conocido como Cadena Ser, para echar un vistazo a Lolo Ortega, en una gran versión del «Fire» de Jimi Hendrix, nada sorprendente habida cuenta las tablas del soulman.
Y para tablas, las de Kiko Veneno, el genuino, que jugando en casa apareció en solitario ante un público abundante y muy compadre, que no le afeó la ausencia de coros en «Dice la gente», y que fue entonándose cuando la banda fue incorporando instrumentistas poco a poco para «Memphis Blues Again», hasta completar la formación y satisfacer a la nutrida y rumbera parroquia, terminando con un guiño a los veinte años de Échate un cantecito con «Lobo López», y cerrando con «La Marcha Turca», una delicia fiestera de cierre, sin bises y se acabo.
Mientras que en el escenario Territorios Love of Lesbian reunía a entregados fans de John Boy, listos a escuchar las nuevas canciones «Wio», o «El hambre invisible» junto a temas ya conocidos para terminar con «Algunas Plantas», animando el cotarro previo a la esperada entrada de Tricky.
Fin del primer recorrido por los escenarios, comprobando por los pelos que los Tortoise siguen siendo los artesanos del sonido, que apuntaron un nuevo tirón a su carrera con Beacons of Ancestorship, disfrutable más aún en pequeños escenarios, en los que su toque bossa nova contundente, con dos baterías simultáneas, conectó con su audiencia, que les arrancó en el último momento un bis inesperado.
Momento de estirar las piernas, y hacerse de un pedacito de barra de vuelta en las chimeneas, para disfrutar muy brevemente de uno de los mejores directos de la ciudad con los locales The Milkyway Express, rock sureño, psicodelia… y paisanos muy entusiastas.
Y por fin el esperado, el ínclito, el renombrado, el legendario,… Tricky. Quieto parao. Pongamos las cosas en su sitio. Lo más relevante de su biografía no fue su cercanía a Massive Attack, sino lo que vino después: Maxinquaye, germen de lo que poco después se conocería como trip-hop, y acompañado de su entonces novia Martina Topley-Bird, que además portaba el morbo a la grabación original. Después, si, otros títulos recomendables, pero ninguno de similar calibre. Y con esta intención lo publicitó la organización, ni más ni menos que la versión integra de Maxinquaye, y ni más ni menos que acompañado de Martina. Esto atraería a no pocos seguidores ávidos de empaparse de historia, y que pagarían lo que fuera solo por este momento.
Así comenzó la cosa con Tricky, acompañado de una escueta formación, con la que lejos de cumplir lo prometido prefirió presentar un concierto desconcertante, en el que se dedicó a dar golpes de boxeo y enseñar músculo, mientras alguien que no era Martina Topley-Bird le daba la replica de manera más que digna apoyada en la banda, y en algunos momentos lo superaba ampliamente en voz y maneras. A la sustitución de Martina se sumaba según pasaba el tiempo la ausencia, mas allá de picotazos inevitables, de la ansiada integridad del Maxinquaye, lo que empezó a caldear los ánimos del personal, que soltó algún que otro sonoro silbido y gritos de «payaso y timo», que ya fue el acabose con la subida al escenario de una veintena de personas durante dos temas, lo que le dió, como alguien dijo, un «momento concierto de Los Inhumanos» muy celebrado (y también pitado; para gustos los colores).
¿Fue todo tan malo? No, tuvo sus ráfagas de luz, pero debidas más a la compañía de Franky Riley (así me enteré finalmente de quién era ella), y a un volumen que te sacudía el estomago con los bajos, suficientemente como para entonar el resto del cuerpo. Al final, en el último momento cuando ya parecía todo embarullado, el concierto recobró un poco de cordura, y tuvo su momento con la versión de Mötorhead de «Ace of Spaces». Suficiente y divertido para unos, e inconsolable para quien ya había jurado desprecio eterno al artista, y quien sabe si también al festival.
Entre tanto ir y venir de Tricky, con el rabillo del ojo se dejaba ver en el cercano escenario Cruzcampo a SFDK llevando al directo su último doble álbum «Lista de invitados». Osea, blanco y en botella. En el escenario se pasaba lista, con absoluta entrega y sonido impecable, a una nutrida cohorte de mc’s y dj’s nacionales, en un espectáculo que se prolongó durante dos horas, contra Tricky, Amaral y Marea. Ovación y vuelta al ruedo, y no solo por jugar en casa.
El agrio sabor de boca y las tensiones dejadas por Tricky se refrescaron en el mismo escenario por el directo de Amaral, que se las compusieron entre sus himnos más reconocibles y los temas de su último disco, y que, al margen del gusto o disgusto frente a sus canciones, algo incuestionable, es que codo con codo con Jaime García Soriano y Toni Toledo (ex-Sexy Sadies) fueron meritoriamente, y fascinando a los más escépticos, de lo mejor de la noche.
Mientras, en el espacio Cruzcampo Los Enemigos, tomaban el relevo a SFDK. Si Amaral fue de lo mejorcito de la noche, el concierto de Enemigos en su minigira, diez años después de su disolución, fue uno de los momentos de Territorios Sevilla 2012. No solo por el excelente estado de forma de la banda en su regreso, sino por el de sus seguidores, que poblaron el escenario como si no hubiera pasado el tiempo, en una mezcla de nostalgia y excitación, al escuchar una vez más clásicos del rock español como «Desde el jergón», o «La otra orilla». Dando un salto con tirabuzón sobre las distancias estilísticas, la situación tenía paralelismos con el concierto de Tricky, pero en donde a uno se le vio el truco, en el otro se reveló el trato.
Y a estas alturas de la madrugada ya podía uno corretear, saltar o tumbarse sobre los focos, que un frío helador ya se había incrustado en los pies. Sostener una cerveza fría en las manos era una cuestión de fé, y ganas daban de encasquetarse el casco de la moto para sentir calientes al menos las orejas. Pero eso no fue impedimento para darse el último capricho en la jornada y embobarse con los paisanos Fuel Fandango, que la tierra tira, y con Nita aplicando sensualidad y desgarro, con ritmo y mucho pellizco para momentazos como el «Shiny Soul», con el que aquí el menda puso rumbo a más cálidos territorios, mientras a lo lejos se oían ecos de Mad Professor, Basement Jaxx Dj Set y Tiga…
Juan Ruso